Salgán y una vida a fuego lento

Mañana se prenden cien velas para celebrar el cumpleaños del compositor, pianista y director de orquesta Horacio Adolfo Salgán, el último maestro del tango del siglo XX.

En la historia del arrabal porteño del siglo XX, Salgán, nacido cerca del mercado de El Abasto, ostenta el título de creador (o uno de los creadores, para quedar mejor con los especialistas); del “tango de vanguardia”.

El piano y la guitarra de su padre, un músico intuitivo e inquieto, animó al precoz Horacio a seguir sus pasos desde los seis años y, a los 13, ya era considerado un eximio ejecutante del teclado.

De hecho, de niño tocaba el piano como número vivo en las películas mudas y a los 18 se incorporó a Radio Belgrano.

También fue parte de los elencos musicales de Excelsior, Prieto, El Mundo y Stentor.

Juventud, divino tesoro

Su ingreso a la primera liga del tango fue a los 20, a instancias del director Roberto Firpo, que lo sumó a su orquesta. Poco después se convirtió en arreglador de la orquesta de Miguel Caló. Su primer encargo fue para hacer una versión de “Los indios”, de Francisco Canaro.

En 1944 fundó su propia orquesta (cuatro bandoneones, cuatro violines, viola, cello, contrabajo y piano). “La idea de formarla de alguna manera está determinada por la composición. Empecé a componer porque quería hacer tango de una manera determinada. No con la idea de ser compositor, sino con la de tocar tangos como a mí me gustaba. Lo mismo sucedió con la orquesta. Como a mí me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto. Hay gente a la que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada”, explicó para el libro “Horacio Salgán: la supervivencia de un artista en el tiempo” (1992).

Por entonces Astor Piazzolla, que trabajaba con la orquesta de Aníbal Troilo, se escapaba en los intervalos para escuchar la orquesta de Salgán, que tocaba en otro bar cruzando la calle. Alguna vez le confesó que tras cada concierto, encandilado por las virtudes del pianista, se replanteaba su capacidad como orquestador.

De todas maneras, la experiencia de la orquesta duró apenas tres años. El espíritu mercantil de la radio determinó su expulsión, en 1947. Su ambición musical no tenía lugar para un pulso mediático determinado por la repetición de lo ya probado. Su orquesta - afirmaba el director de Radio El Mundo -  sonaba “rara” (disonante) y su cantor, Edmundo Rivero, cantaba “mal” (sincopado).

Se recluyó en el estudio y la enseñanza. Reapareció en 1950, con otra formación, y el 1957 conoció al guitarrista Ubaldo de Lío.

Orbitar su propio planeta

Su descomunal dúo junto Ubaldo de Lío, y posteriormente con su proyecto en común, el Quinteto Real, marcaron una tendencia de estilo en la década de 1960.

Su ensamble, con Enrique Mario Francini en violín, Pedro Laurenz en bandoneón y Rafael Ferro en contrabajo, es un testimonio de la orquesta  no tan típica, pero siempre brillante.

“Mi máxima ambición, y lo fue desde niño y también lo es hasta hoy, es aprender a tocar el piano, lo mejor posible. Y así sigo: porque me retiré de las actividades públicas, no de la música”, había dicho en una entrevista en el tiempo en que  dejó de tocar públicamente.

De hecho, recordemos, su última actuación para el público masivo fue en 2010 para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810.

“Yo nunca lo aclaré pero en la orquesta, o en el dúo con De Lío, todos los arreglos fueron míos. Escribí de la primera a la última nota desde aquella primera orquesta que fundé en 1944. Nunca se me ocurrió poner ese dato en ninguna grabación. No lo creí necesario. Pero, ¿qué resulta ahora?: que un grupo europeo graba un CD con mis arreglos para quinteto y figura como arreglador el pianista”, se asombró alguna vez.

Muchos especialistas están de acuerdo en que Salgán condensa en su legado un tango educado, refinado y a la vez atorrante.

No fue el más popular. Ni el más estridente en su relación con los medios. Tampoco el más vivo del ambiente, donde hasta lo cargaban por no participar de los hábitos nocturnos de sus colegas.

Fue, eso sí, el que entregó su vida al estudio y a la música. Y el que consolidó un estilo. Decía: “Nunca me propuse tener un estilo ni hacer una renovación de nada. Lo que salió, salió espontáneamente porque así lo sentía”.

Conservador-vanguardista

Admirado por músicos como Daniel Barenboim, Arthur Rubinstein o Igor Stravinsky, Salgán, está claro, no fue sólo tango. Él irradió su técnica hacia la música brasileña, peruana, el jazz y lo clásico.

