Volver al mundo

“Somos nosotros los que movemos el mundo y quienes lo llevaremos a buen término”, sostiene Hank Rearden en la obra cumbre de la filósofa Ayn Rand, La Rebelión de Atlas.

Cuando habla de “nosotros”, el empresario se refiere a una raza de innovadores capaces de generar transformaciones en la industria del transporte terrestre, marítimo y aéreo mundial mediante el diseño de aleaciones metálicas más livianas y resistentes. Un mundo alternativo dentro de esa obra es aquel dominado por empresarios estilo James Taggart, quien a través de la Asociación Nacional de Ferrocarriles promueve disposiciones “anti-perjuicio propio” destinadas a restringir la competencia y evitar la sustitución de los empresarios menos eficientes por aquellos que aplican los últimos adelantos industriales.

El mundo real, al igual que el mundo de ficción de Rand, está habitado por países donde predominan las conductas tipo Harden o Taggart, es decir, países cuyos gobiernos aplican políticas públicas tendientes a estimular la innovación productiva y tecnológica así como naciones cuyas instituciones incentivan las conductas de protección y atraso de sus sectores industriales y de servicios.

Hoy cuando en Argentina se habla de “volver al mundo”, conviene especificar muy bien de qué mundo hablamos. En primer lugar, no cabe duda que a largo plazo nuestro país debe sintonizar sus políticas públicas con aquellas del “mundo Harden” ya que en la realidad, como en la ficción, esos países son sinónimo de cambio y progreso más allá del peso relativo de cada uno dentro de la economía mundial.

Tomando un criterio válido acerca del ambiente innovador como la cantidad de emprendedores billonarios por cantidad de habitantes, Argentina más que volver debe ir hacia ese mundo integrado por países líderes en transformaciones productivas y tecnológicas como Hong Kong, Israel, Estados Unidos, Suiza, Singapur, Noruega, Irlanda, Taiwán, Canadá, Australia, Gran Bretaña, Nueva Zelanda, Suecia, Alemania y Japón. Esa matriz de 15 países debería ser el primer núcleo de consenso de una política exterior que lidere hacia adelante el proceso de asimilación local de las mejores prácticas público-privadas en materia de innovación.

Ahora bien, el mundo además de faros guía como los mencionados en el párrafo anterior, contiene una serie de realidades que por su dimensión económica deben ser contempladas al menos en términos pragmáticos, sea que coincidan con ese ambiente deseado de transformación o no. En tal sentido, al primer grupo de 15 países tendríamos que agregar una lista corta de 7 grandes actores internacionales que aún no liderando un lote de países emprendedores e innovadores, tienen una acreditada gravitación económica mundial, tal el caso de China, Francia, India, Italia, Brasil, Corea del Sur y Rusia.

Y, por último, un tercer eje de política exterior de sentido común que es la relación con el vecindario: Chile, Uruguay, Paraguay y Bolivia.

“Volver al mundo” pues significa conectar en profundidad los cables de Argentina con ese conglomerado de liderazgos, realidades económicas y sensatez, evitando a futuro el error de utilizar la política exterior para satisfacer necesidades de política interna, como ocurrió en la década del ’80 con el acercamiento al movimiento de “países no alineados” o, en tiempos más recientes, con el distanciamiento de Europa, Estados Unidos y el propio vecindario en paralelo a una intensificación de relaciones con Venezuela e Irán.

Después del Brexit

El mundo del progreso tecnológico liderado a nivel global por los Hank Rearden de carne y hueso, como Mark Zuckerberg de Facebook, Larry Page de Google o el difunto Steve Jobs de Apple dejó heridos en el camino, especialmente en aquellas zonas y franjas obreras que sufrieron el proceso de desindustrialización como Liverpool y Manchester en Gran Bretaña, estados del “rust belt” americano, como Michigan y Pennsylvania o Calais en Francia.

Ese es precisamente el núcleo duro territorial que sustenta el liderazgo político de Nigel Farage y Boris Johnson en Gran Bretaña, Donald Trump en Estados Unidos o Marine Le Pen en Francia.

En tal aspecto, la reciente victoria nacionalista en el referéndum por la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o la nominación presidencial de Trump por el Partido Republicano hablan de por sí de una amenaza real al profundo proceso de cambio tecnológico mundial por parte de grupos que enarbolan la bandera del libre comercio y el achicamiento del Estado mezcladas con posturas contrarias a la inmigración y al mundo conectado de la globalización.

Sin embargo, aunque estos líderes representen hoy una evidente opción política en el ámbito de algunos países centrales, es difícil que este avance logre una alteración sustantiva a un proceso de cambio tecnológico que solo medido en términos del tráfico de datos hoy alcanza a nivel mundial un equivalente a 1,3 librerías del Congreso americano por segundo y 45 veces el flujo de información intercambiado en 2005.

Por ello, Argentina no debe prever de ninguna manera un escenario mundial diferente sino a lo sumo en conflicto, vaivén y transformación, atendiendo muy especialmente al reciente mensaje de Obama: “No hay ningún empresario ganador en Estados Unidos que piense que el hombre de negocios más exitoso sea Trump”.

Por cierto, un mensaje optimista que bien sintoniza con aquel del imaginario Hank Rearden: “Toda esta insensatez es momentánea, no puede durar mucho, porque es demente, se destruirá a sí misma. Usted y yo tendremos que trabajar un poco más durante algún tiempo. Eso es todo”.

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