Aprender, amar y volver

Aprender, amar y volver
Aprender, amar y volver

Por tres años, hice un posgrado en Alemania en canto de cámara, especialmente del período romántico; Schumann, Schubert, Brahms y otros, y también música contemporánea, con una profesora alemana que no me dejaba hablar en otra lengua que no fuera la suya.

Este método riguroso de enseñanza fue de gran crecimiento para mí desde lo profesional. Fue volver a las fuentes.

En aquella época llevé una vida abocada al estudio, bastante gasolera. Allí pasé mi estadía en una cosmopolita residencia de estudiantes universitarios en una ciudad a 100 kilómetros de Berlín llamada Magdeburg.

Durante mis escapadas de fin de semana pude visitar casas e iglesias donde habían vivido y tocado grandes compositores. Hice como una especie de "Caminos de los autores"; en Weimar conocí la casa de Liszt, y su famosa escuela de música; en Leipzig, donde vivió Bach, conocí el órgano de la iglesia donde él tocaba y en Halle la casa de Händel.

A lo largo de mi estadía, se fueron sumando muchas anécdotas relacionadas con la música. En una ocasión, fui como espectadora a un concierto de Pascuas en la catedral de Magdeburg y al finalizar "La pasión según San Mateo", la "Matthäus- Passion", de Bach, impulsivamente hice el intento de aplaudir, pero una señora, madre de un amigo, me detuvo a tiempo, porque la costumbre era responder con el silencio. La ausencia de aplauso significaba  agradecimiento,  que había alcanzado el objetivo de conmoverte. Este fue un momento profundo.

Otra costumbre que llegué a disfrutar durante mis estudios, fue conseguir hacer una vida puertas adentro durante los muy fríos inviernos teutones. Acostumbrarme a leer, a escuchar mucha música, a disfrutar del hogar, a formar reuniones de amigos y hacer mucha introspección. Los amigos alemanes me resultaron muy cariñosos, abiertos y divertidos, no tengo nada más que buenos recuerdos de ellos.

En la última vuelta al país durante el posgrado, me casé con mi actual marido, pasamos una semana de Luna de Miel en Bariloche y después de unos meses me volví sola a terminar el cuatrimestre.

Uno días antes del examen final, en febrero de 2006, que incluía dos conciertos, mi marido viajó para allá para acompañarme en aquel estresante momento. Y para celebrar mi graduación pasamos el resto del mes recorriendo Italia, Francia y República Checa.

Él también se había recibido - había terminado su residencia en pediatría - y fue como hacer una Luna de Miel profesional.

Entre las visitas que me acuerdo bien, me resultó muy interesante un tour guiado por las calles de Berlín que nos dio una historiadora chilena que salió desde la famosa Puerta de Brandeburgo y recorría los lugares más emblemáticos de la capital, una capital que recién en ese momento disfruté porque antes sólo iba y volvía directo a su aeropuerto.

Después viajamos en tren a Praga, una Praga bajo hielo, y durante nuestra estadía allí, realmente fue casi imposible comunicarnos porque nadie nos entendía ni en alemán ni en inglés, los únicos dos idiomas en que nos podíamos defender por Europa.

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