Un largo proceso para llegar a la meta

La idea de la independencia que se concretó en 1816 empezó a gestarse diez años antes. Ésta suponía tres frentes: la proclamación, el terreno militar y el reconocimiento internacional.

En estos tiempos de bicentenarios, festejos y recordatorios, domina la tendencia a considerar sucesos relevantes, como el acontecido el 9 de julio de 1816, con una mirada estática, concentrada en el acontecimiento como si fuera un tajo histórico. Es inevitable.

Las efemérides resaltan momentos que se enclavan en la conciencia colectiva, aislados unos de otros, marcando hitos que desde la lejanía nos recuerdan el esfuerzo de construcción de lo que hoy somos. Frente a esta comprobación, es necesario detenernos a reflexionar no ya sobre el hecho, sino sobre el proceso, ese encadenamiento de momentos que desembocan en aquel evento central y luego lo desarrollan en sus consecuencias.

La idea de la independencia -y las acciones orientadas a su concreción- están presentes en el territorio de lo que después sería la Argentina, al menos desde la Primera Invasión Inglesa, en 1806. Algunos vieron en dicha incursión la posibilidad de separarse de España con el sostén de los invasores, como era el caso de Castelli y los Rodríguez Peña.

Pero a poco de establecerse su dominio en Buenos Aires, buena parte de los criollos y de los peninsulares dirigidos por Álzaga, advirtieron que no sería así. Ni Beresford, ni Popham -con quien se entrevistó Pueyrredon- dieron muestras de tener en vistas el apoyo a un posible proceso independentista, frustrando las expectativas de los criollos y decidiendo, en consecuencia, su resistencia y la posterior reconquista de la ciudad.

Pero la idea ya estaba allí, germinando, creando en la intención de nuestros padres fundadores la imagen deseada de un futuro independiente. La conformación de las milicias criollas fue el punto de partida de la posibilidad de concreción de aquel anhelo, pues en torno a ellas giraron con el tiempo los hechos principales que fueron marcando el itinerario que desemboca en el 9 de Julio.

Pueyrredon

Durante la invasión entra en escena quien sería un pilar fundamental de la gesta independentista: Juan Martín de Pueyrredon. Con algunos de sus hermanos y un grupo de amigos, recorrieron chacras y estancias formando esa tropa improvisada, armada y sostenida con sus propios recursos, que tendrá decisiva participación en la Reconquista y constituirá la base de lo que serán los llamados Húsares de Pueyrredon.

Su valor y compromiso fue reconocido por los principales actores de la época y Juan Martín se convirtió en un símbolo de los nuevos impulsos que latían en la sociedad rioplatense.

Ya en 1809 era reputado por los cabildantes porteños como “quien de notoriedad ha trabajado para alucinar y seducir al pueblo imbuyéndole ideas contrarias a la soberanía y a la dependencia de este continente con la metrópoli”.

Por ello, cuando Cisneros llega a Buenos Aires dispone su arresto. Tomás Guido (quien sería con el tiempo principal amigo y colaborador de San Martín) recuerda que entre los españoles era considerado un partidario acérrimo de la independencia, y el tiempo demostrará que así era.

Mayo de 1810

El mismo anhelo alimentaba a algunos de los hombres que tuvieron intervención central en los hechos que culminan en el 25 de mayo de 1810. Cierto es que en esos momentos se sigue invocando la lealtad a Fernando VII, pero no lo es menos que varios de ellos veían en tal invocación un recurso táctico impuesto por las condiciones internacionales. Juan José Castelli y Manuel Belgrano formaban parte del grupo criollo que venía conspirando por la independencia desde antes de los sucesos de Mayo y Mariano Moreno no ocultaba, con su sutil pluma, el verdadero objetivo.

Así, decía en la Gazeta: “Hay muchos que fijando sus miras en la justa emancipación de la América, a que conduce la inevitable pérdida de España, no aspiran a otro bien que a ver rotos los vínculos de una dependencia colonial, y creen completa nuestra felicidad, desde que elevados estos países a la dignidad de estado, salgan de la degradante condición de un fundo usufructuario, a quien se pretende sacar toda la substancia sin interés alguno en su beneficio y fomento. Es muy glorioso a los habitantes de la América verse inscriptos en el rango de las naciones, y que no se describan sus posesiones como factorías de los españoles europeos”.

