Barrios privados, ordenar y planificar

Sería de mucha importancia para el desarrollo armónico de Mendoza, que a través de los códigos urbanísticos se pudiera ordenar el diseño de los barrios cerrados y que los mismos crecieran en áreas inmediatas a las áreas urbanas consolidadas, como extensiones de las mismas.

Imagen ilustrativa / Archivo.
Imagen ilustrativa / Archivo.

Los barrios privados se han impuesto en nuestra provincia como una respuesta imperativa ante la inseguridad y la necesidad de muchos habitantes de vivir dentro de parámetros de privacidad.   Conforman una realidad que hoy no se puede negar en los tres oasis que caracterizan el territorio semidesértico que habitamos, donde estos conglomerados residenciales que comentamos han crecido vertiginosamente a partir de 2000.

El investigador y arquitecto urbanista Andrés Pisani ha estudiado el fenómeno de estos núcleos de residencias particulares y advierte que hace tiempo que debió reglamentarse esa ocupación del suelo, porque se corre el peligro de que, poco a poco, se pierda la identidad de ciudades bosque, como es principalmente la capital mendocina. “La extensión de los barrios privados por todo el territorio o el cierre de calles, debería preocupar por la pérdida de lo patrimonial-cultural que le da identidad. También, por el cambio de las formas de vida y la dependencia del automóvil para movilizarse”, sostiene el especialista. Aquí podríamos agregar que la necesidad del vehículo es total: para entrar y salir de esos condominios, por razones de trabajo, compras, relaciones familiares, esparcimiento y demás actividades.

El autor citado y otros plantean la necesidad de aplicar la Ley de Ordenamiento Territorial del Suelo, que ya está implementada a nivel provincial y en cada uno de los municipios, herramienta que debería ser aplicada con criterio y hacia adelante como forma de impedir, en algunos casos, que estos barrios cerrados ocupen enormes porciones de terreno y, a la vez, acrediten una baja densidad poblacional.

Se corre el riesgo de que, poco a poco, si es que no se ha comprometido ya, se desvanezca la fisonomía de los alrededores de las ciudades, con sus fincas, arboledas, cursos de agua y otros aportes de la naturaleza que caracterizan los lugares que nos rodean y donde residimos. Deberíamos vivir bajo la exigencia de no perder las señas de identidad que permitieron que nuestra provincia sea tan atractiva y amigable para los visitantes y para quienes la habitamos.

En buena medida ha sido imposible frenar estos desarrollos, y muchos departamentos, con áreas de uso tradicionalmente agrícola, han dado vía libre a la erradicación de viñas y frutales plantados sobre terrenos irrigados.

Por eso adherimos a que, por medio de los códigos urbanísticos municipales, se ordene el diseño de estos barrios cerrados y que los mismos crezcan en áreas inmediatas a las áreas urbanas consolidadas, como extensiones de las mismas.

Ocurre inclusive que en algunas de estas urbanizaciones se están construyendo edificios de departamentos y conjuntos de viviendas dúplex, que no hacen otra cosa que densificar la ocupación del suelo.

La tendencia de conglomerados como los descriptos, es un hecho que no tiene vuelta atrás. Por aplicación de códigos y la ya citada norma de ordenamiento y el uso del suelo, se podría exigir, a los planificadores de estas estructuras, estudios previos o de anticipación estratégica que contemplen los intereses de toda la ciudadanía y por eso la trascendencia del uso de herramientas como las que emanan de la participación ciudadana en armonía con los estudios de los especialistas.

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