Roly Giménez: “Ser rockero en Mendoza es pura fuerza de voluntad”

Investigó durante 22 años. Juntó fotos, entrevistas, recortes y testimonios de todo tipo. Compiló casi mil trescientas bandas. Con ese mundo de sensaciones, Roly Giménez nos entrega ahora un libro de 780 páginas que cuenta la exhaustiva historia del rock

Escenario del Gabriela Mistral, invierno del ‘82. Una potente banda de rock lasherina - Rudas- está a punto de encender su show. Con cero presupuesto, los músicos se han esmerado en montar una puesta. Hay cuero, tachas y pulmón. Un amigo aportó un seguidor, lujo lumínico para los Rudas. Otro sacó de la galera una bomba de estruendo. Y otro, colombófilo, ofreció lo primero que agarró: sus palomas mensajeras.

El trío del aguante imaginó una gloriosa apertura de la banda. “Cuando el cantante empezó a vocalizar a lo Robert Plant, el pirotécnico lanzó al aire la bomba de estruendo y el del seguidor la enfocó. Ahí aprendí que las palomas se van a la luz. Y sí, se fueron derecho.”

- ¿Masacre?

- Y claro. Las palomas muertas caían en el escenario. Caían sobre el baterista. La banda espantada seguía tocando. Y nosotros pensábamos que todo era parte de la puesta.

Anécdotas como ésta, tiene miles. Es que Roly Giménez viene transitando el rock por las calles mendocinas desde antes de convertirse en periodista y escritor. Y después también, cuando participó de programas radiales y de revistas como Diógenes y Zero.

Unos 22 años atrás se preguntó dónde estaba escrita esa historia local del género y, como nada encontró, decidió ponerse manos a la obra.

- ¿Cuál es el origen?

- Arranco en el año 1958, cuando llega acá la película “Al Compás del Reloj”, con el tema “Rock around the clock”, de Bill Haley. La estrenaron en el Rex y fue un descontrol. La gente terminó bailando en las butacas y, de ahí, la horda rockera enfiló para la Plaza San Martín. Claro que la fiesta se complicó con esa otra horda de la época: tangueros.

Roly recopiló decenas de testimonios que narran la picante relación entre los fans de ambos géneros a fines de los 50s. Como cuando el primer ídolo pop, Billy Cafaro,  quiso cantar su “Criminal tango” y se le pudrió.

- Al empezar tu investigación, en el '94, ¿a quién fuiste a buscar? ¿Quién es la enciclopedia viviente?

- ¿Y quién va a ser? ¡Mario Mátar! Pasa que cada entrevistado tiene su propia película. Y a veces las cosas se mezclan o los años se confunden. Pero Mario tiene una computadora en la cabeza.

El oráculo Mátar fue uno de los que le reveló datos de lo que parecía una leyenda urbana: la Cueva del Genio.  Uno de los hallazgos de la investigación que Roly ha difundido en varios artículos pero que siempre atesora una nueva versión.

Los músicos de rock mendocinos de los ‘70s llamaban El Genio a Luis Muro, entonces un joven técnico electrónico que comprendía sus ambiciones sonoras. Luis vivía con su padre en la única casa que había sobrevivido a la demolición de la Bodega “El Globo”, en el corazón de Godoy Cruz. “Un día se dio cuenta de  que bajo su piso existía un pasaje a las galerías subterráneas de la vieja bodega. Fue como una película. Cuando vio esa especie de sótano instaló allí su taller de electrónica y una sala de ensayo. Así que entre el ‘73 y el ‘75, el rock mendocino se forjó en el underground de la Cueva del Genio”.

Muro ya no vive en Mendoza. Tampoco los miembros de una de las bandas que solían ir a su mágica cueva. “Todo se complicó después del recital de Lágrimas Blues. Fue en el Cine Plaza, en octubre del ‘75. Irrumpió una patota y se llevó detenido a todo el grupo, incluyendo al Genio. Sí, ya existía el D2. A los músicos los mantuvieron presos siete días. Uno de ellos, cansado de que lo golpearan, se quiso arrojar por la ventana. Quedó enganchado en los vidrios y se cortó tanto que tuvieron que ponerle veinte puntos. Así y todo, no lo soltaron de inmediato”.

- ¿Por qué esa frase de Los Enanitos Verdes para el título del libro?

- Porque, después de Malvinas, fue la banda que pegó el salto. Escuché esa canción en la radio, del primer disco de los enanos, con David Lebón cantando. Es como un homenaje a ese tema. Habla de la resistencia. Es que ser rockero, en Mendoza, es pura fuerza de voluntad.

Lo que el corazón diga

“Aún sigo cantando. 55 años de rock mendocino” consta de dos partes. Primero, una biografía de todo el movimiento a nivel local que abarca desde 1958 hasta 2015.

La segunda parte, llamada ABC, es un exhaustivo listado de bandas y solistas, con su historia pertinente. Casi 1300 grupos en los que se da cuenta de  integrantes, época, discos grabados, nombre de algunos temas y sendero musical trazado.

- ¿Y cuál es la canción que más te conmueve de todas las que suenan en esta historia?

- Hay una de Fernando Barrientos, que grabó Pedro Conde. Se llama “Tiempo de Tala”. Ponéla en YouTube.

Suena. “Como es costumbre,/el hacha deja al bosque/con cicatrices/pero se olvida de las raíces”, cierra la letra.

Pero en estas 780 páginas las raíces resurgen, se muestran. Conectan ese árbol musical que ha crecido bajo tierra en este suelo tan hostil como inspirador. Del cover al rock progresivo. De Bebe Pocchetino y Los Panamericanos al mestizaje actual, pasando por la fusión y lugares de culto como La Bóveda, esta canción que sigue sonando toca diferentes fibras pero habla de lo mismo: el arte como resistencia.

Presentación

"Aún sigue cantando. 55 años de rock mendocino"

Día y hora: hoy, a las 18
Lugar: Feria del Libro de Mendoza. Espacio Julio Le Parc. 
Participa Ulises Naranjo como presentador y la banda Los Dinosaurios como propuesta musical.

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