Ventotene, en Europa no se consigue

El legado del Manifiesto “Por una Europa libre y unida”, nacido en una pequeña isla del Tirreno, en 1941, y cuánto deberíamos ir tomando nota para retomar la buena senda.

Por Fernando Iglesias - Periodista, especial para Los Andes

Año extraño éste, en Ventotene, la pequeña isla a mitad de camino entre Roma y Nápoles en la cual el prisionero del fascismo Altiero Spinelli escribió el “Manifiesto por una Europa libre y unida”, en 1941. Ventotene, donde el emperador Augusto envió al exilio a su hija Giulia por su desenfrenada conducta sexual, se sacudió este agosto con la visita de los líderes de tres de los principales países de la UE: Matteo Renzi, François Hollande y Angela Merkel, que depositaron flores en la tumba de Spinelli. ¿Soplan vientos de profundización de la integración en Europa o se trató de mera propaganda electoral?

Y bien, son ya diez años casi ininterrumpidos que concurro al Seminario Federalista que el Instituto Spinelli organiza en aquella isla donde Mussolini envió también a Pertini, Terracini y los principales dirigentes antifascistas, y en la que en pleno auge del poder militar nazi-fascista-stalinista Spinelli escribió su célebre manifiesto fundacional. Son diez años y, en verdad, nunca hubo entre los participantes del seminario (ciento cincuenta chicos de Italia, Europa y el resto del mundo) tanto interés y entusiasmo; tanto deseo de aportar al camino que termine de conformar la federación de estados democráticos con la que Spinelli soñó bajo las bombas de la Segunda Guerra Mundial.

Flores de Merkel, Renzi y Hollande en la tumba de Altiero Spinelli; declaraciones ambiguas de los tres en la conferencia de prensa, desarrollada sobre el puente de un portaaviones. Todo es confuso, desde ya. También el hecho de que el portaaviones Garibaldi sea, a la vez, guardián de las costas europeas y nave de auxilio para los refugiados que caen de las balsas al mar. La agenda de Merkel-Hollande-Renzi explotaba, de todas maneras. Reformas estructurales del gobierno de la economía continental, fin de la austeridad y relanzamiento económico mediante inversiones regionales de alta calidad sostenidas desde la UE, como las manufacturas 4.0, las energías renovables y un amplio plan de revalorización del patrimonio turístico-cultural europeo, fueron los puntos que propuso Renzi.

Fuerzas armadas europeas, defensa común frente al terrorismo, intercambio de información y nuevas formas de cooperación entre las policías y fiscalías nacionales, control de las fronteras unido a un sistema de emergencias humanitarias a cargo de una guardia costera europea fue el menú que trajo de Francia François Hollande. Sistema europeo de redistribución de refugiados, servicios de inteligencia comunes, inversiones en los países del norte de África a cambio de un mejor control del flujo de inmigrantes, fueron las propuestas de Merkel. Y hubo también tres ideas compartidas que los tres no se cansaron de repetir: 1) el Brexit no es el fin de la Unión Europea, 2) el nacionalismo populista es una amenaza, pero una amenaza bajo control, y 3) Europa no es el problema sino la solución.

En un contexto en el cual es difícil que la situación mejore a corto plazo, veo al menos dos razones para el optimismo europeo. Una, la sola existencia de una agenda europea tan completa y abarcativa es la mejor demostración de que los problemas que afectan a los estados nacionales europeos tienen, al menos, dimensión regional, y -por lo tanto- solo pueden ser resueltos en una escala, al menos, europea. Dos, la invocación a la figura de Spinelli, que además de redactor del Manifiesto de Ventotene fue el creador del primer proyecto de Constitución Europea, aprobado por el Parlamento Europeo y reducido a la nada por los gobiernos. Cuántos problemas se habría ahorrado Europa si además del euro hubiera tenido gobierno económico común, parlamento europeo democrático y con plenos poderes, y un sistema de tasación y financiación continental, como proponía el Proyecto Spinelli de 1984, es la pregunta del millón. En todo caso, su reivindicación tardía parece atender, al menos, uno de los principales problemas de la unidad europea: la falta de conexión entre el proyecto político regional y los ciudadanos europeos.

