Un juzgado flotante arrima el derecho a los confines de Brasil

Mientras el barco anclaba al amanecer en Itamatatuba, un puesto remoto en la Amazonia brasileña, el empleado del juzgado se levantó de la hamaca. Los alguaciles bebían café. La magistrada se frotaba los ojos para acabar de despertar.

"Veamos qué hay en la lista de casos pendientes", comentó la jueza Mayra Brandao, de 37 años, mientras revisaba los casos del día: el dueño de una taberna que se había retrasado en la manutención, una amenaza de incendio intencionado y un ranchero acusado de dispararle con su rifle a la manada de búfalos acuáticos de su vecino.

Pasé un día de octubre a bordo de este juzgado flotante, que capeaba corrientes agitadas, con los mosquitos palúdicos y la amenaza de piratas, para llevar algo excepcional en la revoltosa frontera amazónica de Brasil: el estado de derecho.

Cada tantas semanas, la jueza y su personal abordan este barco de tres pisos, llamado Rey Benedicto, en Macapá, la capital del Estado de Amapá, y parten por el río Amazonas.

Hasta hace poco, los oligarcas locales suplantaban al Poder Judicial con su propio régimen de dominación. La Justicia callejera sigue siendo común y frecuentes los linchamientos. Muy a menudo, los habitantes de la selva todavía echan mano del machete para saldar pleitos.

"Ahí es donde entramos nosotros", dijo el sargento Eurismar da Cruz, de 47 años, un policía de Macapá, quien funge como alguacil en la embarcación tribunal. Blandiendo pistolas, otros alguaciles y él se dispersan cada mañana en pequeñas lanchas a motor para buscar a sospechosos de haber cometido delitos.

Su primer blanco, hace dos meses en Itamatatuba, una aldea de chozas de madera, de unos 600 habitantes, fue John Beyck Pantoja, de 35 años, el dueño de la única discoteca del asentamiento.

En una mesa en la cubierta del barco, donde sólo unas horas antes habían colgadas hamacas, una de las cinco ex esposas, Talía de Paula, de 19 años, dijo en el juzgado itinerante que hace poco él había dejado de pagarle 30 dólares mensuales por la manutención de su hija de tres años, Manuela.

"El hombre es un canalla, mentiroso y mujeriego", dijo De Paula, mientras la niña se balanceaba en su rodilla y ella fulminaba a su ex marido con la mirada.

Pantoja, vestido con pantalones cortos y chancletas, presumía un reloj de oro en la muñeca, calificó a su situación como complicada. Dijo que, al paso de los años, ha tenido cinco hijos de cinco esposas, y que cancelar el sustento de cada uno de ellos es una carga exagerada para sus finanzas magras.

"Les pago todo cuando tengo el dinero, pero algunos meses son más duros que otros", dijo Pantoja, cuyo centro nocturno al aire libre, Caribe, atrae parroquianos las noches de fin de semana, quienes se cuelgan unos de otros bajo las luces estroboscópicas.

Uno de los empleados del tribunal interrumpió para decirle a Pantoja: "Francamente, usted sólo tiene que dejar de hacer más hijos". Luego, rápidamente, la jueza emitió su fallo, ordenando al acusado que cumpliera con sus obligaciones financieras hacia su ex esposa o, en su defecto, lo encarcelaría por tres meses.

Mientras Paula sonreía por el resultado, Pantoja fruncía el ceño.

"Las autoridades en este barco no se basan en los hechos, sino en chismes", dijo él. "Al menos, tendré hijos que carguen mi ataúd cuando me muera".

Durante todo el día, otros subieron al barco arrastrando los pies. Algunos buscaban los otros servicios disponibles a bordo, como recibir las tarjetas de la seguridad social, papeletas electorales y tabletas para purificar el agua.

El tribunal flotante de Amapá zarpó la primera vez en 1990 para abordar algunas de las deficiencias del sistema jurídico de Brasil. Muchos ciudadanos insultan al Poder Judicial del país debido a su enorme burocracia, lentitud en pronunciar los fallos y los salarios excesivos de los jueces.

Desde entonces, otros Estados brasileños han creado proyectos similares. Las autoridades en otras partes del mundo, incluido el campo paquistaní y la Reserva Cheyenne del Río Sioux en Dakota del Sur (Estados Unidos), han utilizado autobuses como juzgados móviles.

Las condiciones en el Rey Benedicto son estrechas. Las hamacas en las que duerme el personal chocan unas con otras por las noches cuando las corrientes sacuden a la embarcación. Lo único que se parece a un aire acondicionado es la ocasional brisa, por lo cual se permite un código de vestimenta de pantalones cortos y chancletas. A veces, los procedimientos se detienen cuando los ensordecedores gritos de los monos aulladores ahogan las conversaciones.

No obstante, el ambiente es apacible. Después del crepúsculo, los miembros del juzgado se reunían en la cubierta superior para beber cerveza bajo un cielo nocturno fascinante, cantar mientras Rubens Barros, de 38 años, el actuario judicial en jefe en el barco, rasgaba la guitarra con canciones, como "Sina", del compositor brasileño Djavan.

"Cada viaje es una experiencia de vinculación emocional, pero nos apegamos a un decoro básico: dejarte puesta la camisa, respetar a la persona en la hamaca junto a la tuya y, si bebes cerveza, entonces, hazlo con moderación", explicó Barros.

No obstante, no a todos les impresiona cuando el tribunal flotante se abre paso por el archipiélago Bailique, un conjunto de islas en las que viven unas 7.000 personas y está cubierto de bosques.

"Mis impuestos pagan la Justicia, pero siento que el enfoque es superficial", comentó Andreia Figueiredo, la directora de la pequeña escuela pública en Itamatatuba. "Siguen casos que involucran a gente pobre, pero ¿qué pasa con la deforestación a gran escala o la corrupción política? No hay ningún barco en el río que vaya detrás de los ladrones más grandes".

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