La inflación no puede frenarse con estas políticas

La inflación, el perfecto combustible para que la pobreza se extienda sin freno, es todo lo que el Gobierno nacional está dispuesto a ofrecerles a los argentinos.

Los precios de la Canasta Básica Total aumentaron más que la inflación.
Los precios de la Canasta Básica Total aumentaron más que la inflación.

A fuerza de reiterados, algunos problemas argentinos sólo suscitan tedio, como la inflación, que en septiembre registró 3,5 por ciento, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). Nada nuevo, sino una muestra más de nuestra inveterada torpeza para asumir que ya no hacemos las cosas mal de puro incompetentes, sino que las hacemos mal porque no queremos hacerlas bien.

Nadie puede alegar que la inflación argentina es multicausal, como recita el ministro de la Producción, y que la emisión monetaria no la genera. En rigor de verdad, todos saben que los mismos que la combaten se levantan cada día a incrementarla mediante el expeditivo método de hacer todo lo que riñe con la razón y el sentido común. Como la emisión sin freno de una moneda que ya casi se ha extinguido, con el país saturado por papeles sin valor de los que todos buscan desprenderse antes de que valgan menos. En 2017, mil pesos representaban 57 dólares; hoy apenas son 5,40 de la misma moneda.

Entregada a una orgía del gasto en una loca carrera para retener un poder erosionado por la incompetencia de los mismos que lo ostentan, y a la manera de Nicolás Maduro en Venezuela, también en Argentina parece haberse adelantado la Navidad: se regalan viajes de egresados, heladeras, lavarropas y subsidios sin cuenta, y hasta el Ministerio de Cultura se sumó a la fiesta para recordarnos que existe, y ofrece cinco mil pesos para que los jóvenes puedan pagar la entrada a un espectáculo.

A su turno, el flamante secretario de Comercio intenta triunfar donde otros antes fracasaron haciendo lo mismo; o sea, congelar precios haciendo como que ignora que forma parte de un gobierno entregado a la originalidad de combatir los mismos males que genera. Pero la gente debe recuperar la alegría, dice el funcionario, y poder “tomarse un vinito”. Nadie puede dejar de suponer que se trata de una mezcla letal de ignorancia e irresponsabilidad.

Por estos días se ha disparado en el país la venta de máquinas contadoras de billetes, no porque todos las necesiten a causa de la reactivación de la economía, sino porque los consumidores pagan con gruesos fajos que no quieren retener.

La moneda argentina ha sido destruida por quienes tenían la obligación de defenderla con el simple método de no gastar lo que no se produce y recauda, y el país se precipita hacia la disolución, al punto que el papa Francisco, temeroso de ser asociado como gestor de la criatura, toma prudente distancia diciendo que no se puede vivir de subsidios. Tardía advertencia ignorada por sus discípulos, que creían haber entendido muy bien su doctrina.

La inflación, el perfecto combustible para que la pobreza se extienda sin freno, es todo lo que el Gobierno nacional está dispuesto a ofrecerles a los argentinos. Y debe decirse, en rigor de verdad, que lo hace con una generosidad sin límites.

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