Nunca ha habido en la historia del mundo un abismo más grande entre los resultados de un proceso político y su popularidad que el de la integración regional europea. Basta dividir el siglo XX europeo en dos mitades, la que precedió a la constitución de la Comunidad Europea del Carbón y el Acero en 1951, y la mitad que la siguió, para poner los resultados de la integración regional en su justa dimensión. Enviar a los antieuropeístas a vivir entre las guerras y genocidios que caracterizaron a la Europa de los estados nacionales autárquicos y soberanos que tanto les gusta sería la mejor forma de darles su merecido; lamentablemente, el túnel del tiempo todavía no se inventó. Entretanto, y por lo tanto, no es sólo pour la galerie si los líderes políticos de Francia, Italia y Alemania elevan a la consideración pública a un prisionero y confinado del fascismo. La foto de los tres poniendo flores en su tumba es un mensaje imposible de ignorar: la unidad europea no estaba ni está hecha sólo de economía, burocracias, monedas únicas y bancos; sino que era y es, esencialmente, un proyecto de paz, libertad y democracia; un desarrollo institucional y político cuyos puntos cardinales son los derechos humanos, el estado de bienestar y la ciudadanía común.

Serán tiempos difíciles para Europa, de cualquier manera. Pero cada una de sus crisis es resultado de su éxito y testimonio del valor de un verdadero proceso de integración regional. Hay desocupación, claro, pero el 8,6% promedio que registra hoy la UE no es alto si se considera que Europa compite con países como China, cuyo costo laboral es entre ocho y diez veces menor. Vacila el acuerdo de Schengen pero no por causas internas, sino por el impacto masivo de la llegada de refugiados (más de un millón en 2015, solo en Alemania) producto de guerras ajenas, que se suman a los cientos de miles de migrantes que intentan entrar cada año a un continente que un día fue la capital mundial de la emigración. Ha decidido irse Gran Bretaña, pero sobran los países que serían felices si pudieran reemplazarla, y no está dicho que las consecuencias que el Brexit tendrá sobre el Reino Unido no terminen siendo la tumba del antieuropeísmo nac&pop.

¿Qué lecciones deja para nosotros, argentinos, la realidad de la Unión Europea? Basta comparar el intenso programa de integración federal que el Summit de Ventotene ha puesto en la agenda con el patético reclamo de cerrar las importaciones del Frente Renovador demendigurista para ponerse a llorar. Massa. De Mendiguren. Solá. Albertito Fernández. Pignanelli. Dirigentes que piensan el globalizado y post-industrializado siglo XXI con las categorías nacionales e industriales del siglo XVIII. Gente que cree que las crisis pueden solucionarse aplicando las mismas recetas que las causaron, y que llevaron a un déficit de balanza industrial que alcanzó los U$S 30.000 millones anuales, según estimaciones de otro padre de la criatura, Aldo Ferrer. Genios que piensan, o simulan pensar, que podemos cerrar la entrada de productos importados mientras le vendemos a todo el mundo. Cortoplacistas improvisados que ni siquiera han calculado los costos de una locura como la que proponen en términos de inversión.

Industrialistas jurásicos convencidos de que una autoparte es un insumo productivo porque sirve para fabricar un auto, pero una computadora, esencial para el trabajo en la sociedad del conocimiento y la información, es un bien suntuario del que es posible prescindir o disminuir en calidad.

Demagogos a los que lo único que les importa es plantar la banderita de la pseudo-defensa del trabajo argentino, y que cuando les preguntan en qué consiste la propuesta repiten las mismas letanías que nos llevaron al cepo kirchnerista. Dinosaurios que no tienen nada para aportar. Les falta sólo prometer que si llegan al gobierno repondrán a Guillermo Moreno en la Secretaría de Comercio para que quede claro de dónde vienen y a dónde nos quieren volver a llevar.

En Europa no se consigue. En la Unión Europea, que acaso ha vuelto a parir Ventotene, no hay.

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