Conurbano y Metrobus

Se analizan en este panorama algunas medidas del gobierno central que van a mejorar la calidad de vida de los vecinos de la provincia de Buenos Aires.

Por Fernando Iglesias - Periodista. Especial para  Los Andes

Basta ver los mapas electorales del país. La verdadera grieta separa la Argentina sustentable y aceptablemente exitosa en el siglo XXI de los fracasos del siglo XVIII (el Norte feudalizado) y del siglo XX (la Patagonia desierta y el conurbano progresivamente barbarizado). Desde este punto de vista, aunque pueda ser analizada también en clave territorial, es una grieta temporal más que geográfica.

El proyecto central del peronismo, como clase dirigente del atraso que se resiste al desarrollo porque sabe que en ese desarrollo postindustrial y vinculado al mundo estriba el fin inevitable de su poder, ha sido la conurbanización de la Argentina. Los enemigos que la última versión del peronismo eligió (las clases medias urbanas, los medios de comunicación independientes, los sectores industriales tecnológicamente avanzados y el sector agropecuario) denuncian el antagonismo. Contra el futuro, el peronismo propone el modelo del conurbano, hecho de industrias de baja tecnología protegidas y subsidiadas, de villas y barrios marginales, de sectores sociales deliberadamente lumpenizados a merced de la runfla de punteros y dirigentes piqueteros más formidable de la Historia nacional.

Por eso, si alguna redistribución de la riqueza ha tenido lugar durante el kirchnerismo no ha ido de arriba hacia abajo sino de los sectores productivos a los que no lo son. Del sistema económico privado al Estado; de los sectores tecnologizados, avanzados y competitivos -como el campo- a la industria de baja tecnología e inversión; de los trabajadores ocupados a los subsidiados; de las provincias desarrolladas a aquellas cuya viabilidad depende de los giros del Tesoro Nacional; de la sociedad civil a una clase política convertida en una nueva oligarquía cada día más ajena a sus funciones de representación y administración.

El modelo productivo del conurbano, hecho de talleres jurásicos en gran parte clandestinos y de ferias de venta como La Salada, tuvo su complemento urbanístico en la proliferación de countries y barrios cerrados, por un lado, y de villas, por el otro, que invadió el país. La reciente creación del Registro Nacional de Barrios Populares reconoció la existencia 4.100 villas en todo el país, un cuarto de las cuales se crearon después de 2010, es decir: en la segunda mitad de la década kirchnerista. Y si se toma como referencia el inicio del ciclo populista, en 2002, el número de villas y barrios de emergencia en el conurbano bonaerense aumentó casi tres veces.

Su distribución geográfica es también significativa: una concentración altísima, de 1.612 villas, en la provincia de Buenos Aires que el peronismo gobernó ininterrumpidamente desde 1987 a 2015. La Plata, La Matanza, Almirante Brown, Lomas de Zamora y Florencio Varela son los cinco distritos que más villas tienen, todos ellos distritos en los que el peronismo ha hecho y deshecho por décadas; en tres de ellos, ininterrumpidamente desde 1983. Peronismo, peronismo y peronismo. Tanto en los señores feudales de las provincias como en los barones del conurbano. Atraso, subdesarrollo, dependencia, clientelismo y frustración. Si se agruparan en un mismo territorio el área de las villas argentinas ocuparía un espacio más grande que su ciudad capital, sitiada hoy por un cordón villero que se introdujo progresivamente en su territorio: los 163.000 habitantes de villas registrados en el Censo 2010 eran, para 2014, 275.000; un crecimiento cercano al 70% en cuatro años y del 156% desde fines de 2001.

Pero el kirchnerismo fracasó también en el intento de asediar y conurbanizar a la Ciudad de Buenos Aires y de derrotar políticamente al gobierno del PRO, hasta el punto de que todo terminó con el ex jefe de Gobierno de la CABA a cargo de la Presidencia de la Nación.  Hoy, si no me equivoco, asistimos al inicio de un proceso inverso al de la década 'sakeada', de desconurbanización de la Capital y de desarrollo civilizatorio del conurbano.

