Un templo del rock perdido en el desierto del Valle de Uco

La Estafeta fue una posta de correo pero hoy es el bar donde todos los rockeros mendocinos quieren tocar. Su fama ha crecido tanto que llegó a la televisión local.

Algún pareditano de entonces se habrá reído del loco sueño de don Santiago Méndez. En 1948, este trabajador rural decidió construir un salón delante de su casa con la intención de montar allí algún día su propio bar. Comenzó a diseñar hasta el que sería el mostrador, pero el proyecto quedó trunco.

Quiso el destino que esta vieja casona, apostada donde San Martín hace esquina con la calle Luffí, en Pareditas, terminara convertida en la estafeta postal del pueblo en la década del ‘50. Pero la historia siempre da revancha...

Algo parecido a la mística debió inyectarle en las paredes aquel activista social sancarlino, pues hoy -más de un siglo después- esta construcción perdida en el desierto valletano se ha erigido como templo del rock, como el sitio bien rural al que quiere volver todo el que se precie amante de esta música de raíz urbana.

“Yo me enamoré del lugar. Estuvimos una hora charlando antes del show, comiendo un asado con mayonesa casera que nos hizo la Xime. Y después entré al bar y me quedé como loco. Es pequeño, pero tiene un ángel adentro. Cualquier banda que haga música tiene que tocar en ese lugar”, fue la manera en que describió su experiencia en La Estafeta ‘Canario’ Vilariño, cantante de Chancho Va, ante las cámaras del canal Acequia TV.

Sucede que la movida rockera que se teje en este lugar también suscitó la atención de la televisión. Así, el bar no sólo se ha convertido en un ícono turístico de San Carlos y en cita obligada del rock provincial.

Ahora inspiró un formato televisivo que pone a las bandas rockeras de Mendoza a repetir el ritual que alguna vez hicieron: viajar 124 kilómetros hasta Pareditas, comerse un asado al atardecer entre amigos y luego entregarse a su público en el mítico escenario.

Comunión con el público
Un farol, una esquina, una puerta desvencijada y un viejo cartel indican que se ha llegado a La Estafeta. En la década del '50, hasta allí llegaban ansiosos los pareditanos que habían visto parar el colectivo en la antigua ruta 40 y esperaban que una de las cartas que venían en la partida llevara su nombre.

Iván Sotello era un niño y corría en bicicleta hasta la parada a buscar el pesado bolsón con la correspondencia que enviaban desde el correo central, ubicado en Eugenio Bustos. Era su forma de ayudar a Elba y Leti Méndez, su tía y madre respectivamente, quienes se hicieron cargo en distintas épocas de la tarea postal en el pueblo.

A Ivan siempre le atrajo el rock. Fue uno de los mentores del legendario grupo valletano Grasa’e Moto y miembro de Dueños del Santo. Por cuestiones familiares, él heredó esta construcción y -cuando tuvo la oportunidad- apostó a hacer que esas paredes fueran testigos de la mágica comunión que se da entre el público y el músico, como también lo hubiera querido su abuelo Santiago.

La chance llegó en 2008. Un grupo de amigos conformaron el colectivo Pueblo Barro, que se proponía armar una oferta de distintas postales de turismo rural desde la perspectiva e identidad local.

“Yo en lo único que tenía experiencia era en organizar conciertos de rock y como queríamos hacer algo por puro gusto... abrimos el bar”, cuenta el músico.  Su mujer, Ximena Cabrera, y Alejandro Fuentes (también de Grasa’e Moto) se embarcaron en la aventura como socios.

Desde entonces, La Estafeta ha ido creciendo en calidad y en convocatoria. Hoy es un sitio de referencia del rock mendocino. El boca en boca no sólo aumentó el número de feligreses del rock que lo eligen, sino también el grado de fidelidad.

Iván explica el fenómeno por el clima que se crea. “Hay una mayor interacción, un respeto mutuo entre el público y las bandas. Tocan tranquilos hora u hora y media, luego ponemos temas de igual estilo (no tenemos la urgencia de armar baile y que sea redituable, no vivimos de esto). Los artistas se mezclan con la gente y charlan y ofrecen sus CDs. Y cuando uno sale de madrugada del bar, se reencuentra con el silencio y la oscuridad del desierto”, relata el propietario.

Eso ha hecho que cada vez sean más las bandas que quieren tocar allí. Incluso en tan sólo unos días se completaron las grillas para el ciclo de conciertos La Estafeta 2015, que arranca en noviembre (ver aparte). “Igual no fue siempre así. Hubo recitales en que éramos tres y nos la arreglábamos para pasarla bien”, se ríe Iván.

De puertas abiertas
El espíritu de La Estafeta es esa curiosa mezcla de lo postal y el rock. En su interior, las fotos de bandas rockeras, los instrumentos y la barra de bebidas conviven con cuadros de pintores locales y con el viejo buzón postal y la balanza donde se pesaban las cartas.

Aunque el rock es su esencia, el sitio también ha oficiado de escenario de obras de teatro, milongas y espectáculos artísticos de diversa índole. “¿Cuál es mi proyecto?”, repregunta Sotello y acota con una sonrisa: “Que siga así, que logremos mantener esta energía y que todos los rockeros sientan que este es su refugio”.

Un ciclo de recitales

Durante seis meses -de noviembre a abril- La Estafeta presenta todos los viernes su ciclo de conciertos de rock. Dada la demanda que los organizadores tuvieron por parte de las bandas, debieron poner dos números por noches.

Este ciclo 2015 arranca el viernes 6 de noviembre, cuando subirán a su pequeño altar Sergio Bonelli y Los Dueños del Santo. Por él han pasado ya la mayoría de las propuestas actuales del rock provincial. Pero también ese escenario ha recibido bandas nacionales y algunas internacionales, de países como Chile y Paraguay.

“Hay una necesidad grande de sitios para tocar donde se disfrute prioritariamente la música. Las bandas locales hoy deben tocar en restaurantes -donde el ruido molesta a los comensales- o en boliches -donde están apurados por arrancar el baile y que entren más personas-. Acá lo importante es el arte que traen para compartir”, apuntó Sotello.

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