Sueños en moto desde Palmira hasta Guaymallén

El fanático de los “fierros” y de las dos ruedas memoriza sus días de infancia y juventud, cuando ya se perfilaba como un exitoso corredor en el distrito de San Martín.

Vivíamos con mi familia, en la calle Tiburcio Benegas, en pleno centro de Palmira, más o menos donde está la característica curva de la estación de YPF, pero enfrente.

Frente a nuestra casa estaban los hermanos De Biasio, que habían venido de Córdoba y eran preparadores de autos, es decir que desde chiquito estuve entre los “fierros”

Éramos amigos con los hijos, Roberto y “El gordo” y junto a otro chico, Tito Núñez, jugábamos todo el tiempo con los autitos de carrera por el cordón de la acequia. Les poníamos masilla adentro, porque eran de plástico y una chapita adelante y abajo, para que se deslizaran mejor.

Eran cupecitas, réplicas de los coches de los hermanos Galvez, los Emiliozzi, del Turismo Carretera de aquella época. Con una plumita de gallina le pintaba el número y la publicidad oficial a mi autito.

Yo tenía un Chevrolet, es que soy hincha de Fangio (por él, mi padre me puso Juan Manuel), desde ahí teníamos la rivalidad con Ford, como sucede hoy en día.

Nuestros vecinos, los De Biasio eran preparadores de los de antes, no como hoy, porque nosotros compramos y armamos. En aquella época, los preparadores eran artesanos.

Don Atilio hacía los chasis y Don Luis el motor. A la siesta entrábamos al taller -antes no cerraban con llave porque nadie se robaba nada-. Tenían un Ford BB de 4.000 cc que era “El Auto”. Lo habían corrido Gelabert, Bertolini, Da Vila, un pilotazo; y siempre que salían a probarlo por la calle se juntaban los vecinos.

Con 6-7 años me metía al taller y me subía al auto y me imaginaba que corría. Varias veces me encontraron arriba del auto y me retaron, me decían que no tenía que jugar con los cambios, que iba a romper la caja hasta que una vez Don Atilio se cansó y me “agarró en plena carrera” y me sacó de la butaca de una oreja.

Pasó el tiempo y con 19 años, ya corría en moto y como andaba bien, me prestaron ese mismo auto, debuté en una carrera y gané. Se me cumplió el sueño que tenía de chico.

El auto tenía motor Ford, pero era una réplica de una Maserati, que corrió Fangio. Era azul y amarillo (eran los colores que le correspondía a los autos argentinos en el mundial). Había que manejar esos autos sin techo con la caja de cambio al medio, los pedales de freno y acelerador de un lado y el embrague del otro.

Uno se da cuenta el mérito que han tenido aquellos corredores de los primeros monopostos, entre ellos, Fangio.

Recuerdo aquellos años en Palmira, que andaba todo el día en bicicleta y mi casa tenía zaguán y salía a toda velocidad en la bici a juntarme con mis amigos, hacíamos carreras a la vuelta de la manzana.

Pero un día, al salir de mi casa hacia la vereda y cruzar un puente atropellé a una señora que recién salía de la peluquería cerca de mi casa y terminamos en la acequia. Rápidamente me disparé porque me quería “matar”.

Pasó el tiempo y estábamos en la librería de mis tíos, que era la más importante de la zona y vino esta señora a comprar y empezó a retar a mi primo, porque creía que él la había llevado por delante. Mi primo no entendía qué pasaba, lo agarró de la oreja y yo me quedé callado y me fui.

También pasaba el lechero con una Ford A y la gente le compraba leche en jarra o en botella. Nosotros, como muchos chicos nos colgábamos del estribo del camión atrás y el lechero se enojaba muchísimo.

Hasta que un día nos subimos y lo mirábamos por el espejo que se reía. No entendíamos nada, hasta cuando arrancó el camión. Salimos disparados, porque había conectado la electricidad del auto a la baranda del camión. Son cosas que pasaban antes.

Los 6 hermanos, tres mujeres y tres varones íbamos la escuela Marcos Sastre, que está frente a la plaza. Hice la primaria y la secundaria allí, me recibí de tornero mecánico.

Empecé a trabajar en algunos talleres de la zona, después trabajé como repartidor de garrafas de gas, primero con un carrito y luego me compré una Puma (Sachs 98).