El Plan Nacional de Agua, por ejemplo, intenta reparar la brecha que este cuarto de siglo peronista abrió entre Capital y Provincia, y que ha llevado a que el 99,6% de los habitantes de la CABA reciban servicios de agua potable por red mientras que en el Gran Buenos Aires la cobertura llega apenas al 70%, con partidos como Ezeiza, Ituzaingó, Malvinas Argentinas y José C. Paz con coberturas inferiores a un quinto de sus habitantes. En el caso de las cloacas la brecha es mayor: la cobertura en la Ciudad es del 98,7% y en el Gran Buenos Aires, del 38%, con casos como Ituzaingó, Malvinas Argentinas y José C. Paz con coberturas inferiores al 10%.

Adivinen quién ha estado gobernando por allí.

La segunda forma en que los estándares de vida de la Capital se adentran en la Provincia es más visible: se trata del Metrobus inaugurado en mayo por Macri y Vidal. Son, por ahora, 16 kilómetros y 17 estaciones sobre la ruta 3, principal eje vial de La Matanza, por los que circularán veinte líneas de colectivos que transportan unos 240.000 pasajeros por día, a un ritmo máximo de 18 mil por hora. Es la línea de luz del Metrobus, compuesta por 1.100 lámparas LED que mejoran la iluminación de una de las zonas más inseguras del país, es esa brecha por la cual el progreso del que muchos argentinos disfrutamos se mete de a poquito en el conurbano, la que tiene la fuerza política de una demostración. La desesperación de la intendenta K de La Matanza, Verónica Magario, y su patético intento de apoderarse del logro mediante afiches más falsos que el compromiso de su partido con los pobres, no hizo más que demostrarlo.

Es cierto que el Metrobus es una obra relativamente menor. Pero también es cierto que su extensión al resto del conurbano puede ser la cara visible de un gran plan de infraestructura (agua, cloacas, calles, trenes) destinado a dar trabajo a millones de argentinos que se habían caído del mapa, y de hacer que el Área Metropolitana sea un territorio integrado y no la metáfora de la grieta social que divide al país cómodo que Cristina nos legó.

Será la evolución de la situación económica el factor que decidirá si el Metrobus y otras obras, como la reconstrucción del Ferrocarril Belgrano, se transforman en realidades. En cualquier caso, expresan las políticas de transporte público del Gobierno de los insensibles CEOs, caracterizadas por inversiones en transporte público de calidad, ferrocarriles y bicisendas. Son decisiones a contramano de las apuestas del anterior gobierno, que se lo gastó todo en una línea aérea en la que solo viaja el 5% más rico de la población y puso el eje productivo y de transporte en los automóviles privados.

Durante el último cuarto de siglo, el de la hegemonía peronista, el conurbano se metió en la Capital y en todo el país, y sus modos de producción y de relaciones sociales se hicieron predominantes. Las villas, las patotas, los punteros, los piquetes, las barras bravas y un vasto conjunto de antihéroes sociales lo invadieron todo. Un país de trapitos y manteros. Un modelo productivo basado en La Salada. Una nación donde la marginalidad se hizo regla y paradigma, y el lumpen desclasado se convirtió en el ídolo del nacanpopismo, como una suerte de clase obrera marxista devaluada.

El gran desafío del actual gobierno es revertir completamente ese fenómeno, haciendo del marginal un trabajador y del trabajador un individuo de clase media; esto es, alguien que vive de su trabajo y no de subsidios, que no depende de la limosna estatal ni partidaria, tiene las necesidades básicas garantizadas y puede aspirar racionalmente a que sus hijos vivan mejor que él. El desafío de Cambiemos es llevar la Capital al conurbano y el desarrollo del centro del país a sus extremos; y la línea luminosa del Metrobus entrando en La Matanza es, por ahora, su mejor emblema.

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