Del mismo modo, el tango del maestro lleva una dosis de negritud propia de las tradiciones musicales del continente.

Tengamos en cuenta que tuvo más formaciones: sus trabajos con Dante Amicarelli y el Nuevo Quinteto Real, con De Lío, Leopoldo Federico (luego reemplazado por Néstor Marconi), Antonio Agri y Omar Murthag.

En 1970 tocó en el Lincoln Center de Nueva York y en 1972 en el Teatro Colón.

Textuales

Escribió temas como “A Don Agustín Bardi”, “Grillito”, “A fuego lento”, “Cortada de San Ignacio”, entre más; apuntaló a cantores como Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche; y realizó una tarea inmensa como “arreglador”, aunque rechazaba esa palabra, que sugería que había algo roto en las partituras originales.

Preguntado sobre los impulsos del tango contemporáneo, incluso el llamado tango electrónico, contestaba con amabilidad y firmeza: “Lógicamente pienso que hay que empezar a tocar el tango como es y después hablar de las variantes. Antes de dar un salto mortal hay que aprender a caminar. Después, el tiempo dirá”.

Entre su legado dejó un libro, “Curso de tango”, publicado por primera vez en 1991, y que es acaso el primer material de género escrito con una perspectiva técnica. No tiene un afán integral del lenguaje del tango sino más bien es un registro de su estilo, de las increíbles precisiones de su escritura.

En 2005 recibió el Premio Konex de Brillante, máximo reconocimiento de la Fundación Konex, por su lugar en la Música Popular.

Salgán en el cine

Tres películas registran el legado de Salgán.

El pianista actuó de sí mismo en “Tango, no me dejes nunca”, de Carlos Saura, en 1998, film que compitió como “mejor película de habla no inglesa” en los premios Oscar.

Luego apareció con su orquesta en el film “Café de los maestros”, de Miguel Kohan, en 2005 y es el protagonista, junto con su hijo César, del documental “Salgán & Salgán”, de Caroline Neal, en 2015.

Este último film fue proyectado este mes en el Museo del Cine Pablo C. Ducrós Hicken, del barrio porteño de La Boca.

“Se trata de un documental un poco inesperado para los seguidores porque aborda el plano íntimo de alguien que siempre fue muy reservado”, expresó a Neal, una cineasta estadounidense radicada en la Argentina y desde hace años vinculada al tango.

En el film, el peso del apellido Salgán es abordado con "dramatismo", según definió la propia la directora, por su incidencia en su relación con su hijo César, también pianista, ahora al frente del Quinteto Real.

"Es una película sobre las emociones. Porque Horacio no sólo es un hombre muy reservado y tímido sino que incluso construyó toda su figura pública a partir de ese perfil. A partir de eso fui trabajando la relación padre-hijo, una relación de admiración mutua, de respeto, pero que también se transformó en un peso para César. Es una película íntima, pero sin la intención de lastimar. Muestra las debilidades de los protagonistas porque, aun genios de la música, no son personajes pétreos ni menos humanos", describió Neal.

Con estilo propio

Los modelos de acompañamiento y las formas de acentuación son los rasgos determinantes de los estilos en el tango.

El de Horacio Salgán, tradicionalmente, es señalado como modernista, un continuador de la escuela Decareana (Por Julio De Caro), consagró una estructura rítmica vulgarmente conocida como “Umpa Umpa”, en el ambiente de los músicos.

El “umpa umpa” es una forma de la polirritmia (que en la orquesta de Salgán se produce normalmente cuando se ejecutan en el bandoneón y piano diferentes patrones de golpe) que impuso el Quinteto Real y que debe su nombre a la onomatopeya de su estructura rítmica.

“Su nombre se deriva de la onomatopeya sugerida por el ritmo entre los tiempos 2 y 3 del compás. El tiempo 4 se arrastra hacia el 1, casi exageradamente. Brinda una agilidad y vivacidad rítmica”, escribe Hernán Possetti en su libro “Piano en el tango”.

A partir del sexteto de Julio De Caro, los diferentes maestros del tango fueron desarrollando diferentes modos de acompañar y acentuar, alterando la dinámica musical del tango. El tango “A fuego lento” (1953), acaso el más difundido de Salgán, expresa la rítmica característica de su orquesta.

“Umpa-umpa” es una de las tantas expresiones del tango desarrolladas en su tradición oral. En ese mismo acervo existen otras expresiones como “La guitarrita”, “las campanitas”, "La chicharra", "la pelotita", "yumba", "caché", "tambor", "la vaca", "bordoneo", entre otras.

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