Un ejército de todas las razas y colores

La distinción y organización de los soldados y milicianos según su color de piel fue un fenómeno común en las guerras de independencia en Hispanoamérica. En 1817 patriotas y realistas “de todos los colores” se enfrentaron sobre la cordillera y al pie de l

El diario de marcha del brigadier Bernardo O’Higgins, jefe del grueso del Ejército de los Andes que operaba por el camino de Los Patos durante el cruce de 1817 orquestado por José de San Martín para liberar Chile, evidencia para la fecha una marcha penosa y ciertas desavenencias que causaban rispideces entre quienes comandaban las fuerzas.

Al tiempo que las provisiones de víveres de algunas divisiones estaban en una situación muy crítica como para asegurar la alimentación de los soldados.

Luego de 12 días de marcha, O’Higgins daba cuenta a San Martín de la enfermedad de algunos de sus hombres y acusaba un retraso necesario para resguardar los cuerpos a su mando de los contrastes que podían producir las bajas temperaturas nocturnas.

Con todas las precauciones, el entonces brigadier se aliviaba de “no haber tenido más perdida que la de un negrito que ya venía bastante enfermo”.

Entretanto, San Martín se ponía al tanto de que el coronel Gregorio Las Heras, al frente de la División Uspallata, había dejado atrás Potrerillos y desde el Paramillo de Las Cuevas se disponía a posesionarse de la cordillera. En uno de los partes Las Heras informaba al General en Jefe haber reconocido en Potrerillos tres cadáveres de una partida realista batida por una guerrilla de su División al mando del sargento mayor Enrique Martínez.

En su relación, el coronel describía los muertos enemigos atendiendo al  color de la piel. Uno era blanco, lo que le hacía suponer que era distinguido: “parecía ser oficial por la delicadeza de su cutis, así en la cara, manos y pies, como por el pelo”. Mientras que los otros dos, suponía Las Heras, debían ser “mestizos o indios”.

Indios y negros en las guerras de independencia

A principios del siglo XIX, las guerras de independencia en Hispanoamérica devoraban vidas de individuos “de todos los colores”, tal como lo definía una categoría empleada por los administradores coloniales para clasificar a los americanos mestizados.

Las categorías sociales fueron heredadas por los revolucionarios y patriotas, de modo que no resultan extrañas las referencias anteriores respecto del color de la piel y de las distinciones sociales que esas marcaciones implicaban.

En múltiples puntos de enfrentamiento y con distintos matices y niveles de adhesión, indios y negros integraron tanto las fuerzas realistas como las tropas patriotas independentistas. En muchos casos, también, unos y otros se cambiaron de bando en coyunturas convenientes o cuando, siendo prisioneros, les fue propuesta la inversión a cambio de suprimir las penas correspondientes.

Simultáneamente, por otra parte, no hay que perder de vista que en algunos rincones de Sudamérica grupos étnicos subordinados tenían aspiraciones o proyectos inorgánicos ajenos a las proyecciones de los sectores dominantes enfrentados. Era el caso de esclavos fugados que formaban asentamientos (palenques o quilombos) o de las parcialidades indígenas que controlaban territorios propios.

En Cuyo, cuando San Martín quiso reunir en un solo cuerpo a blancos y negros la resistencia social que recibió fue tal que le hizo ver que “esta reunión sobre impolítica era impracticable”.

Pues “la diferencia de castas se ha consagrado a la educación y costumbres de casi todos los siglos”. Incluso, debió atender a la distinción social aún entre los negros, y separó a los libres de los esclavos. Con todo, el Ejército de los Andes se forjó sobre la base de esclavos rescatados por el estado para el servicio de las armas y los negros llegaron a sumar casi la mitad del ejército que cruzó los Andes.

Entretanto, del otro lado de la cordillera, la irrupción mapuche en la guerra entre republicanos chilenos y monarquistas fue estimulada desde ambos frentes; y, a su vez, derivó de factores relativos a las relaciones al interior de la sociedad indígena.

En cambio, la participación de los mulatos artesanos de Santiago en la guerra estuvo estrictamente atada a la dinámica de las fuerzas sociales en puja por el proceso de emancipación política, y contribuyó a reforzar un prestigio social que los afromestizos ya se habían procurado a través de su accionar en las milicias desde fines del siglo XVIII.

En ese contexto, en setiembre de 1821, el cuerpo de oficiales y tropa del Batallón de Infantes de la Patria (formado por afromestizos libres) podía jactarse de ser el anfitrión de una “función cívica” ofrecida al Director Supremo del Estado y con la asistencia de selectos miembros de la élite gobernante.

En Venezuela, epicentro del proceso de la independencia en el Nuevo Reino de Granada y cuna de su líder Simón Bolívar, la base social del ejército consistió en una coalición de criollos, pardos y negros esclavos.

