Crónicas urbanas sobre el coronavirus: hoy fue un día de furia

Nuestra periodista, de la mañana a la noche, sintió un malhumor que los datos del mundo le acrecentaron más y más.

Crónicas urbanas sobre el coronavirus: hoy fue un día de furia
Crónicas urbanas sobre el coronavirus: hoy fue un día de furia

23 de abril. Día 35 de aislamiento D.V.

Mirá: hoy me levanté punk. Era el día. Después de más de un mes poniéndole onda a la vida en condiciones absurdas. Hay una paciencia para todo, vieja. Me cansé. El virus, los virales, los endémicos hoy me colmaron hasta lo indecible.

Está bien que soy una de las privilegiadas: comida, techo, sueldo fijo y en blanco. Sí, ok. Todo bien, te lo acepto. Pero el aislamiento lo tengo igual. El revoltijo en el espíritu, en la vida personal, en los proyectos y en los manguitos diarios me atraviesan de punta a punta como a cualquier hija de vecina (a las que ni siquiera escucho, ¿están vivas, che?). No hay derecho. No hay.

Ya a la mañana el motorcito empezó a carretear cuando con el último esfuerzo por sonreírle al mundo hice click en el video de Malova. La clase me salió por la mitad. Me trabé en todos los ejercicios. La rusa impávida con su vocecita adorable siguiendo los tiempos de un zen que hoy para mí pegó el faltazo. “¡Obvio, así cualquiera! Ella viene dándole al namaste todos los días. Además estos videos los grabó hace dos meses cuando todavía ni había empezado el agite en su país. ¿A ver, Malova? ¿Dónde estás ahora? Puro careteo lo tuyo”, le solté entre dientes a la rusita sonriente que espera paciente a que hoy, con la bronca que me crece, tenga cabeza y cuerpo para hacerle el saludo al sol. Olvidate, muñeca.

La dejé hablando sola, levanté el revoltijo de piernas y brazos que era mi cuerpo en medio de la hervidera y me fui a preparar el mate. Se lavó, como corresponde. Fue porque me colgué mirando los diarios. “¿Quién me manda a mirar los diarios con este humor?”, intenté reflexionar para ponerle freno a la bronca inespecífica. No pude. Estoy re punk hoy.

Me sacó de onda totalmente enterarme que los dueños de los geriátricos, que la facturan en pala, dejaran a sus clientes viejitos caer como moscas rendidos ante el virus. “El país entero haciendo cuarentena. Todos simbólicamente codo a codo para darle batalla al bicho y vos, compadre, ¿le abrís las puertas de par en par?”, pensé. No hay derecho. No hay.

Mascullando ese malhumor convertido en imagen catastrófica que las noticias se encargaron de cebar todo el día, me topé con la carta abierta de los ricos argentinos -más el escritor Vargas Llosa que se enrola en todas- reclamando “libertad”. “¿Posta, lo escribiste en serio?”, les grité sabiendo que no me iban a escuchar jamás: viven en mansiones a las que no voy a ver ni en foto, por más sueldo en blanco que tenga.

“Autoritarismo”, leí que definen ellos a la estrategia de la cuarentena y los 35 días que llevamos en paciente encierro para que el monstruo no nos voltee como a los viejitos del geriátrico. “¿De qué autoritarismo me hablás?”. Más gritos susurrados. No hay derecho. Ellos tampoco lo tienen. No.

Como tampoco encontré la armonía a la hora del almuerzo apenas si piqué algo para no sumar malestar a mi cuerpo al borde de algo.

Antes de arrancar con la edición decidí darle a la caminata por las escaleras para bajar la tensión.

Mientras estaba en eso dos cosas juntas. “Un grupo de trabajadores de Banco Nación exigió públicamente que el ex presidente de la entidad, Javier González Fraga, devuelva los casi 500 mil dólares que habría cobrado por desempeñarse como miembro del Directorio del Banco Latinoamericano de Exportaciones (Bladex) durante su presidencia en el Banco Nación”, pispeé en un artículo periodístico.

Sin solución de continuidad sonó el timbre por tercer día consecutivo: un pibe que viene todas las siestas a pedirme comida. “O sea… ¿qué onda? No hay derecho señor funcionario, no hay”, volví a espetar en tono heavy metal al mismísimo aire.

Por supuesto la máquina se me tildó 70 veces mientras trabajaba. Mi conexión de internet es de las baratitas, no da para más. Puteada, reinicio de programa. Cuelgue. Puteada, reinicio de programa. Y así.

Por eso este texto no da para más. Hoy estoy punk. Me harté de los ricos que gritan “freedom” con sus cuentas en Suiza porque se resisten a pagar el impuesto, de los insensibles que la juegan para su cosecha, de los negligentes que la cancherean, del virus que iguala y que no.

La culpa la tienen los noticieros. La culpa la tiene Malova. La culpa la tiene la pandemia. Yo, argentina.

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