Expectativa por el nuevo rumbo político de Colombia

Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia.

Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia.  / Foto: AP
Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia. / Foto: AP

Con la asunción de Gustavo Petro, este domingo, Colombia tendrá por primera vez un presidente de izquierda, ajeno a los partidos que durante décadas han gobernado a ese país.

Cabe citar que Colombia mantuvo durante 12 años gobiernos de derecha que contaron con buen respaldo ciudadano y que tuvieron, además, gestos notables de moderación, como ocurrió con el segundo mandato de Juan Manuel Santos, que concretó el proceso de paz con las FARC.

El triunfo del izquierdista Petro, ex guerrillero, aunque él se define como revolucionario, sacudió no sólo el tablero político de Colombia, sino, también, de gran parte de la región, inmersa en una puja entre gobiernos democráticos respetuosos de los preceptos republicanos y otros de corte autoritario o directamente gobernados por dictaduras durante largos años, como es el caso de Cuba y ahora Venezuela. La Nicaragua de Ortega cada día se está afianzando más, también, en ese sendero.

Expectativa por el nuevo rumbo político de Colombia.
Expectativa por el nuevo rumbo político de Colombia.

Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia. Fue concejal, senador, alcalde y cabeza de la oposición izquierdista durante 30 años de su carrera como político.

En las últimas elecciones la mayor parte del pueblo colombiano parece haberle perdido el miedo a la posible incursión violenta al poder de la izquierda aún con el voto popular. Probablemente por mérito propio, Petro pareció convencer a la sociedad de su país que llegar al poder no significaría poner en riesgo el régimen de propiedad privada ni la economía de mercado.

Nada más alejado del espejo cercano en ese sentido que significa Venezuela, con el chavismo enquistado desde hace décadas y potenciado por el manejo férreo de Maduro.

En esa misma línea de coherencia institucional, el nuevo presidente de Colombia se encargó de llevar a cabo contactos importantes con empresarios e inversores, con el propósito de tirar abajo mitos que como izquierdista le impedían asegurar confiabilidad en una sociedad exigente y desconfiada si de lo que se trata es de preservar su base republicana.

Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia. / Foto: AP.
Más allá de su pasado vinculado con la violencia ideológica armada, Gustavo Petro tiene ya una probaba experiencia en cargos democráticos en Colombia. / Foto: AP.

La mayor parte de la región espera que el nuevo presidente coloque a Colombia en la línea de países latinoamericanos que, como Chile y México, están siendo conducidos por dirigentes progresistas, o de izquierda declarada, que toman distancia del modelo venezolano de autoritarismo y atropello a las libertades.

Por ello fue significativo que el joven presidente de Chile, Gabriel Boric, surgido de una rebelde juventud izquierdista de su país, calificara a los gobiernos de Nicaragua y Venezuela como ejemplos de autoritarismo. Alentadora definición, que vale de ejemplo para gobiernos como el argentino, dubitativos a la hora de tomar distancia con los sistemas dictatoriales de referencia por el simple hecho de compartir preceptos que aquí no pueden llegar a implementar.

El nuevo presidente de Colombia deberá, por lo tanto, aferrarse a la democracia que dice abrazar, tras su lejano y tormentoso pasado, para gobernar un país con un amplio porcentaje de su población inmerso en expectativas de cambio, pero que está aferrado a un estilo de convivencia alejado del flagelo que significó durante largo tiempo el conflicto con las organizaciones armadas insurrectas.

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