Ahí, un amigo mío del barrio, Francisco Álvarez “Frasco” me pidió un día que le arreglara la moto, porque él veía que yo arreglaba la mía. Él tenía una 125 cc, me la dejó y se la arreglé y empezó una amistad.  Luego me invitó y me ofreció la moto para que la corriera en Palmira.

“Vas a andar bien, tenés condiciones”, me dijo Frasco y me daba vergüenza porque me conocía todo el mundo, sabían que era el repartidor de garrafas. No sabíamos nada de preparación de motores.

"Tengo un libro que mi tío me trajo de España”, me dijo Frasco. Todavía lo tengo “Trucaje de motores de 2 tiempos”.

Frasco era carpintero, me hizo el asiento de la moto y yo toqué el cilindro y fuimos a la carrera en Villa Adela, a unas 6 cuadras de mi casa, porque en esa época ya vivíamos en otro lugar, en calle Belgrano. Venían los pilotos de Mendoza, San Juan, San Rafael, San Luis.

Salimos del parque cerrado y por falta de experiencia me quedé parado,  no me avisaron que se había largado la carrera, creía que era la vuelta previa. El dueño de la moto me ayudó a empujarla y salimos igualmente.

Con bronca empecé a acelerar y poco a poco empecé a acercarme a los que venían últimos sobre un circuito que tenía unas 10 cuadras más o menos.

Fueron pasando las vueltas, empecé a pasar corredores y terminé segundo a una moto del primero y ahí fui reconocido por todos.

Me inscribieron en la categoría más grande frente a las Gilera Super Sport, que eran las mejores motos de aquellos tiempos. Corrí y gané, fue en mi segunda carrera, pero en el día de mi debut.

A todo esto llegó mi mamá, que algo le había dicho, el que no sabía nada era mi papá, que era ferroviario y todos los domingos trabajaba. Bueno, en medio de la carrera ella quería que me detuviera porque vio que no íbamos despacito como le había dicho.

A partir de ahí, empezamos a correr en moto, por calles de tierra y de asfalto, por los barrios de Palmira y zonas cercanas y también corríamos en autos.

El público por animarme, cerraba el paso y se iban abriendo a medida que pasaba, es un recuerdo muy lindo de la gente, de los “jarilleros” de mi pueblo. Donde íbamos, a Bermejo o a otras carreras, lo hacíamos con hinchada, en el camión Ford 600 de mi tío, José Basco.

Llevábamos la moto y los vecinos y amigos de Palmira, que es un lugar con historia motoclística, porque en la misma calle donde vivía, en Belgrano, estaba la fábrica Ramonot (una de las primeras motos argentinas).

Cuando era chico, las carreras se hacían en el barrio Don Bosco, yo era hincha de un corredor que se llamaba Fernando Ibarra, que corría con el 101. A mi bici, le ponía una lata y le pintaba ese número y con la boca hacía el ruido de la Gilera Super Sport.

Años más tarde, para correr, utilicé una tapa de leche Nido para pintar mi número: 74. Elegí ese porque es número alto, que está fuera del ranking, no me lo iba a sacar nadie.

Lo dibujé en la tierra y me gustó el número así fue que lo adopté. Adelante, donde iba el faro, le poníamos una chapa más grande, de una lata de aceite.

Frente a mi casa, en calle Belgrano, había un almacén de Don Juan Eláskar y la hija de él, Amelia Eláskar estudiaba en Mendoza. Un día vino una compañera de ella a Palmira, que creo no sabía ni dónde quedaba y así conocí (gracias a una vecina) a mi señora, Margarita.

Amelia tenía un novio, el flaco Vega nos hicimos amigos también, y Rafael Espín, otro amigo que me seguía en las carreras, iba al taller, compró un auto para que lo corriera y finalmente se casó con mi hermana, la más chica.

Toda gente amiga que me ha ayudado mucho, como Cori González, de Barriales, que me prestó su moto Zanella Ponderosa porque mi moto se había roto, y gracias a ese gesto pude ser por primera vez campeón zonal, eso fue en 1970.

Luego en el ‘79 nos vinimos a San José, a calle Pascual Segura, llevamos más de 35 años y aquí empezó mi carrera más profesional, conocí también a gente que me ayudó mucho, como Vaselli, ya eran épocas de motos importadas, ya era otra cosa.

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