Amor inmortal: la historia de Camila y Ladislao

A 171 años del fusilamiento de Camila O’Gorman y el ex cura Ladislao Gutiérrez, repasamos esta historia de amor prohibido y trágico.

Amor inmortal: la historia de Camila y Ladislao
Amor inmortal: la historia de Camila y Ladislao

Juan Manuel de Rosas utilizó el terror para controlar, disciplinar y eliminar a sus oponentes. En mayor o menor medida dicho instrumento fue siempre parte de su sistema, garantizando la obediencia de muchos. Desde 1835 dio órdenes directas a sus adeptos de vigilar a los unitarios. Temerosa, la elite porteña tomó dos caminos: el exilio o el federalismo. Entre los que eligieron esta última opción se halló la familia de Camila O'Gorman.

Aproximadamente a mediados de 1847, comenzó a visitar con mayor frecuencia la Iglesia del Socorro, ubicada en el barrio porteño de la Recoleta. El motivo no era otro que un sacerdote tucumano llamado Ladislao Gutiérrez, de 24 años. 

Según las crónicas de la época ambos eran muy agraciados físicamente. La sangre sajona de Camila podía observarse en la palidez de su piel. Aquel semblante lívido era sumamente valorado por entonces y aplicaba a los cánones de belleza. Su vestimenta no lograba ocultar del todo un cuerpo privilegiado en curvas y una cintura estrecha.

Todo su ser era coronado con un rostro angelical y delicado.

Como dijimos, Gutiérrez no se quedaba atrás. Antonino Reyes, hombre de confianza de Rosas, describió al sacerdote como “un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto simpático”.

Del trato cotidiano entre ambos -dado que el hermano de Camila era sacerdote y lo conocía- surgió un amor profundo. Lamentablemente fueron incautos y demasiado indiscretos. El escándalo estalló pronto. Lejos de resignarse, escaparon.

El mismo padre de Camila los condenó de inmediato y escribió a Rosas pidiendo ayuda para atraparlos. En el Archivo Histórico de Mendoza se conserva una copia de aquella carta. La misma llegó a nuestra provincia acompañada de un oficio, solicitando la captura inmediata de los tórtolos fugitivos.

“Me tomo la libertad de dirigirme a Ud. por este medio -escribió Adolfo O‘Gorman- para elevar a su superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en participarle la desolación en que está sumida toda la familia”.

Luego de narrar detalladamente la situación y solicitar ayuda, describió a los fugitivos: "El individuo es de regular estatura, delgado de cuerpo, color moreno, ojos grandes pardos y medios saltados, pelo negro y crespo, barba entera pero corta, de doce a quince días; lleva dos ponchos tejidos (...). La niña es muy alta, ojos negros y blanca, pelo castaño, delgada de cuerpo".

Una vez capturados, la decisión del Restaurador fue tajante. Ni siquiera dio lugar a los ruegos de su propia hija en defensa de Camila. El 18 de agosto de 1848, aquellos que enfrentaron a todos por amor fueron “castigados”.

Domingo Faustino Sarmiento escribió entonces: 
"... cunde la noticia de que el cura Gutiérrez, Camila O'Gorman y el niño de ocho meses que llevaba ésta en sus entrañas, habían sido fusilados juntos por orden del gobernador Rosas, Y sepultados juntos en un cajón. Buenos Aires tiene encallecido el corazón de experimentar horror, Y no es fácil cosa conmoverlo con muertes, degüellos, desapariciones de individuos. Todo es vulgar; pero aquel fusilamiento (...) era tan exquisitamente horrible, imprevisto, repentino y aterrante, que valía por una matanza por las calles llevando al mercado las cabezas. Si la ciudad entera hubiese recibido un solo instante la noticia, se la habría visto estremecer como si una cadena galvánica hubiese comunicado a todos una descarga eléctrica...". 

Muchos han tratado de quitar responsabilidad a Rosas, señalando que llegó incluso a ser persuadido por los unitarios. Él mismo los desmintió.

Tras perder el poder y exiliarse en Inglaterra escribió once días antes de morir
"Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O'Gorman, ni nadie me habló en su favor. Todas las primeras personas del clero me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen y la urgente necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución... Mientras fui gobernador, con la suma del poder por la ley, goberné según mi conciencia. Soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos". 

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