Ante la mutación de lo humano

La educación tiene que buscar un estímulo a la imaginación y a la reflexión, para recuperar la comprensión del mundo y la de nosotros mismos.

Por Guillermo Jaim Etcheverry - Médico. Educador - Especial para Los Andes

Somos hoy testigos y protagonistas de un cambio radical en los valores que hasta aquí dieron sustento a la sociedad occidental, transformación tal vez solo comparable con la que produjo la introducción de la imprenta. Se trata de una metamorfosis profunda en la manera de ser humanos, es decir, de ver el mundo y de comprendernos a nosotros mismos.

Son muchos los autores que han señalado que estamos ante una verdadera mutación de la especie, entre ellos Alessandro Baricco en su ensayo “Los bárbaros”. Es un cambio de consecuencias difíciles de imaginar cuya comprensión plantea un desafío apasionante.

Para identificar las líneas esenciales que permitan reflexionar sobre la influencia que ejercen en nuestra cultura las modernas tecnologías de la comunicación y la información, cuya explosión es la que indudablemente genera y protagoniza esa transformación, resulta revelador un párrafo del escritor español Vicente Verdú, quien, en un breve artículo periodístico publicado hace algunos años, señala a propósito de nuestra época: “La imagen ha ganado mucho terreno a la imaginación. Como, de la misma manera, la emoción ha robado prestigio a la reflexión. En ambos casos la instantaneidad ha vencido al proceso y el suceso puro a su explicación”.

En esas tres frases Verdú logra describir de manera magistral las características del mundo actual contraponiéndolas con las que hasta no hace mucho definían a la sociedad. Como señala, vivimos hoy en un entorno de imágenes que apelan a nuestra emoción. Atrás están quedando la imaginación y la reflexión.

Asimismo, el hecho de que hoy vivamos acechados por abrumadoras instantaneidades nos está haciendo perder de vista que los procesos requieren un tiempo para desarrollarse. Nos hemos ido acostumbrando a percibir solo sucesos puros que, por su carácter vertiginoso, nos aturden hasta el punto de bloquear todo intento de explicar lo que acontece, que, por esa razón, no alcanzamos a comprender.

Ante la indiferencia generalizada se debilitan cualidades que son, precisamente, las que nos constituyen como seres humanos: la imaginación, la reflexión, el intento de comprender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Esta mutación está ejerciendo una profunda influencia en la formación de las nuevas generaciones, ya que no nos mostramos muy interesados en desarrollar esas cualidades en los jóvenes.

Así, por ejemplo, no parecería ser una tarea prioritaria de la educación el despertar la imaginación, fundamental para la creatividad hoy tan de moda. Si bien la lectura, uno de los más potentes estímulos de la imaginación, no parece decrecer según algunos observadores, es evidente que se limita cada vez más a textos muy primarios, simples y directos que, fundados en lo concreto, ni siquiera intentan despertar la imaginación.

Por otra parte, las imágenes omnipresentes no constituyen el medio más adecuado para transmitir ideas o conceptos complejos sobre el mundo y sobre las personas. Vivimos en un entorno en el que se apela a sensaciones primarias, lo que encierra un grave peligro ya que los problemas que enfrentamos requieren ser encarados mediante la reflexión.

Así, por ejemplo, la televisión, un medio poco apropiado para la reflexión, no pretende comunicar ideas sino sensaciones y se ha constituido en un poderoso instrumento para influir sobre nuestras reacciones emocionales. Testigo de ello es su eficacia para moldear nuestra conducta como consumidores y como ciudadanos.

Lo hacen apelando a lo más primitivo que hay en nosotros, en contraposición a la reflexión que implica encarar un trabajo que cada uno debe realizar en su interior, una labor de introspección e interpretación que requiere herramientas intelectuales y ciertos materiales en los que emplearlas, los conocimientos. Ambos -herramientas y materiales- son producto de la educación, o al menos deberían serlo.

La sociedad actual está fundamentalmente basada en la satisfacción de nuestra voracidad por vivir el momento presente. Gozamos o sufrimos con lo que hay, con el suceso puro, pero cada vez estamos menos dispuestos a realizar el esfuerzo que implica comprender la naturaleza de los procesos que han conducido a eso que hay. Habitamos el instante sin reflexionar acerca de cómo se llegó a él ni qué sucederá después. Encarar la difícil tarea de comprensión requiere, además, disponer de un tiempo que nos resistimos a dedicarle.

Nos vamos transformando así en buenos consumidores pero en creadores más rudimentarios, razón por la que nuestra existencia se desarrolla de manera creciente en el puro presente que nos brinda la realidad con una variedad y un vértigo desconocidos hasta ahora por nuestra especie.

Un factor importante es la tendencia actual a considerar que la única posibilidad de interesar a las personas es la de entretenerlas, brindándoles un espectáculo que además les resulte lo más familiar posible.

El objetivo es convencerlas de que no tendrán que realizar el esfuerzo que significa incorporar algo nuevo. De allí surge la tendencia a la facilidad, alentada por la tecnología actual. Todo se somete hoy a la lógica de la sociedad del espectáculo. Asistimos a un peligroso declive de la curiosidad, a la anestesia de esa cualidad esencialmente humana que es, precisamente, la que nos ha llevado a conocer y, en consecuencia, a modificar la realidad en la que vivimos.

A propósito de estos rasgos de nuestro tiempo, señalé en una oportunidad anterior: “Al movernos entre sucesos puros, despreocupados por su posible explicación, nos deslizamos por la superficie de una realidad fragmentaria o, mejor aún, de sus imágenes. Atraídos por lo instantáneo, no tenemos tiempo de detenernos a reflexionar sobre su sentido. Porque, en última instancia, la explicación de lo que sucede es un intento, muchas veces vano, de develar ese sentido”.

Estas reflexiones, que corren el peligro de ser interpretadas como críticas, exageran los aspectos conflictivos como recurso para promover el análisis de algunos aspectos de la mutación que protagonizamos.

Surgidas del inspirado párrafo inicial de Verdú, encuentran también su esperanzada conclusión en las palabras de ese autor, quien señala con agudeza: “Este es el mundo de hoy. El mundo que ha ido formando la cultura del consumo sustituyendo a la cultura del ahorro y la inversión cabal. ¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? La pregunta resulta impertinente porque aceptando que la sociedad es un organismo vivo y evoluciona mediante metamorfosis, ¿qué será mejor, el capullo o la mariposa, el gusano de seda o su crisálida primordial?”.

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