Primera infancia: ¿cómo acompañar su desarrollo?

La educación y maduración de nuestros hijos no está en relación con la cantidad de estimulación que reciban sino con el acompañamiento y observación amorosa de los padres. Criarlos autónomos e inteligentes es más saludable que armar un plan para convertir

Apenas nace el bebé, aspirar a la creación del “niño genio” o “superdotado”, como se imponen muchos padres, guarda relación con la mal denominada “estimulación temprana”.

Desde esa mirada, muchos pensarían que ese estimular permanente con histriónicos objetos, imposiciones de aprendizajes, o incluso hasta la supuesta internalización de las dotes musicales o culturales en el niño haría que el chico termine siendo un destacado entre sus pares, o que aprenda rápido todo, “en tiempo y forma” (la de los padres). Nada de todo esto está más lejos de la realidad de lo que es deseable buscar para nuestros hijos.

Para empezar, ya el término “estimulación” esconde un error. Según explica Vanina Rizzo, técnica en Cuidados Infantiles (de 0 a los 3 años) “desde nuestra mirada, basada en la teoría de Emmi Pikler, no hay que hablar de ‘estimulación’ sino de acompañamiento o atención temprana en los niños.

Pikler es una médica pediatra fundadora de esta idea de la no ‘estimulación’, y genera con esta idea una ruptura con aquel paradigma que sostenía la supuesta importancia de la ‘estimulación permanente’”.

De manera sucinta la línea de Pikler sostiene que si bien era muy común ayudar a los pequeños a moverse y a que se les enseñe a sentarse y a caminar, valía la pena preguntarse si en realidad esto era beneficioso para ellos y su desarrollo integral.

Luego de años de estudios, la especialista concluyó que el desarrollo motor surgía de manera espontánea, y que las enseñanzas de los grandes podían no ser siempre lo mejor para los chicos.

“De sus investigaciones se genera un sistema de crianza, en el que se propone que el adulto acompañe el desarrollo autónomo del niño”, sostiene Rizzo.

- ¿En qué consistiría?

- En que para empezar el niño tenga conciencia de su propio cuerpo y espacio. Este último generado por el adulto, como un lugar seguro en la casa (lejos de enchufes o elementos cortantes, por ejemplo), donde el bebé pueda moverse sin intervención permanente del adulto. Se trata de un lugar de acompañamiento, de respeto y de atención a las necesidades básicas del pequeño.

La idea es que el papá o mamá posibiliten ese espacio y las condiciones para que el chico se desarrolle de manera libre y autónoma, moviéndose, observando, explorando. El adulto tiene que brindar la seguridad, lo que no implica no hacer nada, ni tampoco que intervenga de manera permanente.

- ¿Por ejemplo?

- Cuando el adulto le “enseña” al niño a sentarse, a caminar, poniéndolo o sacándolo a voluntad, sin respetar la propia autonomía del chico, y echando por tierra el espacio propio del niño y su necesidad y voluntad (o no) de moverse o de ir a jugar con algo que le llamó la atención.

A no ser que exista una enfermedad física, hay que internalizar que cada niño se desarrolla a su tiempo, ya sea para sentarse, caminar, o jugar. Cuando es porque cuenta con la madurez para hacerlo.

En concordancia con Rizzo el subdirector de Educación Inicial de la provincia, Marcelo García (licenciado en Psicomotricidad Educativa, doctor en Educación e Instructor en Neuroeducación) sostiene: “La línea de Pikler es una de las miradas referidas al desarrollo postural y motor autónomo, como una manera de favorecer el desarrollo del chico. Se apunta a dar una seguridad afectiva al niño que tiene que ver con la calidad del vínculo que le ofrece el adulto. Por otro lado, otro de los pilares fundamentales de la línea es la motricidad libre. Algo muy positivo”.

- ¿Cuáles son los errores más comunes de los padres en ese frenesí por estimular en lugar de acompañar?

- Se debe internalizar la importancia de la observación hacia el hijo. Se trata de mirar al chico no sólo para observarlo, sino para que con la mirada pueda ofrecer a ese bebé o niño, una “función espejante”.

Incluso, de brindarle un espejo de placer a ese bebé. No porque el niño se vaya a ver reflejado en el adulto y sus ademanes, sino porque cuando realiza cada acción está conectándose de manera permanente con el mayor a cargo.

El adulto en este intercambio, le devuelve una mirada de reconocimiento, y con ella le está diciendo que es capaz, que logró lo que deseaba. En esa función de mirada y efecto espejante, el otro (el niño) se va construyendo en la autovaloración.

Por su lado, Rizzo especifica: “Uno de los errores más comunes es que se suele sentar a los bebés, colocándoles almohadones atrás para que no se caigan.

Pero en realidad, hay que comprender que el niño ha sido sentado por un adulto: sin los almohadones se cae porque no eligió esa postura por sí mismo.

