Valor esencial de los derechos humanos

Nuestra sociedad debe volver a dar el protagonismo a quienes verdaderamente se les quitaron sus inalienables derechos, los marginados y abandonados por la misma sociedad.

Por Julio Bárbaro Periodista - Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para  Los Andes

Nos acompañan desde siempre, claro que se convirtieron en exigencia colectiva luego del genocidio de la última dictadura. Esa dictadura que en su demencia sirvió para derrotar para siempre los supuestos principios en los que imaginaba estar asentada.

Esa dictadura no era una casualidad, cargaba en su mochila todo el odio antidemocrático que expresaba la supuesta clase dirigente que siempre se sintió dueña absoluta de los destinos colectivos. Ya habían derrocado a Yrigoyen, luego a Perón, a Frondizi, a Illia y finalmente a Isabel Perón. Todo lo que la sociedad votaba les parecía indigno de sus gustos. Con el golpe de Onganía va a nacer la violencia como fenómeno masivo, para esos tiempos el peronismo no tenía vigencia en la juventud. Éramos un espejo de Europa, la universidad se dividía entre católicos y marxistas, y el resto eran variaciones sobre esos mismos temas.

La guerrilla nace con Onganía y se acerca al peronismo con el asesinato de Aramburu; va a terminar esa convivencia con el asesinato de Rucci. Hay dos discusiones en torno de la violencia: una es su ejercicio durante la dictadura, que en rigor ocupa el lugar de materia opinable dado que la violencia del gobierno puede sin duda justificar respuestas del mismo signo; otra cosa es en democracia, donde es injustificable, y más aún para aquel sector, como es el caso de Montoneros, que ocupaba un importante espacio en el gobierno.

Con el retorno de la democracia, es Raúl Alfonsín quien sin duda se hace cargo de reivindicar esos derechos y permitirnos un juicio que ocupará un lugar decisorio en la recuperación de nuestra dignidad institucional. Digo esto porque acompañé a Ítalo Luder en su campaña y fui de sobra testigo de que dicho accionar justiciero no estaba entre sus propuestas.

El juicio a las Juntas es un gran logro de la democracia, luego vendrá Menem, que tiene entre sus aportes haber impuesto el poder político al poder militar y, de alguna manera, intentar terminar con el conflicto antes de que fuera resuelto.

Sobre este profundo debate se imponen dudas y reivindicaciones que no pueden ni deben ser compartidas por toda la sociedad. Y, en lo esencial, se fue instalando el dogma de “la teoría de los dos demonios” a partir de la cual pareciera que como la dictadura es absolutamente condenable terminamos en algo parecido a reivindicar el accionar guerrillero. Y es entonces cuando ese tema esencial a nuestra sociedad deja de ser propiedad colectiva para intentar transformarse en reivindicación de un limitado sector.

Los Kirchner fueron destructivos al dejarnos sin energía tanto como al duplicar el juego y las tragamonedas; en lo esencial, terminaron expresando el atraso social al servicio de una confrontación sin otro sentido que la reivindicación personal del poder. Y con los derechos humanos su accionar fue nefasto; ellos, que nunca se comprometieron durante la dictadura, ni siquiera luego cuando todavía implicaba confrontar con el poder militar, ellos usaron a los deudos de aquella tragedia para disfrazar con barnices progresistas a la corrupción esencial que definía su concepción del poder.

Resulta absurdo que personajes marcados por el oportunismo, ausentes en la difícil y usurpando dignidades cuando quedaba bien hacerlo, se curen en salud deformando la memoria colectiva al imponer un relato parcial, que sin duda limita la reivindicación de esos derechos a un sector ideológico más obligado por la historia a asumir su autocrítica que a sentirse portador de verdades reveladas. Que la dictadura haya sido genocida no implica que la guerrilla haya sido lucida. Y además, nada permite en nombre de esos derechos terminar juzgando a los represores con más sentido de venganza que de justicia.

Es cierto que Mauricio Macri no es un conocedor de esos tiempos, sin duda tampoco lo es Daniel Scioli. Y tampoco lo eran los Kirchner, porque una cosa es utilizar los sentimientos ajenos y otra muy distinta es conocerlos, compartirlos y respetarlos. Ahora parece que los únicos derechos vigentes son los de aquellos que eligieron la violencia contra la misma democracia, como si los que no aceptamos dicha violencia no tengamos autoridad para decirles que los equivocados fueron ellos.

Es cierto que miles de vidas se entregaron con nobleza por una causa que sintieron justa, tan cierto como que ellos merecen todo nuestro respeto, dejando en claro que la más noble de las entregas no le confiere acierto a la causa que la convoca. No hay ejemplos de sobrevivientes de aquella guerrilla que se hayan convertido en demócratas respetables a partir de asumir la autocrítica de sus errores. O exagero, los hay pero son muy pocos y no ocupan el lugar protagónico en esos sectores.

Apenas conocí a Mauricio Macri le obsequié mi libro “Juicio a los 70”, que leyó y me confesó con humildad no ser un conocedor de esa etapa. Pienso que ese humilde reconocimiento es más valioso que el uso que tantos le dan al recuerdo de aquellos tiempos que muchos usurpan pero pocos conocen.

Resulta absurdo dejar en la memoria de nuestros hijos el deformado recuerdo de una concepción que nació romántica y terminó en resentimiento, una reivindicación del dolor de la tragedia que no pudo convertirse todavía en experiencia y sabiduría para todos.

Los derechos humanos son un valor esencial que debe recuperar como protagonistas a sus verdaderos dueños, los marginados y abandonados por la misma sociedad. Sin duda arrastra el dolor de una generación que entregó su vida soñando un mundo mejor. Pero el heroísmo no da derecho a no revisar los errores de una concepción tan elitista como vanguardista, tan digna de respeto por las vidas entregadas como obligada a revisar sus propuestas por lo alejadas que estuvieron del resto de la sociedad.

Demasiados sufren hoy la miseria de un sistema que los dejó en el olvido, ellos son los destinatarios de todos los derechos que una sociedad debe y puede exigirse a sí misma. El resto, solo un pasado que necesitamos revisar para dar por superado. Y sin dogmas ni propietarios, solo como parte de nuestra historia. Con sus aciertos y sus errores, sus genocidas y sus héroes, ya es hora de que podamos cerrar un debate que solo nos detiene en el pasado, que no nos ayuda a entrar en el imprescindible mañana. Ya es hora de que los nombres de todas las víctimas puedan compartir el mismo homenaje en su memoria.

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