Pero el propio Simón Bolívar temía lo que las élites criollas: que la militarización de los pardos contribuyera a acrecentar su ascenso social y político, y que con ello diera lugar a una pardocracia. Por esto mismo, su inclinación por la abolición de la esclavitud y la igualdad social iba unida a una proyección reformista que no trastocara el orden social.

En uno y otro lado, las élites que habían optado por los privilegios del Antiguo Régimen y resistían la supresión de la servidumbre indígena y la abolición de la esclavitud de los negros debieron ceder sus pretensiones al caer la monarquía, y progresivamente esas formas de opresión de la sociedad colonial desaparecieron.

En ese contexto, las formas de integración militar de indios, negros, pardos y mulatos -entre otros- en el marco de los proyectos de las élites republicanas sentaron el punto de partida de lo que habrían de ser en el estado independiente las identidades y relaciones étnicas.

En toda Hispanoamérica el proceso de la independencia significó una experiencia colectiva que interpeló a las fuerzas sociales de la época a pensarse a sí mismas y en relación con sus Otros.

En este sentido, en algunas latitudes la participación de las castas de color en los ejércitos patrios estimuló el temor de los blancos criollos que lideraban las guerras de independencia por la posibilidad de que el empoderamiento de aquellos derivara en una “guerra de castas”, al modo de las islas del Caribe.

Los propietarios cuyanos de esclavos no fueron ajenos a esos sentimientos y elucubraciones, pero en estos territorios un fenómeno tal como el imaginado nunca se concretó.

Silueta biográfica

Juan Lavalle oficial de Granaderos del Ejército de los Andes.

Origen. Nació en Buenos Aires, el 17 de octubre de 1797, con el nombre de Juan Galo de La Valle. Algún tiempo después de mayo de 1810 cambió su apellido de origen francés para diferenciarse de los europeos enemigos de la causa de la patria.

Granaderos. Cuando San Martín organizó el Regimiento de Granaderos a Caballo, Juan Lavalle se sumó en forma voluntaria como cadete (1812). Tuvo su bautismo de fuego en el Segundo Sitio de Montevideo, en 1814, cuando fuerzas patriotas y auxiliares orientales cercaron esa ciudad en poder de los españoles.

Gesta sanmartiniana. En 1816, fue incorporado al Ejército de los Andes y por ese tiempo habría conocido a su futura esposa, María de los Dolores Correas, durante un convite de Remedios de Escalada de San Martín. Realizó el Cruce de los Andes a la vanguardia del Ejército por el Paso de Los Patos, comandado por el brigadier Miguel Estanislao Soler.

Participó en las batallas de Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú, y acompañó a San Martín al Perú. Luego participó de la campaña al Ecuador con las fuerzas de Simón Bolívar.

De regreso. Retornó a las Provincias Unidas en 1823, y un año después contrajo matrimonio en Mendoza. Ese año estuvo involucrado en la revolución que apartó del gobierno a José Albino Gutiérrez, y propuso como gobernador al padre de su esposa, Juan de Dios Correas.

Contiendas. Más adelante, participó en la guerra contra el Imperio del Brasil; y al finalizar esa contienda volvió a Buenos Aires, donde participó del derrocamiento del gobernador Manuel Dorrego. En diciembre de 1828 dio la orden de fusilar a Dorrego, luego de la batalla de Navarro, y esa decisión marcaría profundamente su trayectoria militar y política.

En Buenos Aires. Como gobernador provisorio de Buenos Aires debió hacer sucesivos acuerdos con el por entonces ascendente Juan Manuel de Rosas para contribuir a atenuar las hostilidades entre unitarios y federales. Pero no pudo construir una hegemonía política y se exilió en la Banda Oriental. En los años posteriores fue parte de iniciativas para derrocar del poder a Rosas, pero fracasó en todas las acciones. En ese derrotero invadió Entre Ríos en 1839; y, luego de avances y retrocesos.

Fin. En octubre de 1841 encontró la muerte en Jujuy.

Literatura. La trayectoria de vida de Juan Lavalle, llena de proezas militares ligadas a la gesta libertadora de San Martín y Simón Bolívar y errática desde su fatídica decisión en Navarro, inspiró al célebre Ernesto Sábato en su novela Sobre héroes y tumbas (1961) y en su Romance de la muerte de Juan Lavalle (1965), donde a través de su desventurada historia evoca algunos dilemas humanos: la fe en medio de la desdicha, la lealtad en la desgracia, la vida resistiendo a una sentenciada muerte.

Homenaje

Escuelas. La 1-605, del departamento de Lavalle, se llama Juan Galo Lavalle

Espacios. Además de varias calles en diferentes departamentos que le rinden honor, la comuna ubicada al norte de la provincia lleva el nombre de Lavalle.

Bibliografía

- Bonilla, Heraclio, Indios, negros y mestizos en la independencia. Bogotá: Planeta Colombiana-Universidad Nacional de Colombia, 2010.

- Mallo, Silvia y Telesca, Ignacio (Eds.), Negros de la patria. Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Buenos Aires: SB, 2010.

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