Calles tomadas, desde Ucrania a Venezuela

Con la crisis económica mundial que estalló en 2008 no sólo pudo observarse que el capitalismo especulativo le estaba ganando al productivo sino que la concentración de las fortunas se aceleraba cada vez más.

Pero junto a ese aumento de la desigualdad que se verifica en todo el mundo, apareció en los países emergentes una nueva realidad positiva: La revalorización de las materias primas por la incorporación al consumo capitalista de grandes países como China e India está logrando que, tanto en los demandantes como en los demandados de alimentos, se esté gestando una nueva clase media periférica. Y la condición de  existencia y desarrollo de una clase media está dada por un sistema económico donde haya cada vez menos ricos y cada vez menos pobres, de modo que la balanza económica se estabilice en el medio de la pirámide social.

De esa contradicción entre la explosión del viejo sistema que aún así sigue incrementando desigualdades versus la revolución de expectativas por la aparición de nuevas clases medias, están surgiendo movimientos sociales que sacuden los gobiernos en casi todas partes del mundo.

Es que mientras el capitalismo especulativo concentra poder y riquezas, las clases medias surgidas del mismo capitalismo en su faz consumista y productiva, necesitan imperiosamente una redistribución de los recursos materiales que les permita seguir expandiéndose no sólo para proseguir con el progreso individual sino también para construir comunidades a su imagen y semejanza.

Durante la segunda mitad del siglo XIX y gran parte del siglo XX las revoluciones sociales, sobre todo en los países periféricos, se identificaban con el proletariado, con la clase obrera, porque se suponía que un sistema de economía industrial tenía en las fábricas al sector más interesado en lograr una sociedad alternativa más equilibrada social y económicamente. Pero en la sociedad postindustrial es la clase media la que hace las movilizaciones y las luchas en pos de una mayor democracia política, una mayor igualdad social y una mejor redistribución económica.

Por eso uno de los grandes efectos post-2008 es el que dichas clases medias están ocupando con sus protestas las calles de las grandes ciudades exigiendo el cambio de las condiciones objetivas que les impiden progresar y con ello hacen temblar a los gobiernos.

Se suponía que el proletariado estaba identificado con una ideología, el socialismo, pero ello no ocurre con las clases medias que no tienen, en principio, identidad ideológica sino reclamos concretos democratizadores. Por eso se movilizan en Oriente Medio contra los gobiernos absolutistas; en Estados Unidos y Europa contra el ajuste; en Ucrania por la autonomía y en América Latina por los más variados reclamos. En Chile por la educación popular, en Brasil contra la corrupción y el despilfarro estatal; en la Argentina, por variados motivos económicos e institucionales y, en Venezuela, contra la escasez y el autoritarismo. Y esto es sólo el comienzo.

Como ya dijimos en columnas anteriores, una revolución ocurre cuando aparecen al unísono dos condiciones: Una, que la élite dirigente haya sido superada y aunque siga ocupando los resortes formales del poder ya no represente a su pueblo, por su obsolescencia. Y dos, que aún no haya surgido una nueva élite de remplazo. Por lo que es posible que ante esa doble falta, sectores retrógrados, hasta entonces en minoría, quieran intentar apoderarse del gobierno frente a la irresolución tanto de lo viejo como de lo nuevo.

Que eso es justo lo que acontece dentro de lo que se dio en llamar la primavera árabe donde las clases medias emergentes ocupan las calles pero después no pueden construir gobiernos que expresen sus aspiraciones y reivindicaciones.

No obstante, más allá de todo, las clases medias han ocupado las calles y difícilmente se vayan de ellas hasta que un mundo más justo se empiece a concretar.

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