Crónica de una pasadita por Mendoza - Por Sergio Gabriel Rey

Crónica de una pasadita por Mendoza - Por Sergio Gabriel Rey
Crónica de una pasadita por Mendoza - Por Sergio Gabriel Rey

Los viajecitos relámpago a mi tierra natal me dejan siempre un regusto sabroso y contradictorio, agridulce.

Esta vez fueron nueve días intensos en los que hice gestiones oficiales y personales, visité sitios de interés particular para mí y compartí largas charlas con amigos y familiares.

Fue en tiempo de vendimia, lo que le agregó a la aventura una emoción especial.

Sin embargo, lo primero que viene a mi mente cuando lo evoco es el tráfico.

Parece un tema menor, completamente trivial. Sin embargo es lo primero que suelo observar cuando llego a un país, aunque sea el mío propio, el que mejor conozco y el único que me mueve a emociones intensas.

La forma en que nos manejamos al volante es una metáfora muy significativa de nuestro comportamiento social.

Las diferencias con lo que se vive en Canadá son grandes y han sido motivo de otras notas. Esta vez no me siento inclinado a comparar realidades entre países. He visto un aspecto nuevo, que siempre estuvo presente, en verdad, es solo que no me había detenido a observarlo.

Mi idea fue siempre que el vernos al mando de grandes masas metálicas, rápidas y potentes, y obligados a compartir un espacio común, al que todos tenemos el mismo derecho pero en el que no cabemos al mismo tiempo, nos obliga a acordar normas y prioridades y nos hace exponer nuestro sentido de lo social de una manera muy evidente y demostrativa.

Pero hay algo en lo que nunca me había detenido a pensar y es en la intervención del gobierno en ese verdadero laboratorio social.

“El Estado somos todos”, suele decirse, lo cual es un error o, al menos, una peligrosa simplificación.

En verdad, el Estado es “la Nación organizada”, como rezan las lecciones de Educación Cívica, pero a mí me gusta más definirlo con una ligera variante: “El Estado es la organización de la Nación”.

Todos formamos parte de esa organización y cada uno debe ocupar el lugar que le corresponde. Los hombres del Gobierno juegan un rol principalísimo y tienen una responsabilidad mayor en el funcionamiento de esta “organización”, como la hemos definido.

Su responsabilidad es la de administrar el poder. Administrarlo, no ejercerlo, puesto que no les pertenece. El poder pertenece al pueblo y ellos deben administrarlo en la búsqueda del bien común.

No lo poseen, luego no lo ejercen. Solo se les ha delegado y deben administrarlo.

La sensación que me dejó esta vez el tráfico automotor de Mendoza fue muy especialmente contradictoria. Hace apenas tres años de mi visita anterior, sin embargo he visto muy grandes cambios.

Para mejor, mucho mayor respeto por la senda peatonal, comportamiento correcto en las rotondas, priorizando el paso como corresponde, falta señalizar con luz de giro al momento de quitar la rotonda, pero el cambio es patente.

Velocidad más moderada en las autopistas. No recuerdo que ningún vehículo me pasara a 160 km/h o más como era antes tan común.

Me dicen que estos cambios de comportamiento se lograron con multas muy saladas, saladísimas y veo, porque lo sufrí enormemente, que se han agregado barreras físicas que obligan a una conducción más lenta y prudente, las tachas.

Se ve patente la mano del gobierno, algo en lo que nunca me había detenido a pensar en mis observaciones anteriores. El tráfico nos muestra el comportamiento social de los conductores, sí, pero también podemos ver cómo interviene el Gobierno. Al menos ahora podemos verlo porque es mucho más notable.

Evidentemente, el tema no es menor desde que se cobra 20.000 vidas al año en todo el país, nada menos, y deja un número seguramente mucho mayor de lisiados.

Una tristísima realidad que solo puede revertirse con una cosa: Conciencia.

La conciencia se logra con una sola cosa: Educación.

Siempre lo dije, hace más de cuarenta años que vengo repitiendo la idea: Educar al pueblo, enseñarle a conducir, hacerle comprender la importancia de un manejo no solo prudente si no correcto, hábil y con fundamentos, no es una tarea menor del Gobierno. Esa deuda mata gente, muchísimos compatriotas todos los años.

Creo que es una tarea central del Gobierno.

Las mejoras son palmarias y se han logrado, aparentemente, permítaseme la expresión, “a los palos”.

Multas muy onerosas y muy agresivas barreras en las calles que hacen peligrar la integridad física de vehículos y personas.

Esto, sumado a la cantidad de obras sin terminar y pésimamente señalizadas, hizo que mis horas al volante en Mendoza fueran una verdadera tortura.

Llegué tarde a varios encuentros, algo que detesto, siempre fui puntual. Temí por las suspensiones del autito de alquiler que manejaba pues aún a baja o muy baja velocidad el encuentro con las tachas me resultaba brutal, muy violento y, por supuesto, me sentí todo el tiempo agredido, no tanto esta vez por otros automovilistas (aunque eso también, lamentablemente, aunque menos) si no por estas medidas gubernamentales.

Mi reflexión termina con la respuesta que me dio un querido amigo cuando le dije: “Hay que educar y no estoy seguro de que ‘a los palos’ sea la mejor manera de educar al pueblo”. Respondió: “Puede que sea la única manera de educar ‘a este’ pueblo”.

Espero que no. Creo firmemente, espero y deseo que no, que haya mejores maneras.

El futuro brillante con el que soñamos desde hace tanto tiempo viene solamente con la luz de la conciencia, no tengo dudas.

La conciencia tiene que ser un dulce despertar, no un disciplinamiento “a los palos”.

De nosotros depende, de todos nosotros.

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