David Bowie: el eterno resplandor de la estrella negra

Su último disco, “Blackstar”, fue un mensaje cifrado digno de un genio con la mirada siempre puesta en el futuro. Flashes de la intensa vida de un mutante musical que no perdió la elegancia, el glamour, ni la creatividad. Aun en sus últimas horas.

El lunes fue el shock: tras anunciar dos días antes, en su cumpleaños 69, el lanzamiento de su disco “Blackstar”, ese día despertamos con la indigerible noticia de su muerte. Primera reacción: “no es cierto, es un chiste, debe ser otra mutación”. Segunda reacción: poner a todo volumen la discografía desde “Space Oddity a Next Day”. Tercera: “ojalá haya dejado programada una inteligencia artificial, ojalá -ya  que  vivió en el futuro- renazca”. Difícil resignarse a la partida de un artista tan completo.

Su último gran acto de magia fue ocultar su agonía a la vista de todos. Agonía no. Pues a pesar de padecer un cáncer de hígado durante un año y medio, Bowie se encargó de que viéramos que seguía vitalmente creativo, como si nada.

La intuición de que él diseñó su muerte como última gran performance en la que unió vida y obra cobra -sobre todo si vemos el réquiem de “Blackstar” y el video de “Lazarus”- todo el sentido.

Pongámoslo otra vez: la toma de un closet semiabierto, el protagonista vendado en la cama de hospital, cantando “mira hacia arriba/ estoy en el cielo/ tengo cicatrices que no pueden ser vistas”, el cuerpo levitando, la voz que no se quiebra cuando quiere gritar “ Ya sabes, seré libre/Igual que ese azulejo/ Ahora, ¿no es él igual que yo?”

Lección de altísimo buen gusto: lanzar su última obra (maestra) el día de su cumpleaños y culminarla con su sorprendente y final salida del closet: la muerte física.

¿Cuántas personas, en la historia, han transitado este viaje con semejante dignidad? Algo se desprende de ese hermetismo alrededor de su salud, de esos datos que nunca se filtraron, por más que hubo (tuvo que haber) personas del ámbito de la salud involucradas, además de su familia directa.

Además de lo costoso que pudo resultar ese silencio, hay otra cosa: el Respeto. Eso que logra -aún en este mundo grotesco- mantener a raya a la carroñera legión de paparazzi a sueldo.

Perplejo y conmovido como todos, Brian Eno, colaborador de Bowie desde viejos tiempos (hicieron  discos juntos como “Low”, "Heroes" y “Lodger”), reveló que ambos habían pensado recientemente en revisar su álbum “Outside” y "llevarlo a algún lugar nuevo”. O sea: aún entre sus aliados musicales, Bowie mantuvo el juego hasta último momento.

Dice Eno: "La muerte de David fue una sorpresa completa, al igual que casi todo lo demás a su alrededor. Siento una enorme brecha ahora".
En los últimos años, Bowie vivió en Nueva York y Eno en Londres. Mantenían conexión por e-mail. Firmaban con nombres inventados. Bowie a veces era  Showbiz Sr, Milton Keynes, Borrocks Rhoda y el Duque de oído.

“Recibí un correo electrónico de él hace siete días- recuerda Eno-. Fue tan divertido y surrealista como siempre, enlazando  juegos de palabras y alusiones.  Terminó con esta frase: ‘Gracias a nuestros buenos momentos, Brian. nunca se pudrirán. Y firmó ‘Amanecer’. Ahora me doy cuenta que estaba diciendo adiós”.

Y sí: ahora nos damos cuenta de “la autopsia viva que es Blackstar” (como dice Bruno Galindo), pero también de la elegancia y la dignidad con la que planeó su partida. De su manejo de promoción del último álbum, que incluye la revisión de su vida, de los guiños que envió por las redes y de su goce secreto al pensar cómo nos caería a todos el desayuno del lunes.

No hay modo de no hacerlo personal. Todos -todos- tenemos una anécdota con Bowie. En los pocos metros cuadrados de esta redacción se escucharon frases como éstas: “A mí me sacó de una depresión juvenil”; “Gracias a él resistí la espera de un amor que se había ido de viaje”; “Lo vi en Chile en el año ‘90; la puesta visual fue lo más hermoso que he visto en mi vida”. Y así.

