Desborde emocional, mal de la época

Afecta a aquellas personas -generalmente mujeres, pero también se observa entre los hombres- muy autoexigentes y que no delegan tareas.

Desborde emocional, mal de la época
Desborde emocional, mal de la época

Paola (37) habla rápido y cuando explica los motivos por los que a veces se siente desbordada, un tono de angustia se suma a su voz.

“Tengo que tratar de cumplir con todo, como mujer, como madre, como profesional. No puedo fallarle a nadie ni desentenderme de nada porque si no se viene todo abajo", describe. La acumulación de demandas y obligaciones del modo de vida actual provoca que algunas personas sientan que están constantemente al borde del colapso.

Paola es ama de casa, madre de dos niños -de 8 y 1 año- e intenta terminar sus estudios. Como su esposo trabaja todo el día y está fuera de casa unas 15 horas diarias, ella es quien se encarga de la crianza de los chicos y de las tareas del hogar. Si bien plantea que no tiene a quien la reemplace en estas actividades y que trata de buscar el momento para dedicarse a estudiar, también reconoce que se autoexige mucho. “No me permito fallar”, indica.

Como consecuencia de este ritmo cotidiano, o la actitud con que lo enfrenta, se siente agotada. Por eso, le preguntó a su doctora si podía tener algún desequilibrio hormonal, a lo que la profesional le respondió que en realidad está desbordada. La médica le explicó que, como le ocurre a muchas mujeres e incluso -le confesó- a ella misma, le cuesta delegar, lo que provoca una sobrecarga.

El psicólogo Daniel Venturini comenta que la vida contemporánea es mucho más compleja que la de un tiempo atrás, cuando el hombre tenía un trabajo y la mujer era ama de casa o contaba con un empleo de medio día. Hoy, ejemplificó, ellas trabajan a la par de ellos y es muy común que tengan dos o tres ocupaciones. De ahí que las demandas cotidianas superen la capacidad de respuesta de las personas, lo que favorece que colapsen más fácilmente.

Venturini añade que, además de múltiples actividades, las personas tienen que afrontar obligaciones impositivas y responder a las necesidades creadas por la sociedad de consumo.

“Todos quieren progresar, viajar, construirse la casa”, ejemplifica sobre la cantidad de demandas a las que los individuos sienten que deben responder con recursos insuficientes. Pero sobre todo, sin posibilidad de renunciar a ciertas cosas, porque el modelo exitista imperante los lleva a percibirlo como un fracaso.

Para el especialista, una forma de evitar llegar a este desborde emocional es aprender a seleccionar los objetivos, a encontrar aquellos que tengan sentido para la persona, más allá de los mandatos sociales. Y a partir de esto, saber renunciar a aquello que no es tan importante.

Preponderancia de lo laboral

Mauricio Luna, psicólogo clínico, comentó que la frustración, la angustia y el estrés se suelen atribuir al modo de vida actual, cuando en realidad tienen que ver con la necesidad de las personas de sentirse acompañadas y orgullosas de ellas mismas y lo que hacen. De hecho, quienes cuentan con poca contención emocional manifiestan antes fisuras en el manejo de la presión y se quiebran más rápido ante el estrés.

El especialista, quien ha trabajado en el abordaje de enfermedades crónicas y psicosomáticas, señaló que lo laboral ha cobrado una dimensión excesiva en cuanto al tiempo que se le dedica, al punto que entre 60 y 80 por ciento de la vida de muchas personas está abocada al trabajo.

Si bien reconoció que esto se debe en parte a la situación económica y a la necesidad de asegurarse un ingreso y un buen posicionamiento social, también indicó que hay quienes responden más a las demandas laborales que a las de esparcimiento.

Luna explicó que es común que en familias en las que trabajan tanto la madre como el padre, estos manifiesten preocupación porque no pasan suficiente tiempo con sus hijos, pero cuando tienen oportunidad de hacerlo, no la aprovechan. Esto es así, planteó, porque las relaciones sentimentales, familiares, de amistad, poseen un nivel de complejidad que no se observa en el ámbito profesional (aunque resaltó que hay profesiones más estresantes y fatigantes que otras).

“Es más difícil lidiar con el reclamo emocional de alguien que es significativo. Por eso, el trabajo suele funcionar como uno de los mejores refugios”, indicó Luna. Al mismo tiempo, esta preponderancia de lo laboral favorece el deterioro de los vínculos y el descuido de los espacios de contención afectiva y respaldo emocional, donde se pueden compartir experiencias con otros, ya sean padres, hijos, pareja o amigos.

Registrar las emociones

El problema actual, manifiesta Mauricio Luna, es que resulta difícil mantener comunicaciones profundas porque las relaciones de afecto, sentimentales o de amistad están más vinculadas a un pasarlo bien que a resolver problemas juntos. “Está muy ponderada la gratificación, como si la angustia y la ansiedad no fueran parte de la experiencia humana”, lanza y destaca que cuando las personas están angustiadas buscan contención, se abren, se muestran vulnerables y esto es una oportunidad para generar un acercamiento genuino.

Otra dificultad es que hay muchos individuos que no están en contacto con ellos mismos y no registran lo emocional, por lo que funcionan como autómatas. El psicólogo comenta que, salvando la distancia, esto se denomina “mentalidad del guerrero”, quien no tiene tiempo de lamentarse por el dolor o el miedo. Pero, advierte, tarde o temprano lo emocional los alcanza y se producen los quiebres. En cambio, reconocer la angustia y la ansiedad permite anticiparse al desborde.

Mujeres y hombres por igual

Aunque la imagen de la persona desbordada se suele atribuir a la mujer, los especialistas aseguran que no es una cuestión de género. El psicólogo Daniel Venturini sostiene que la diferencia es que ellas se animan a expresarlo más que ellos. También señaló que la manifestación del desborde emocional es diferente: las mujeres suelen mostrarlo desde el llanto y la angustia, y los hombres a partir de la ira y respuestas agresivas.

En tanto su colega, Mauricio Luna, indica que, por la estructura de nuestra sociedad y el machismo imperante, los hombres tienden a dejar de lado lo sentimental y a no estar tanto en contacto con ellos mismos. De ahí que el varón suele aguantar más el estrés y la angustia, pero cuando se produce un quiebre es peor, ya que no tiene válvulas de escape como la mujer.

Descargar la agresión cotidiana

El estrés, la inmediatez con la que se exigen las cosas, la inseguridad, la violencia en diversos ámbitos, las dificultades económicas. Todo estos factores contribuyen, señala la psicóloga Alicia Montón, a provocar ira, agresividad y angustia en las personas, aunque subrayó que cada sujeto es particular y tiene, además de este contexto socio-cultural, uno propio. También influye, añadió, el cambio en los ritmos de trabajo, ya que antes la mayoría iba a almorzar a su casa, en familia, dormía una siesta y volvía a trabajar, mientras ahora se cumple horario corrido.

Pero así como las rutinas se van modificando, también hay que buscar el modo de no llegar al desborde y para ello hay múltiples herramientas: hablar sobre esto con otras personas, dedicarse a una actividad artística, estudiar, participar en la iglesia, cuidar las plantas. Cada opción es válida y, si no resulta suficiente, se puede acudir a terapia.

“La agresión que va generando la rutina se descarga o se vuelve contra uno mismo o los otros”, plantea la psicóloga. Para liberarla, la actividad física, con una frecuencia de tres veces por semana, es fundamental. Pero también, encontrar la manera de disfrutar en lo cotidiano y de realizarse en algo que a uno le guste (si el trabajo no lo permite).

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