Persecución sin límites del régimen de Nicaragua

La dictadura nicaragüense ejerce una fuerte presión para censurar a los políticos opositores. En el último proceso electoral, en el que fue nuevamente reelecto Daniel Ortega, dispuso la detención de la gran mayoría de los candidatos dispuestos a competir con el mandamás.

El dictador nicaragüense Daniel Ortega, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. (Foto / Archivo)
El dictador nicaragüense Daniel Ortega, y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo. (Foto / Archivo)

Muchas veces se ha señalado desde este espacio el grave problema que significan para las relaciones diplomáticas en la región los gobiernos autoritarios y hasta dictatoriales instalados en varios países.

Nicaragua es uno de los ejemplos. Se ha podido ver en los últimos tiempos cómo su presidente, Daniel Ortega, mantiene a distancia a todo aquel que pueda ejercer alguna atracción popular que opaque su figura. Lo acompaña en ese severo liderazgo su mujer y vicepresidenta, Rosario Murillo, quien, además, es celosa seguidora del cumplimiento de las modalidades represivas del régimen que encabeza su esposo.

Como acabamos de señalar, la dictadura nicaragüense ejerce una fuerte presión para censurar a los políticos opositores. En el último proceso electoral, en el que fue nuevamente reelecto Ortega, dispuso la detención de la gran mayoría de los candidatos dispuestos a competir con el mandamás. Como en todo régimen extremo, siempre se encuentra por parte del poder de turno algún argumento para silenciar la voz de un opositor. De ese modo, los sometidos ciudadanos no tuvieron opciones a la hora de concurrir a las urnas. Aunque en ese contexto, poco y nada le interesó al régimen el porcentaje de asistentes a la votación, que fue escasa.

Del mismo modo son constantes las persecuciones de carácter político e ideológico en general, no sólo a dirigentes políticos. Con esa realidad, expresar las ideas a través de los medios periodísticos o libremente en la vía pública es cada vez más riesgoso.

Y en los últimos días, el régimen de Ortega dobló la apuesta en lo referente a su persecución de ideas y libertades al virtualmente romper relaciones diplomáticas con el Vaticano, es decir, con la Iglesia católica. Si bien la dictadura de Managua habló de “suspensión de las relaciones diplomáticas”, en la práctica se trata de una ruptura.

Todo ocurrió luego de que se conocieran duras declaraciones periodísticas del papa Francisco, en el marco de las entrevistas que concedió por los diez años al frente de la Iglesia. El Papa calificó al actual régimen como “una dictadura grosera, guaranga”. Y no dudó en calificar o comparar al gobierno de Nicaragua con una “dictadura hitleriana”. Señaló Francisco que, “con mucho respeto, no me queda otra cosa que pensar en un desequilibrio de la persona que dirige (en alusión a Daniel Ortega)”.

El obispo Rolando Álvarez fue detenido por el régimen de Ortega.
El obispo Rolando Álvarez fue detenido por el régimen de Ortega.

El escándalo se generó a partir de la detención que dispuso el régimen nicaragüense de un obispo, Rolando Alvarez, constantemente crítico de los abusos de poder de Ortega. El religioso, además, se negó a ser desterrado a Estados Unidos junto a más de 200 presos políticos del régimen, lo cual agravó la consideración por parte del dictador.

El mencionado obispo, muy elogiado por el Papa, hace un mes fue condenado a más de 26 años de prisión por lo que el régimen consideró “traición a la patria”. Además, se negó a subir al avión que lo debía conducir a EEUU. Esto hizo que el dictador lo acusara de “desquiciado”, “soberbio” y “energúmeno”.

El respaldo dado por el papa Francisco a la Iglesia nicaragüense a través de sus fuertes acusaciones al régimen de Ortega fueron muy bien recibidas por la comunidad eclesiástica de aquel país, tan golpeada como el obispo preso y responsable de insistentes e infructuosas gestiones en el último tiempo para lograr su liberación.

Ejemplos de cómo el afán de poder y la ideologización pueden conducir a la instalación de regímenes totalitarias que se valen para perpetuarse en democracias cada vez más frágiles.

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