Dos por uno

“La poética del asunto”, una colección de relatos breves, y “Letristas, la escritura que se canta”, un compilado de entrevistas a algunos de los compositores más famosos del país, son los dos nuevos libros sobre los que Federico Merea conversó con Cultur

-Estás estrenando dos libros, una ficción propia y un periodístico, escrito en conjunto con un amigo en el que hay entrevistas a músicos muy importantes…

-Sí, “Letristas, la escritura que se canta” es, como decís, un libro de entrevistas a escritores de canciones que hicimos con Alejandro Güerri y se acaba de publicar, editado por Gourmet musical. Son conversaciones con destacados autores de la música popular argentina en las que se indaga sobre el oficio de la creación de textos escritos para ser cantados, el proceso de escribir letras, los vínculos entre la escritura y la música, el imaginario personal de cada autor.

La lista de entrevistados abarca un amplio espectro: Ramón Ayala, Pipo Cipolatti, José Curbelo, Adrián Dárgelos, Juan Carlos Denis, Horacio Fontova, Roberto Jacoby, Pablo Lescano, Javier Martínez, Paz Martínez, Santiago Motorizado, Héctor Negro, Ale Sergi, Jorge Serrano y Dante Spinetta.

-¿En qué circunstancias comenzaste con la escritura de "La poética del asunto", tu libro de cuentos?

-No puedo precisar cuándo empezó este libro. Encuentro cosas en cuadernos de adolescencia en los que puede haber un origen. Pero más precisamente hace unos diez años hice un taller de escritura con Fernando Aíta y Alejandro Güerri, en el que junto con compañeros y compañeras hacíamos una buena gimnasia. Duró varios años y ahí surgieron, en forma embrionaria quizá, algunos de estos cuentos.

Después, específicamente con el material más avanzado, también hice un ejercicio de reescritura con Mariano Fiszman. Por eso quiero dejar mi agradecimiento por escrito para estos tres amigos. Y claro, hubo mucho trabajo personal de corrección, lijado y pulido, eligiendo qué cuentos iban y cuáles quedaban afuera, ordenando la edición, pensándolos por separado y en el conjunto.

-¿Y el título cómo apareció? Es muy propicio…

-Una posibilidad válida y la más usada en estos casos, era que el título del libro provenga de repetir el título de alguno de los cuentos. Eso no me convencía, quería que saliera de algún lugar de la escritura. Ni bien llegué a “La poética del asunto” se me instaló. Tiempo después me llegó a las manos “La poética del espacio”, de Bachelard, pero no me molestó, poéticas puede haber muchas, me dije.

Me gustó cierto carácter contradictorio, humorístico, ya que en primera instancia un asunto parece algo serio o burocrático que no tendría su poética. Como aparece en el cuento se relaciona con cierta vida interior, mundo personal de cada uno, y eso me lo reafirmaba más aún.

Los editores me plantearon, criterio que me pareció muy bien, que como está dicho en el cuento donde aparece la frase, suena más liviano, en cambio extraído fuera del contexto del cuento podría sonar solemne o literaturesco, y entonces empecé a buscar otra vez; pero, con total sinceridad, no encontraba nada que lo supere, y cada vez me convencía más.

Después conociendo mis fotos me ofrecieron poner alguna en la tapa y encontré una que a mi parecer le restituía ese carácter quizá contradictorio, liviano, humorístico. Se los mostré y les pareció muy bien. Además señalaron en el texto de contratapa el valor de la mirada, que le puede conferir cierta poética a un asunto. Quedé muy conforme. Otra cosa más para agradecerles a Mariano Blatt y Damián Ríos.

-¿Las situaciones que se plantean tienen anclaje en la realidad? ¿Hasta qué punto?

-Puede haber relatos que tengan mayor o menor anclaje en situaciones de la realidad, una imagen, cosas vividas, escuchadas, otras pura imaginación, pero creo que una vez que se escribe todo es reelaboración y no hay por qué respetar el punto de partida que dio origen al cuento, sino utilizar todos los recursos que se tengan para lograr el mejor resultado. Es ficcional, creo que no se está traicionando nada, son materiales de trabajo.

-Hay muchas voces distintas…

-Intenté que cada cuento pida su forma, más allá de que pueda haber marcas de algún estilo. Por eso trabajé mucho en esa reescritura y hay cuentos en primera, segunda y tercera persona, uno que es oralidad pura, unos más porteños, otros más neutros, unos brevísimos, otros más extensos, en el que abre el libro el narrador es un muchacho, en el que lo cierra, una señora.

Quizá es casi imposible, pero el intento fue en una anteúltima instancia de corrección, leer los cuentos como si fueran de otro, y tratar de ser implacable. Si no era funcional al cuento había que cambiarlo o hasta sacarlo de cuajo, lo cual puede ser doloroso porque hay cosas que cuesta mucho que surjan; o al menos era mi sensación al ser el primer libro que publico, pero al final es lo mejor.

