La violencia no debe ganar las calles

La Argentina no soporta más violencia. Por eso con respecto a las marchas que ocurrieron el viernes, son tan reprochables las agresiones e incidentes provocados por quienes se manifestaron como las respuestas descalificativas de quienes tienen la misión de gobernar.

Imagen Ilustrativa / Archivo.
Imagen Ilustrativa / Archivo.

En Buenos Aires y en otras ciudades del país, entre ellas Mendoza, hubo en la tarde del viernes 9 de julio importantes manifestaciones, convocadas a través de las redes sociales, en las que la gente, a pie o en sus vehículos y portando banderas argentinas, expresó fuertes críticas al gobierno nacional por lo que considera atropellos a las libertades públicas insinuadas en los últimos meses a través de diferentes iniciativas o acciones.

Con esa reacción, miles de argentinos obviaron las limitaciones impuestas por la emergencia sanitaria y, movidos por la pasión, salieron a las calles en forma masiva tal vez sin prever el riesgo que eso supuso en materia de salud.

Es lógico pensar que tras casi cuatro meses de encierro la gente necesite vías de escape para sentir que retoma su vida rutinaria. Pero no es este el caso; hombres y mujeres de distintas edades decidieron salir a manifestar su exigencia de políticas claras no sólo sobre cómo se vuelve en lo económico después de tan prolongada parálisis, sino, sobre todo, para poner en la mira iniciativas de gobierno insinuadas en el primer semestre del año que hacen pensar en un retorno a tiempos turbulentos de la Argentina. Es así como la pregonada grieta social e ideológica que tanto mal nos hace, y que muchos dicen querer cerrar, es cada vez más visible.

No caben muchas especulaciones. Esta reacción apunta, a modo de respuesta, a los temores que generó la pretendida expropiación de la empresa Vicentín, lo que hubiese marcado el inicio de un posible avance sobre las firmas privadas en tiempos de crisis como el actual.

También es un fuerte llamado de atención para la débil y acomodaticia justicia argentina, en momentos en los que comienzan a gozar de excarcelaciones personajes vinculados a la más brutal corrupción que afectó al país, a los que desde el espacio gobernante se ha querido encuadrar, descaradamente, en la figura de la detención por razones políticas.

Es una expresión del miedo a un país prácticamente sin justicia creíble. Y hay que sumar los ataques y amenazas a periodistas que ejercen una labor objetiva pero crítica de la realidad, tanto ahora como en tiempos previos de otro signo político.

Es penoso ver que en medio de las manifestaciones espontáneas del jueves hubo incidentes y agresiones por diferencias ideológicas, las que incluyeron a periodistas de un medio televisivo. Es un aspecto que no se puede permitir, que no debe repetirse en futuras convocatorias similares, si las hubiese. El disenso no puede superar la barrera de la tolerancia. Pero para que eso sea posible es menester que quienes conducen políticamente el país cumplan con su promesa de búsqueda de la unión entre los argentinos y no fomenten más rencor. El viernes, tras el banderazo y los incidentes derivados, el vocero presidencial reiteró conceptos despectivos y totalmente desacomodados hacia el anterior presidente de la Nación, quizá en respuesta a declaraciones públicas previas a la manifestación por parte del ex primer mandatario y atribuyéndole a éste la motivación para que la gente ganara las calles.

La Argentina no soporta más violencia. Por eso en este caso puntual son tan reprochables las agresiones e incidentes provocados por quienes se manifestaron como las respuestas descalificativas de quienes tienen la misión de gobernar.

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