Eso es propio del acelere de la sociedad en que vivimos, cuando estamos apurados a que gatee, camine, y luego corra, sin permitir que sea el proceso natural el que lleve al niño a lograrlo, en sus tiempos”.

- ¿Qué juguetes u objetos serían los más indicados para acompañar ese desarrollo natural de cada fase?

- Si es un bebé pueden ser objetos sencillos, simples, no tan pequeños (para evitar el peligro de que pueda tragárselos). El bebé va a tender a llevarse los pies a la boca, ver sus manos, observarse... Quizá si hay un objeto que llame su atención, va a generar en él, el intento de ir a buscarlo.

Sin embargo cuando el bebé es muy pequeño está más enfocado en sí mismo, por lo que a veces brindar tantos objetos que no pueden alcanzar les puede llegar a generar una frustración innecesaria (por ejemplo los llamados gimnasios, de los que cuelgan muchos chiches con muchos ruidos y colores).

Si hay un objeto cerca del niño como pelotitas, o telas de colores (es decir objetos no tan estructurados), resultarán mucho más simples y llamativos para él que un juguete armado, ya que lo podrá explorar de mil maneras.

Desde esta mirada se apunta a no estimular, sino a presentarles objetos más simples, que no necesiten de un adulto para prenderlo o para que le cambie las pilas.

El niño, desde que nace, tiene interés por entender el mundo y a sí mismo. Trabaja para darse vuelta, sentarse, pararse, gatear. Hay que dejarlos en ese espacio cuidadoso y seguro para que lo explore, en sus tiempos y propia necesidad.

Si bien los controles son necesarios con los profesionales médicos, no hay asustarse si tiene 12 meses y aún no camina, o porque otro niño lo hizo a los 10 meses.

Cada chico tiene su tiempo, puede caminar antes o después, si no hay una enfermedad o falta de maduración determinada por los profesionales (en donde sí hay que apostar a técnicas de aprendizajes pertinentes para ayudarlos), lo importante es ver de qué manera ese niño construye ese proceso de aprendizaje”.

Si ahondamos más respecto a juguetes y estímulos erróneos, el doctor García fundamentó: “Los objetos ideales son los polifuncionales. Esto significa que no tienen una función específica.

Por ejemplo: una muñeca o un osito no son polifuncionales, ya que no pueden convertirse en otra cosa, sólo en lo que son.

Sin embargo, un vasito plástico en las manos infantiles puede servir hoy para poder arrastrarlo como si fuera un autito, para hacerlo rodar luego, y pasado mañana para contrastar cuál es la capacidad que tiene en su interior.

Es importante que el niño pueda resolver situaciones, problemas, que observe y que se mueva autónomamente en un espacio determinado como seguro por el adulto.

Si no se le propone situaciones de resolución adaptadas a la complejidad de la edad, el chico no va a lograr ser autónomo. De allí la importancia de la observación y de acompañar ese desarrollo como ambiente favorecedor.

De la fábrica de genios a seres autónomos

Existe un mito que sostiene erróneamente que incentivando al niño en los primeros años de vida con diversas e insólitas herramientas, ligadas a los saberes y a lo cultural, van a dar como resultado un ser ‘superdotado’.

Por el contrario, otro mito popular señala que si no se lo ‘estimula’ con diversas técnicas, el chico no va a ser inteligente ni a desarrollarse en ningún nivel. Ambos casos sólo representan falsedades instaladas, para nada ciertas.

Hay que entender en realidad que todos los niños normales y saludables, tienen un entorno amoroso y son enriquecidos con experiencias que desarrollan normalmente, sin que el adulto tenga que pergeñar un plan de trabajo para ‘estimularlos’.

Se trata de una manera más natural de maternidad y paternidad, con el cuidado amoroso del niño desde pequeño. Una crianza que debe acompañar a los hijos compartiendo juegos, canciones, miradas, descubrimientos emparentados consigo mismo y el ambiente que los rodea, en un perfecto intercambio amoroso.

La maternidad bien ejercida con amor, ternura y atención provee al niño de todo lo que necesita. Todo lo que se le agrega a eso para ‘estimularlo’, como aducen algunos, lo único que genera es estrés en el pequeño, e incluso en el bebé.

En la actualidad existen muchos problemas de sobre-estimulación, en los que pueden verse chicos que tienen problemas de atención o de discursividad.

Hay que internalizar que los hijos no son un programa para que los adultos apliquemos las tecnologías de estimulación. Si el chico nace con alguna debilidad en la maduración, o algún déficit en los reflejos, allí sí será necesaria la ayuda con pasos de atención y educación temprana.

Sin embargo, de no existir dificultades, hay que entender que el desarrollo más sano y perdurable es el vínculo entre la familia y el bebé.

El concepto de la fábrica de genios es terrible y apunta a una precocidad definitivamente innecesaria, basada en mitos.

Mónica Coronado - Psicopedagoga

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