Pongo un ejemplo esquemático, con la fotografía, que es otro de mis grandes intereses. Supongamos que voy a hacer una serie de fotos (está claro que no todas las series son así de tajantes) de estaciones de tren. No es lo mismo si las fotos las saco con un celular que con una cámara de placa con película blanco y negro.

Es decir, la técnica va a ser el estilo. Lo mismo puede pasar con la escritura. El cómo modifica al qué, y en algunos casos más aún, hasta cómo está contado puede ser el cuento en sí, o el atractivo mayor más allá de, digamos, el argumento. Por eso, volviendo al comienzo, lo de tratar que cada cuento pida su forma hecha con palabras.

-¿Y se puede hablar de referencias literarias en el libro?

-No sé si referencias, hay autores que me gustan por el humor, la profundidad, la potencia, la honestidad, la capacidad de crear otra realidad con el lenguaje.

Puedo citar al voleo, de por acá y olvidándome de muchísimos a Payró, Fray Mocho, Felisberto Hernández, Onetti, Juan Filloy, Hebe Uhart,  Arlt (especialmente las aguafuertes), Gombrowicz, y en otras lenguas, Maupassant, Cheever, Carver (no solo los cuentos sino también los poemas), y freno para poner un límite.

-¿Y fuera de la literatura?

-Hace poco leí “Memorias de un tramposo”, de Sacha Guitry, y entendí por qué me gustaban tanto sus películas, y como estudiante de cine que fui son amplios los gustos, pero si digo que me gustan las películas de John Houston o Cassavetes, no lo puedo asociar con precisión a la escritura. Las influencias pueden venir de los lugares más diversos y estar en un terreno consciente y/o inconsciente, como podría ser con la música.

Sí tengo un vínculo fuerte con la fotografía. Entre las fotos que saco, y lo que escribo, es posible que haya contacto. Y a los fotógrafos que admiro (que son demasiados como para poner acá) los puedo asociar más a una influencia sobre la escritura. Por ejemplo los que con elementos de la realidad (y está claro que este concepto puede ser ambiguo y se ha debatido mucho) crean otra realidad.

Un ejemplo puede ser Tony Ray-Jones. Pero no un surrealismo o una ciencia ficción, sino algo apenas corrido de lo real que lo enrarece, lo potencia, produce humor, extrañamiento y una nueva mirada. En “Wakefield”, de Hawthorne, el personaje se oculta a una cuadra de su casa, no escapa a otra ciudad, exótica o alejada.

Es muy sutil, y en esa sutileza, que puede ser hasta perversa, se produce un movimiento que me atrae. Hay cuentos del libro en donde creo se produce un pequeña ruptura del orden lógico y en esa pequeñez se puede alterar la razón. Y en varios está la fotografía, el video, la reproducción a través de la imagen, así que seguro pasa algo por ahí.

Fragmento de "Pichuco"

La última Navidad, después de una Nochebuena de bebidas blancas, desayuné con cerveza. No sé qué pasó el resto del día. Al atardecer me encontré caminando sin rumbo por el suburbio. Un fino tamiz me separaba del mundo. Un perro tuerto y sarnoso pasó con una menudencia colgando de su boca.

Estallaban lejanos petardos. Cerca de la esquina tres figuras. No se me definían los contornos. Me acerco y veo a las tres viejas. Todas canosas. Ropas sin color. Una casa con un león de yeso en el jardincito de entrada. Los canteros de los árboles con cerámicos haciendo juego con la fachada. Una de las viejas tiene una botella en la mano. La levanta con dificultad. Un levísimo movimiento, casi un espasmo.

—Muchacho… ¿nos ayuda?

Con manos temblorosas me alcanzó la botella, que resultó ser de sidra. La izquierda sostenía el pico y la derecha empujó desde la base. En el instante en que me pasaba la posta vi en un rapto etílico la escena de las tres en la cocina intentando abrirla, una por una, probando con un repasador, desistiendo, saliendo en fila a la vereda, esperando a que pase yo.

La etiqueta de la sidra había perdido el color. La tapa plástica era puro abandono y sequedad. Mis primeros intentos fueron en vano. Tratando de ganar tiempo, de aferrarme a algo y a su vez buscando excusas, justificativos, compasión y quién sabe qué más, interrogué al vidrio verde de la botella. Quería una fecha. La encontré con dificultad. Estaba muy borrosa.

El mes no se leía, el año sí: era un año de hace doce años. Les eché un vistazo conjunto a las tres. Encontré caras esperanzadas que escondían angustia. También eran clientas que esperaban un servicio. Me miré las manos con múltiples líneas enrojecidas y volví a intentarlo, esta vez con mi remera como antideslizante, haciendo oídos sordos al ofrecimiento del repasador: no cedía.

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