Era noviembre de 1810 y el objetivo se presentaba ya con claridad. Muchos dudarían, como ocurre en todos los procesos de ruptura, pero el núcleo central del movimiento no titubeaba en cuanto a la dirección final que se perseguía.

Los seguidores del Secretario de la Junta ratificarán, con su palabra y con sus hechos, este camino. Bernardo de Monteagudo anunciaba en la oración inaugural en la apertura de la Sociedad Patriótica: “Ciudadanos, he aquí la época de la salud: el orden inevitable de los sucesos os ha puesto en disposición de ser libres si queréis serlo: en vuestra mano está abrogar el decreto de vuestra esclavitud y sancionar vuestra independencia”. Mantenía así viva la idea y lo proclamaba sin medias palabras.

Desde 1813 al objetivo final

La Asamblea del año XIII no logrará consagrar su propósito: ni constitución ni declaración de independencia. Pero avanzó en muchos sentidos en el camino que remataría en el 9 de julio de 1816.

La supresión de la imagen de Fernando VII en las nuevas monedas; su exclusión del juramento; las medidas adoptadas contra los españoles europeos; la aprobación del Himno nacional; la institución de las Fiestas Mayas; la admisión de la bandera belgraniana y el uso del escudo fueron actos que inscribían el accionar de la Asamblea en el terreno de la independencia.

Algunos años después, San Martín le decía a Tomás Godoy Cruz: “¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! No le parece a Ud. una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos”, haciendo alusión, precisamente, a aquellas decisiones de la Asamblea, que sólo se justificaban en un Estado emancipado de toda dominación.

El camino hacia Tucumán venía pues precedido de una secuencia constante de afirmación nacional frente a España y a cualquier otra dominación extranjera. El 9 de julio de 1816 no es un arrebato casual, ni un hecho heroico aislado. Por el contrario, es la consecuencia natural de este largo proceso que estaba en la intención de nuestros próceres desde diez años antes, corroborando día a día con su sacrificio el objetivo final: la independencia.

Tres frentes diferentes

Pero no se puede olvidar que ésta suponía ganar batallas en tres frentes diferentes. El primero, formal, jurídico y simbólico, requería su declaración: la proclamación explícita de la decisión de constituirse en un nuevo Estado ajeno a todo sometimiento, como se concreta en Tucumán.

El segundo reclamaba trasladar al terreno militar aquella decisión: de poco servía tal declaración si no se vencía a las tropas peninsulares, alejando toda posibilidad de reimplantación del dominio español en América. Y el tercero, que cerraba el ciclo independentista, reclamaba el reconocimiento internacional de los nuevos Estados.

Cumplida la etapa inicial con la Declaración de la Independencia, correspondía concentrarse en la más compleja y extendida: la del triunfo militar. Se ha dicho con acierto que tal esfuerzo requería “unidad política, sacrificios financieros y efectividad militar”.

Pueyrredon debía ocuparse de asegurar las dos primeras condiciones, en su función de Director Supremo, en tanto que el éxito militar dependió de la acción insuperable de San Martín en la frontera oeste, y del valor de Belgrano y Güemes en el norte.

Todos ellos cumplieron, con innumerables sacrificios y notable eficacia, su tarea. Mientras el Libertador preparaba en Mendoza el Ejército de los Andes, Pueyrredon orientaba su acción de gobierno dándole indiscutible prioridad a la obtención de los recursos necesarios para dotar a aquel ejército de todo aquello que fuera necesario para ponerlo en condiciones de cruzar la cordillera y enfrentar al enemigo triunfalmente.

El éxito de la operación en Chile comenzó en Chacabuco y fue consumado en Maipú, asegurando la continuidad del plan libertador hacia el Perú, que se completará con la declaración de independencia el 28 de julio de 1821. Mientras San Martín aseguraba la independencia chilena y preparaba la peruana, Belgrano y Güemes frustraban los intentos realistas en el Norte, contribuyendo desde aquel frente a la acción sanmartiniana.

El proceso continuaría, en la compleja tarea diplomática de lograr el reconocimiento internacional de la independencia lograda.

Este recorrido signado por innumerables sacrificios debe recordarse hoy, tomando el 9 de julio como fecha emblemática, pero sin olvidar este largo camino que involucró a notables argentinos, chilenos y peruanos que sumaron su esfuerzo en la notable gesta de constituirnos como estados.

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