Eugenia Almeida: “El placer de escribir es no saber a dónde voy”

Es periodista, pero llegó a ese oficio por una vía impensada. Sus libros la llevaron a un lugar no planeado. Ahora dio otro giro ‘azaroso’ hacia el policial. De coincidencias viene esta charla.

¿Sabés que no? No es de esas autoras que se montan al atril de los ‘elegidos con los dedos’. No, aún cuando quisieras, Eugenia Almeida se baja enseguida: “trabajé de lo que te imagines”, dice para delinear rápido un camino hacia el oficio, que no tiene nada de romántico, sino mucho de tránsito.

La búsqueda de esta cordobesa ha sido a veces, ardua y a destiempo; a veces esquiva. Pero ella se da maña para conectar con el placer que la lleva a la escritura.

No es de las escritoras que tienen una rutina idílica, en su estudio, con mañanas apacibles. ¡Nada que ver! Eugenia se reparte entre la biblioteca donde trabaja por las mañanas, la radio que la reclama cada día, las columnas semanales en el diario La Voz del Interior y las tardes dando clases universitarias. “¿Y cuándo escribís?”, le preguntamos: “me hago los huequitos como voy pudiendo”, se ríe.

-Entonces, ¿llegaste a la escritura a través del periodismo?

-(se ríe) No. Al periodismo llegué por descarte. Yo había empezado Letras, de jovencita. Dejé porque no se podía cursar trabajando, y trabajo desde muy joven. Estuve un par de años sin estudiar y sentí que algo tenía que hacer. Quería conseguir un trabajo más estable, no tan precario. Me fijé en la Universidad Nacional de Córdoba qué carrera tenía a la noche. Las opciones eran Derecho, que no era lo mío, y Periodismo. Y ahí está.

Y ahí está: tres libros... traducciones de sus novelas (“El colectivo” y “La pieza del fondo”) a varios idiomas, estadías en Francia que le han deparado grandes satisfacciones, como la participación en la 7ª edición del encuentro “Belles Latinas”, Literaturas contemporáneas de América Latina, una edición de su segunda obra de Editions Métailié. Y, ahora, en este preciso instante en que su cantito cordobés resuena fresco desde el otro lado del teléfono, estamos charlando de su nueva novela: “La tensión del umbral”; un salto al policial que ella vive con la emoción de haber sobrevolado el abismo.

-¿Cómo llegaste a "La tensión...", cómo fue el proceso de escribirlo?

-Lo empecé en 2010, un tiempo lo dejé detenido y lo retomé hace poco, en los últimos meses del año pasado.

-Que el personaje sea un periodista, ¿tiene que ver con tu oficio?

-No. Ese personaje podría ser quiosquero o tener otra profesión. Tiene cierta manera de ver las cosas... una ingenuidad, con un retardo peligroso en establecer relaciones entre las cosas, una manera ensimismada que lo hace un poco lerdo, no lúcido. No es en absoluto la figura del héroe. Es un señor que trabaja en un diario.

El señor en cuestión es Guyot, un periodista que va descubriendo, casi sin proponérselo (como su autora) una trama oscura que liga política y crimen. No es ni el gordito Ignatius Reilly de “La conjura de los necios”, ni uno los varones perdidos y oscuros de Raymond Chandler. Guyot es “más común, más cotidiano”, dice Eugenia.

-¿La novela remite de algún modo a nuestra realidad político social?

-Sí. Hay ciertos entramados de poder que son ahistóricos, que estaban en la dictadura, en los ‘80, en los ‘90 y aún hoy, que se van adaptando para que nada cambie. Toman diferente forma. Me interesan mucho las personalidades que no tienen apariencia compleja en el manejo de las relaciones personales, esas a las que no les hace falta el acto de violencia descarnada para evidenciar la construcción de poder.

-¿Y cómo llegaste al policial?... ¿porque es tu primera incursión en el género, no?

-En mis otras novelas publicadas hay una pequeña intriga, no del ámbito de lo policial sino algunos misterios. En esta historia no sabía que iba a inclinarse por el género. La forma que se presentó es como la del policial y la seguí, me entregué a la tentación. Y la verdad es que la he pasado muy bien. Sería alucinante si algo de la intensidad y el placer que sentí al escribirla se pudiera contagiar al lector.

-¿Cómo construís una historia para contarle a tus lectores?

-Cuando trabajo no tengo la sensación de que ‘le hago cosas’ al personaje, sino al contrario: busco limitar mi participación. A mí las historias se me presentan visualmente. Es como contar un sueño o una película que viste. Para mí el trabajo en las novelas es crear un escenario y tratar de ver qué van haciendo esos personajes en él. El placer de la escritura es que no sé a dónde voy, por eso me gusta el acto de escribir: salir sin rumbo y ver qué pasa.

-Debe ser, entonces, muy arduo el trabajo de corrección

-Sí, es muy intenso: para lo bueno y para lo malo. Es que como has andado vagabundeando... En el caso del policial ese trabajo fue mayor, porque el género exige una precisión y un ajuste que no tuve que hacer en otras novelas; o lo hice de manera muy distinta.

-¿Y por qué se llama "La tensión del umbral"?

-Esa frase la dijo una amiga mía, una vez, en relación a umbral físico. Y yo le dije: “algún día te lo voy a robar” -se ríe-. En esta novela está el juego de estar al borde de algo, el umbral, el inicio de otra cosa. Mis personajes están todo el tiempo al borde. En esos momentos se genera mucha tensión, porque uno sabe que aún dándote vuelta, yéndote de ese umbral, estás en el inicio de algo. Tiene que ver con la idea de las decisiones, en qué infierno nos metemos sin darnos cuenta, cuando decidimos cruzar o esquivar el umbral.

-¿Qué revelaciones encontraste en este umbral hacia el policial?

-Norman Mailer dice que todo lo que uno escribe viene del inconsciente. Ese inconsciente es como un caballo que está afuera. Si vos querés que venga, tenés que tener un establo donde sienta que lo vas a cuidar. Yo he tomado ese consejo. Las ideas que me parecen más tontas, los sueños, todo lo que me va surgiendo, lo voy anotando.

El inconsciente después se encarga de articularlas, de escucharlas. Yo me entregué a esa situación, aún cuando no entendía hacia dónde estaba el rumbo. Pero cuando me iba a dormir, sentía la sensación de revelación.

Es como un camino de iluminación hacia lo interior. Son acertijos que encuentran su solución, una epifanía. Mi conexión con el deporte me enseñó eso: cuando vos corrés largas distancias, cuando no das más y sentís que te vas a morir de cansancio, si seguís, llegás a un estado de perfección que, claro, sólo dura un instante. De esos placeres salen buenas cosas.

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