Más tecnología y participación ciudadana en la gestión estatal

La “nueva normalidad” ha dejado en evidencia el avance implacable de la virtualidad en la vida cotidiana y los gobiernos deben aprovecharlo

La Legislatura provincial supo adaptarse rápido a las limitaciones que le impuso la pandemia.
Foto: Ignacio Blanco / Los Andes
La Legislatura provincial supo adaptarse rápido a las limitaciones que le impuso la pandemia. Foto: Ignacio Blanco / Los Andes

La pandemia ha acelerado procesos de larga gestación y con ello ha precipitado escenarios que de algún modo se preveían, pero se pensaban lejanos en el tiempo. Desde dinámicas que se nos presentan distantes, como el cambio geopolítico producto del ascenso de China, hasta otras más inmediatas como el progresivo arraigo de la tecnología en nuestra vida cotidiana, con el teletrabajo y el reemplazo de la presencialidad por las conexiones virtuales, entre otras cuestiones, la incertidumbre sobre nuestro destino parece estar a la orden del día, junto a las angustias existenciales que suelen acompañarla.

Al reflexionar sobre nuestras sociedades en la pospandemia, considero prudente evitar dos reacciones apresuradas que ocuparon mucho papel en la prensa internacional: quienes, por un lado, levantaron un alarmismo temprano frente al ascenso de un potencial “Leviatán sanitario”, que en nombre de la emergencia arrasaría con nuestras libertades individuales; y quienes, por otro lado, transitando los románticos senderos del utopismo concluyeron, una vez más, que esta crisis sería la ventana de oportunidad para el colapso del capitalismo, soñando con que de sus cenizas emergerían viejos proyectos sociales acallados por la historia.

De estas interpretaciones exaltadas por el calor de la ideología y la novedad de los acontecimientos, vale la pena recuperar su punto de partida, pero no tanto el de llegada: el pesimismo sobre el riesgo de nuevas formas de control social y el optimismo sobre la posibilidad de repensar el modo en el que organizamos nuestras sociedades, que brinda constantes señales de agotamiento.

Destacar esta dualidad es particularmente importante desde la perspectiva de uno de los aspectos más notables de nuestra “nueva normalidad”: el avance implacable de la tecnología en nuestra vida. Tanto el riesgo del control social como la potencia del cambio propositivo se presentan como las dos caras del mismo fenómeno. Por ello, en lo que sigue, compartiré una breve reflexión sobre el rol del Estado frente a este escenario, procurando sugerir un rumbo para continuar pensando nuestra Mendoza.

Vivimos en sociedades progresivamente más dependientes de la ciencia y la tecnología, con ciudadanías cada vez más alejadas del cabal entendimiento de sus implicancias y el control de sus efectos. Las lógicas globales de producción, distribución y control de las nuevas tecnologías, sumado a sus cambios exponenciales y lo extenso y disruptivo de sus efectos sociales, jaquean como pocas veces al viejo edificio normativo desde el cual el Estado procura brindar servicios, mediar relaciones sociales y construir un orden político y económico.

El carácter disruptivo de la tecnología traerá cambios en la estructura del poder social y económico, profundizando la desigualdad entre personas y sociedades. Frente al desafío que presenta este escenario, el Estado provincial debe avanzar en el desarrollo de una infraestructura tecnológica que le permita integrarse a esta nueva revolución, desarrollando las capacidades que le permitan ejercer sus objetivos sociales, a la vez que deberá desarrollar los medios para nuevas formas de participación ciudadana significativa. Si fracasa en lo primero, se volverá irrelevante, impotente; si fracasa en lo segundo, favorecerá nuevas formas de despotismo tecnológico.

Para ello, un primer paso es utilizar el potencial de las tecnologías informáticas para tornar más eficiente y transparente el funcionamiento del Estado, procurando rendir cuentas y favorecer a la organización de la sociedad civil al facilitar el acceso a la información pública. Sobre esa base, se debe avanzar en dos direcciones: desarrollar mecanismos de colaboración entre el Estado y los sistemas universitarios y de ciencia y tecnología, con el propósito de asistir al desarrollo tecnológico del Estado y al desarrollo de políticas públicas basadas en evidencia. También se debe avanzar en crear mecanismos de participación ciudadana en los diversos ámbitos que involucran la toma de decisiones colectivas, desde el involucramiento de pequeños grupos de vecinos para resolver cuestiones de gestión de la convivencia, hasta mecanismos de participación masiva y directa para decidir las innovaciones institucionales que se avecinan, entendiendo que en la sociedad existen herramientas y conocimientos fundamentales para enfrentar los desafíos de la disrupción tecnológica.

Mendoza ha avanzando sostenidamente sobre algunos de estos aspectos, y si bien resta mucho por hacer, hay buenas razones para pensar que podemos seguir avanzando. La incertidumbre sobre el mundo que se avecina persiste, pero si diseñamos un Estado democráticamente fortalecido y tecnológicamente actualizado, estaremos en mejores condiciones de enfrentar lo que viene.

Del mismo modo que la sociedad mendocina hace cien años enfrentó exitosamente el desafío de diseñar un Estado para el siglo XX, ahora es nuestro momento de dejar una marca en la historia y pensar la Mendoza del siglo XXI.

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