Visita sorpresa de Francisco a una villa miseria romana

Fue en el barrio popular Pietralata, donde viven en condiciones precarias inmigrantes extranjeros. Recibió a enfermos y abrazó niños. Emoción entre los latinoamericanos.

Visita sorpresa de Francisco a una villa miseria romana
Visita sorpresa de Francisco a una villa miseria romana

Emilia, peruana, y Rafael, ecuatoriano, caminaban hacia el ingreso de la villa miseria de Pietralata, en el nordeste de Roma, cuando delante se les presentó sonriente, con su típica vestimenta blanca, el Papa Francisco. No podían creerlo. “Sí, soy yo”, les dijo. Lo abrazaron conmovidos.

“¿Cuántos de ustedes hablan español?”, dijo bromeando mientras chicos y grandes se le echaban encima, riendo y llorando. “¡Todos, todos!”, le respondieron los 150 latinoamericanos de la villa rodeada por un muro, donde habitan también polacos, eritreos, rusos y ucranianos.

Llegó corriendo al lugar el párroco de la iglesia proletaria de San Miguel Arcángel, padre Arístide Sana, que estaba esperando la llegada del Pontífice junto con cientos de parroquianos y miles de fieles.

El Papa visita como obispo de Roma los templos de la ciudad y ayer por la tarde estaba programado su encuentro con los católicos de Pietralata. Pero como le informaron que había una villa miseria cercana a la parroquia, habitada además por una mayoría de latinoamericanos, decidió hacer una ligera desviación y pasar primero a saludar a sus hermanos más desfavorecidos, los favoritos de una iglesia “pobre y para los pobres”, como Bergoglio repite continuamente.

Más tarde, en la parroquia, muy festejado por los fieles, Francisco se puso al cuello un pañuelo que le donaron los “scouts” católicos y confesó a cinco penitentes. A los esposos les dijo “nunca terminen la jornada sin hacer la paz”. A los “scouts” les gritó: “¿A quién prefieren? ¿A Jesús o al Diablo?”. Obvia la respuesta.

La parroquia rural fue construída a comienzos del siglo pasado y en torno a ella ha surgido un enorme barrio de casas populares. Francisco saludó uno a uno a un grupo de enfermos, algunos de los cuales respiraban con el auxilio de un botellón de oxígeno.

Estaban allí los voluntarios de la Comunidad de San Egidio, presente desde hace muchos años también en la Argentina, que todos los días llevan desde la parroquia ayuda de comida, medicinas y ropa a los latinoamericanos de la villa miseria que ayer vivió su jornada de gloria con la visita del Papa argentino.

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