En Londres, donde nació, cientos de admiradores se reunieron espontáneamente para despedirlo/celebrarlo, cantando a cappela “Starman”, esa canción atemporal que Bowie lanzó en 1972 bajo la piel de Ziggy Stardust, el personaje que encarna en el álbum “The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars”, y que envía un mensaje de esperanza a la juventud de la Tierra.

En cada departamento de cada ciudad donde vivió hay, por estos días, altares de velas y flores. Porque si bien rechazó en el año 2000 el CBE que otorga la mismísima Reina (Comandante de la Orden del Imperio Británico, el reconocimiento a las personalidades destacadas), Bowie era un rey sin burocracia.

“Yo, en serio, no sé para qué sirve”, dijo en esa ocasión para explicar el rechazo. También rechazó el título de caballero en 2003, a diferencia de Paul Mc Cartney, Elton John y Mick Jagger. Esa vez, aclaró: “Yo nunca aceptaría nada por el estilo. No he pasado mi vida trabajando para eso”.

Desde los campanarios de las iglesias de Holanda hasta las plazas de África (de donde provino su esposa Iman), desde el tributo que se prepara en el Carnegie Hall el próximo marzo hasta la fiesta que se hará en su honor aquí en Mendoza esta noche, suena en su nombre un sincero “gracias”. Y flota entre los fans como esos globos enormes con forma de ojos que el cantante lanzaba en la gira “Sound+Vision”.

No sólo cambió el mundo de la música; también el de la moda, las artes visuales, el cine. Guillermo del Toro dijo algo bonito y cierto: “Bowie existió para que todos los inadaptados como nosotros, aprendiéramos que una rareza es algo valioso. Cambió el mundo para siempre”.

Flashes
Su nombre era David Robert Jones. Nació en Brixton, Londres, el 8 de enero (el mismo día que Elvis) de 1947.

Su amigo escolar fue el guitarrista Peter Frampton.

¿La historia sus ojos desiguales? La leyenda dice que un compañero de escuela, George Underwood, le dio un golpe en el ojo izquierdo, lo que le ocasionó una permanente dilatación de pupila.

En junio de 1964 apareció en la escena musical con un primer disco (“Liza Jane/Louie Louie Go Home”) bajo el nombre de Davie Jones, junto a la banda “The King-Bees”.

Poco después se cambió el nombre a Bowie, para diferenciarse  del Davy Jones del grupo musical Monkees.

A los 17 años, fundó la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Hombres de Pelo Largo.

En el 67, lanzó su álbum debut “David Bowie”; ese mismo año grabó "The Laughing Gnome",

El primer hit the Bowie en Reino Unido –Space Oddity, de 1969- fue usado por la BBC para la cobertura de la llegada a la Luna.

La primera canción de Bowie en alcanzar el número 1 en los charts estadounidenses fue "Fame", en 1975, escrita con John Lennon.

"Let's Dance", que salió al mercado en 1983, fue el álbum más vendido en toda la carrera del artista.

Se cree que Bowie vendió alrededor de 140 millones de álbumes musicales en toda su carrera. Sin contar “Blackstar”.

Hay una araña nombrada en su honor: se trata de la Heteropoda davidbowie, una especie de arácnido hallado en Malasia por Peter Jaeger, y nombrada en honor al cantante.

Bowie apareció como Poncio Pilato en la película de Martin Scorsese "La Última Tentación de Cristo". Otro de los personajes que encarnó en cine es el siniestro agente del FBI llamado Philip Jeffries en la película “Twin Peaks: El fuego camina conmigo”. Y claro, interpretó a  Jareth, rey de los goblins, en “Laberinto”.

Bowie co-produjo algunas de las mejores canciones del legendario álbum “Transformer” del cantante estadounidense Lou Reed.

Una joya: Bowie grabó una versión de Space Oddity en italiano titulado Ragazzo Solo ("joven solitario"), incluida en “Io e te” (2013), la película más íntima y personal de Bertolucci.

Fue miembro de 10 bandas - The Konrads, The Hooker Brothers, The King Bees, The Manish Boys, The Lower Third, The Buzz, The Riot Squad, The Hype, Tin Machine y Tao Jones Index.

Se casó con la top model somalí Iman en 1992. Concibieron una hija, Alexandria Zahra Jones, nacida en 2000.

Terry, el medio hermano de Bowie, era esquizofrénico y se suicidó en 1985. Éste inspiró varias canciones de Bowie como "Aladdin Sane", "All The Madmen", "The Bewlay Brothers" y "Jump They Say".

En 2004, Bowie fue sometido de emergencia en Alemania a una cirugía de corazón para tratar una arteria bloqueada.

