Rodolfo Braceli: “La resurrección es la forma más extrema de la utopía”

Acaba de presentar su nuevo libro, “El hombre de harina y otros relatos”, en la Feria del Libro de Mendoza. Es el segundo vástago de una exquisita colección de la Ediunc. Aquí, Rodolfo Braceli cuenta sobre ese hecho y sobre todos los que involucran su “re

Entrevistar a Braceli es como boxear con Nicolino o hacer jueguitos con El Víctor, sé que estoy perdido de antemano, me va a llevar para donde quiera. Cosas de ese estilo están registradas en el libro que el lujanino presentó en la sala roja del Le Parc, durante la Feria del Libro de Mendoza.

Hablaremos a la distancia, teclas de por medio, de su nuevo libro donde cuenta cómo impactaron en su vida personajes tan queridos como Locche, Legrotaglie  y tantos otros con los que compartió más que una entrevista. Me dejo llevar, prendo la radio para intentar llenar el espacio mientras tipeamos:

-La radio dice que Luján Sport Club acaba de ganar y sale de la zona de descenso; supongo que esta noticia le genera algo de alegría…

-Mucho más que “algo”, alegría plena. Ya la palabra Luján funciona para mí como un talismán, como un relámpago que me alumbra toda la sangre. Porque en Luján aprendí a gatear, a caminar, a leer y escribir y, antes que todo eso, aprendí a respirar. Cosa esta, respirar, que cada día me encanta más.

-Aprovecho para preguntarle: ¿cómo lo encuentro al momento de empezar este reportaje a la distancia? Quería comenzar con esta pregunta simple, cuénteme, ¿cómo está?

-Madre mía, las preguntas simples suelen ser las más complejas. Por ejemplo: los niños, preguntando sucesivamente “por qué”, “por qué”, aprenden el mundo, la sintaxis del vivir…

-No se me escape; en este momento, ¿cómo está?

-En este momento  estoy celebrando mis 75 años de respiración. Tecleando estoy. Y desesperado.

-¿A qué refiere su desesperación? ¿Quedó exhausto después de las 300 páginas de "El hombre de harina"? ¿Padece ahora eso que llaman "síndrome de la página en blanco"?

-No, al contrario, mi desesperación tiene que ver con que no puedo parar de cranear, de fabular, de imaginar; en fin, de lo que vengo haciendo desde el colegio secundario: de escribir…

-Me gustaría que hablara un poco del oficio de la resurrección, ese poder que maneja para ir contra la muerte (sin caer en la nostalgia).  ¿Qué son esas resurrecciones de las que se ocupa?

-Empecé ayer nomás, el 24 de enero de 1967, hace poco menos de medio siglo. En esa fecha murió Oliverio Girondo. Antonio Di Benedetto, mi jefe por entonces, me encargó hacer la necrológica de Girondo. Le dije que hacer una “necrológica” no iba con Girondo. Di Benedetto me preguntó qué se me ocurría hacer en cambio.

Le propuse hacer un diálogo ilusorio con Oliverio en tiempo presente. Todo lo que él, Girondo, me respondería sería entresacado de su libro “Espantapájaros”. Con el tiempo desarrollé ese diálogo en mi libro “Fuera de contexto”. Con el tiempo hacer resurrecciones se me convirtió en un modo de poetizar esta realidad atravesada de absurdidad.

-¿Cómo explica esa necesidad suya de resucitar personajes?

-Siento que es, justamente, una “necesidad”. Una suerte de compensación. Vivimos en un país y en un mundo donde la muerte contra natura ha sido, es una costumbre. Observemos, por ejemplo, los errores colaterales de los misiles en los genocidios preventivos... Ante esto, ante los desaparecidos, será que tal vez “necesito” íntimamente compensar tanta y tanta muerte impune. Para matarnos no nos piden permiso.

Para resucitarnos pienso que tampoco tenemos que pedir permiso. Pienso y siento que no siempre la muerte se sale con la suya. Por ejemplo, a García Lorca lo asesinaron, lo fusilaron por la espalda y lo arrojaron a una fosa común, pero no consiguieron matarlo. Uno abre sus libros y ahí está Federico más vivo que el asesinador, el generalísimo Francisco Franco.

La resurrección es un derecho y porque es un derecho es un deber. Lo menos que podemos hacer es mandarnos nuestras buenas resucitadas. La resurrección es la forma más extrema de la utopía, es cosa nuestra, no permitamos que nos la afanen. Me animo a decir que quien no resucita es un pelotudo. Si nacimos no iba a ser para morirnos, ¿no?

-A propósito de nacer, ¿cómo le nació "El hombre de harina"?

-En general no me doy cuenta cuando nacen mis libros. Me brotan, y yo me dejo. Apunto en papelitos y meto los papelitos adentro de una caja. Llega un momento en el que la caja empieza a latir, a corcovear y salta desde mi archivo y me agarra de las solapas y de otros sitios... Y, como digo, yo me dejo y el libro crece, hace su vida.

Con “El hombre de harina” pasó algo muy especial. Se ve que esa treintena de relatos necesitaban meterse en el organismo de un libro. En el verano pasado el poeta Juan López, vinito de por medio, me dijo como al pasar si tenía interés en publicar algo en la editorial de la Universidad de Cuyo. Sin pensarlo le dije SI.

La botella de Malbec fue bajando y casi al terminarla la estructura y el contenido ya lo tenía. Iba a rescatar, con crónicas, con entrevistas y con relatos semificcionados a personajes de los que yo me nutrí desde que rompí el cascarón. Personajes extraordinarios y decisivos en la vida de Mendoza.

Algunos de esos personajes son famosos, internacionales; otros son conocidos pero alevosamente olvidados por la impiadosa indiferencia del promedio de los mendocinos. Otros son ignotos, seres anónimos que se cruzaron en mi vida, como algún viejo de la bolsa que no daba ni metía miedo.

-¿Podría definir el "ser mendocino" en base a esta gran radiografía que ha hecho de tantos y queridos personajes locales? ¿Cómo sería?

-Ser mendocino, como ser argentino, es algo que le puede pasar a cualquiera... Soy del parecer que por lo menos hay dos Mendoza, y muy diferenciadas: por un lado está la Mendoza paqueta, conservadora, prejuiciosa, que se ha convertido en el emporio de las derechas y hasta de fascismos.

Por otro lado está la Mendoza creadora, cordial como las acequias, repleta de poesía y de música y de artistas. Mendoza, nuestra Mendoza, vive en estado de pulseada. Por un lado los derechudos intolerantes con su banda de atorrantes de trascendencia nacional, por otro lado la Mendoza del Quino, del Luis Quesada, del Favio, del Tejada, del Di Benedetto; es decir, la Mendoza donde fue tan feliz Mercedes Sosa con amigos como Ángel Bustelo.

-¿Se anima a resumir en un par de líneas a los personajes que reúne en "El hombre de harina"?

-Ese par de líneas está en la dedicatoria del libro. Allí digo: “A los que quedaron en el camino y nos hacen el camino”. Porque nos siguen haciendo el camino.

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