Crónicas urbanas sobre el coronavirus: el cuerpo en primer plano, se muestra todo

Nuestra periodista cae en la cuenta de que en su aislamiento se expone más en la virtualidad. Una reflexión sobre lo que trae la tecnología

Crónicas urbanas sobre el coronavirus: el cuerpo en primer plano, se muestra todo
Crónicas urbanas sobre el coronavirus: el cuerpo en primer plano, se muestra todo

Mendoza. 27 de abril. Día 39 de aislamiento D.V.

Nublado pero sin frío. Si bien el dato le suma dramatismo al encierro estoy optimista. Sé que en Mendoza el sol no se toma vacaciones en otoño así que afronté la mañana gris como si fuera a rayo partido.

Mientras ojeaba los diarios con el mate pensaba en el mini guión con el que presentaría la película recomendada de este día. Una ocupación que antes no existía o era tan menor que no ocupaba más de un minuto de mi vida.

Nada que se hace público es espontáneo en la virtualidad. Nada es como si “fuera la vida misma”. Un filtro, unas letras estridentes, probar qué decir y qué no. Con qué tono. Esa despreocupación de “mirame cómo soy en realidad” la dejo para las videollamadas con los íntimos. Y ni así.

El medio es el mensaje. El medio recorta la realidad y la jerarquiza. Ni el virus ha podido con eso.

El pensamiento me hizo caer en la cuenta de que me he vuelto una asidua protagonista de mi propia imagen. Si algo trajo a mí este encierro es que me muestro más en las redes, como nunca antes.

La necesidad del encuentro, la necesidad de “estar en el mundo”. “Ey, aquí estoy, encerrada pero viva”. Tal vez. No tengo una explicación para esto, como casi para nada de lo que me está sucediendo.

Lo cierto es que ando de video en video con varias finalidades: chats, recomendaciones de películas, situaciones que me parecen “compartibles” con los que no están en mi espacio físico de cuarentena.

Así, tan naturalmente y rápido como esparció el virus por el planeta la tecnología me volvió otra más expuesta. Mostró máscaras, roles, el traje social que antes llevaba sobre el cuerpo al abrir la puerta al mundo. “No es actuar. Es el primer plano”, pensé.

Salté de una idea a la otra. Me acordé de André Bazin, constructor de la teoría realista del cine. El hombre decía que el primer plano era el que abría la posibilidad de “generar la sensación de realidad”.

El mapa no es el territorio. Otra vez: el medio recorta, jerarquiza, resalta para provocar un sentir. Y si algo estamos buscando en estos tiempos raros -no diría muertos- es sentirnos vivos. Único modo de realidad que conocemos.

Mientras estaba en estos divagues dispersos, propios del aislamiento, llegó una notificación de Instagram: fulanito está transmitiendo en vivo. No era la primera ni la última que recibiría en este día. Llegan de a cientos.

Instagram se ha vuelto una fuente de anuncios a los que si les das click encontrás gente hablando con gente de cosas personales. No importa. Gente entrevistando gente. Gente cantando para gente. Gente actuando para gente.

Abrí la notificación. Un músico con su guitarra.

Mientras esperaba a su audiencia hablaba pavadas. Entabló una charla demasiado personal con uno que ya se había metido -como yo- en la transmisión.

La cerré. No daba. ¿Quién quiere saber qué cosa no le llevó el amigo y él está esperando? ¿Quién es el amigo? Me quedé sin la canción que, de cualquier modo, iba a poder escuchar por youtube o spotify si me daba la gana.

Ahora no estoy como hace cuatro semanas. Mi humor y mis deseos han ido cambiando. Todo ha cambiado. Todo.

Cuando empezó el encierro tuve un síndrome de abstinencia raro. Quería ver teatro, quería ver recitales, quería… quería ver gente viva.

Me metí en youtube la primera semana. En un mismo día me zampé una obra de teatro, un recitalito de música y un monólogo de humor.

No pude más. No quise más. Esto del “sentir” no sucedía.

Un par de días después de esa sensación de vacío, el amigo y editor de Espectáculos de El Ciudadano de Rosario, Miguel Passarini, me etiquetó en una discusión entre colegas de todo el país. El tópico era una muy buena nota que él había escrito y titulado: “El teatro on line no es teatro”. Opinamos todos. Llegamos al acuerdo de que tenía razón.

Esos milagros que trae la pandemia: la interconexión de las mentes. La preocupación común. Ese milagro me trajo el tema al día de hoy; casi cuatro semanas después de aquella discusión.

Llegó en forma de wasap con esta pregunta a Mauricio Kartun y su hermosa y precisa respuesta:

“¿Qué opinión te merece el registro del teatro grabado, sin la "presencia aurática" de los cuerpos en escena?

- Kartun: Bueno, a falta de beso a veces se agradece una porno, pero digamos la verdad: boca es boca y pantalla es pantalla. No te quedás haciendo cucharita con la Cicciolina. Lo más hermoso del teatro cuando es bueno, suele venir después. Virtual viene de virtus, la voluntad de hacer algo, por encima de que se lo haga. Al teatro grabado hay que ponerle demasiada voluntad. Un mapa te sirve para imaginar el territorio, pero nadie pasa sus vacaciones entre los límites de una división política, necesitás la playa. Los lenguajes audiovisuales cuentan por corte y eso crea un lenguaje que tu cabeza descifra y disfruta. Pero el punto de vista único del teatro y sus convenciones tan rudimentarias resultan brutalmente ingenuas fuera del pacto que se hace en una sala”.

El mapa, el territorio, el cuerpo, la realidad, el recorte, el arte escénico, la misa, lo sagrado.

Entendí todo. Supe mejor por qué yo les decía hace unas semanas a mis colegas que el teatro requiere del cuerpo, de la presencia, del ritual que en el audiovisual no existe.

He visto artistas hacer "obras" en su encierro. Una vez. Me dio mucha pena. No hay sala, no hay contexto. El personaje era alguien disfrazado como en una fiesta rara. Una monada.

He visto la oferta de unipersonales combinados con un delivery de pizza. Eso no es teatro sino un curro para salir del paso.

He visto las plataformas gratuitas para que los artistas se gestionen sus propios contenidos a cambio de nada, solo de que alguien haga click. Eso no es ayuda a los artistas. Eso es decirles: “mirá... no sos nadie y te damos la oportunidad de que te conozcan”.

Seguí mirando los diarios. Hoy poco tenía para hacer más que varios videos por los que nadie pagaría pero mostraré igual. Claro: yo no soy actriz, no tengo la pretensión de vivir de eso.

El virus ha descentrado todo. El virus envilece lo pobre y enaltece lo rico. El virus corre más rápido que nuestras ideas. No es culpa de los artistas que buscan cómo ganarse la vida en circunstancias inéditas y con lo que hay: la ausencia del cuerpo.

“¿Qué será de ellos?”, me pregunté con mucha tristeza. “¿Qué haremos todos? ¿Cómo seguiremos?”. Ante el silencio atroz que reinaba en mi cuadra en este cielo gris me cebé otro mate lleno de puntos suspensivos.

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