Arcade Fire y TV On The Radio eran dos de las bandas musicales favoritas de Bowie en los últimos 10 años. Win Butler, el vocalista de Arcade Fire, escribió: “David fue uno de los primeros campeones que apoyaron a Arcade Fire. No solo creó el mundo que hizo posible que nuestra banda existiera, sino que nos dio la bienvenida a éste con gracia y calidez. Me llevaré a la tumba los momentos que compartimos hablando, tocando música y colaborando en algunos de los más profundos y memorables momentos de mi vida. Un verdadero artista aun en su partida, el mundo es más brillante y misterioso gracias a él y nosotros continuaremos gritando oraciones en la atmósfera que él ha creado”.

En 1974 estuvo casi en bancarrota. Hoy, su fortuna está valuada en 190 millones de dólares. Sus herederos son su segunda esposa, Iman, Alexandria, su hija de 15 años, y su hijo de 44, el cineasta Duncan Jones ( antes conocido como Zowie Bowie). Ellos tres estuvieron en su lecho de muerte.

Su biblioteca: moderna y antirracista

¿Qué leía? Entre sus libros se encuentran clásicos, contemporáneos, obras sobre música y artes plásticas, cómics, poemarios e historiografía.

Entre los títulos icónicos está “La Ilíada” de Homero y “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, pero lo que más abunda en su biblioteca es el siglo XX. El músico reconocía la influencia de “El gran Gatsby”, de F. Scott Fitzgerald; “El gatopardo”, de Lampedusa; “El extranjero”, de Albert Camus; “1984”, de George Orwell, y “Lolita”, la más famosa obra del escritor ruso Vladimir Nabokov. De las novelas decimonónicas, escogió a “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert, y “El amante de Lady Chatterley”, de D. H. Lawrence.

Hay, en su mayoría, autores en lengua inglesa: Alfred Koestler (“El cero y el infinito”), Martin Amis (“Dinero”), Evelyn Waugh (“Cuerpos viles”), Anthony Burgess (“La naranja mecánica”, “Poderes terrenales”) Muriel Spark (“La plenitud de la señorita Brodie”), Julian Barnes (“El loro de Flaubert”), Ian McEwan (“Entre las sábanas”, cuentos), Peter Ackroyd (“Hawksmoor”).

En cuanto a los libros norteamericanos, sobresale “A sangre fría”, de Truman Capote; “En el camino”, de Jack Kerouac, pionero de la generación beat; “Paralelo 42”, de John Dos Passos; “Última salida para Brooklyn”, de Hubert Selby Jr; “Ruido blanco”, de Don De Lillo; “La conjura de los necios”, de John Kennedy Toole; “Herzog”, de Saul Bellow; “Vida metropolitana”, de Fran Lebowitz

Sobre psicología, su biblioteca incluye obras como “The Divided Self”, de R.D. Laing, y , alternativamente, otras como “Strange People”, de Frank Edwards, y “The Outsider”, de Colin Wilson, que analiza distintas personalidades capaces de destacarse en las sociedades de sus tiempos.

Algunas de las novelas preferidas del músico son “La maravillosa vida breve de Óscar Wao”, del dominicano Junot Díaz, obra que indaga sobre el racismo, los tiempos de Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana y sobre todo la vida de las segundas generaciones de inmigrantes en los Estados Unidos.

También leyó “El marino que perdió la gracia del mar”, de Yukio Mishima, que cuenta la experiencia de un joven que rechaza las convenciones morales de su época. Y figura en la lista “Black Boy”, la autobiografía de Richard Wright, autor de controversiales narraciones.

Obras musicales: Bowie recomendaba la biografía de Little Richard, de Charles White, y “Silencio”, de John Cage. En poesía, una selección de Frank O'Hara, “Los cantos de Maldoror”, de Conde de Lautréamont, y otras piezas capitales como “La tierra baldía”, de T.S. Elliot.

Obras sobre artes plásticas: figuran el “Diccionario de temas y símbolos artísticos”, de James Hall; una recopilación de la revista satírica Private Eye; y de cómics Beano y Raw.

El artista también sintió atracción por publicaciones dedicadas a la Historia. Entre otros textos, leyó “La tragedia de un pueblo: la Revolución Rusa” 1891-1924, de Orlando Figes; “Todos los caballos del emperador”, de David Kidd, y “La otra historia de Estados Unidos”, de Howard Zinn.

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