La inflación está en el corazón de la crisis argentina

En 10 años, la Argentina sobrepasó el dos mil por ciento de inflación, cuando en el mismo lapso Uruguay registró un 122 por ciento.

La inflación está en el corazón de la crisis argentina. / Foto: Mariana Villa
La inflación está en el corazón de la crisis argentina. / Foto: Mariana Villa

Hay quienes creen que las cosas cambian según quien las nombre y cómo se lo haga. Quizá por ello el ministro de la Producción de la Nación, Matías Kulfas, pudo afirmar que “la inflación está bajando” tras el contundente 3,2% registrado durante junio por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec). En todo caso, el hecho de que sea menor al 4,8% de marzo sólo indica que se evitó que la escalada de precios de espiralizara. Pero lejos se está de controlar el fenómeno.

Y el fenómeno es que la inflación está allí. Salvo algunos períodos excepcionales, convivimos desde las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial con el efecto colateral de que tres generaciones de argentinos nos hemos acostumbrado a convivir con ella y a esquivarla, cada quien a su manera, mientras sucesivos gobiernos quieren domarla a fuerza de palabras y siguen creyendo que se puede solucionar el problema sin hacer nada o haciéndolo aun peor.

Si en el Código Penal existiera el delito de necedad, numerosos gestores de la cosa pública argentina estarían sirviendo condena, habida cuenta de que el problema está a la vista, sus causas exhibidas como en un documental sobre los principios básicos de la economía, y sus consecuencias nos han dejado hace tiempo sin futuro, a costa de devorar ahorros, proyectos y trabajo.

Sin embargo, cada gobierno que asume promete controlarla y a poco claudica, ante la necesidad de revalidar pergaminos en elecciones de medio término –las medidas de fondo se toman en años no electorales y se suspenden ante la eminencia de los comicios generales– para a la postre heredarle el problema al gobierno siguiente.

Los números, que deberían asustarnos, ya sólo provocan una mueca resignada; tanto nos hemos habituado a la farsa. En 10 años, hemos sobrepasado el dos mil por ciento de inflación, cuando en el mismo lapso Uruguay registró un 122%. En un año, estamos en más del 50%, y Brasil, en 8,7%; Paraguay, en un modesto 4%; Chile, 3,8%, y Ecuador, menos de 0,7%.

En el último mes, Colombia tuvo una deflación del 0,1%, y Ecuador (otra vez), menos 0,2%. Países que tienen parecidos o peores problemas que la Argentina, con menos riquezas. Pero se las arreglan para que los precios sean previsibles.

En el loco festival inflacionario del último año y medio, la máquina de imprimir billetes ha trabajado como nunca para seguir devaluando nuestra moneda, mientras un Estado quebrado que gasta lo que no tiene sigue licuando sus pasivos apelando a ese impuesto encubierto que es la inflación. Que reduce los ingresos de todos y crea una pobreza que ya a nadie parece dolerle. Una pobreza que se ha vuelto endémica y que avanza como una sombra en los grandes aglomerados urbanos del país.

Si con ello no alcanzara, desde la política se sigue agregando ruido con ya casi diarias decisiones infortunadas que impactan en los indicadores de una economía tambaleante, que se arrastra hacia nuevas elecciones.

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