Relato salvaje

Diferencias y similitudes entre los “Relatos salvajes” de Szifron-Darín y el “relato salvaje” de Cristina-Kicillof. Paradojas de un país en el que la desproporción y la desmesura son la regla.

Relato salvaje
Relato salvaje

En 1992 el odontólogo platense Ricardo Barreda, cansado de que su familia se burlara de él en las pequeñas cosas cotidianas, se hartó, tomó una escopeta y mató a tiros a su esposa, su suegra y sus dos hijas.

Pasó unos años en prisión y luego, liberado, se casó de nuevo. Quien escribiera un libro sobre él, Rodolfo Palacios, continúa sorprendido por “la extraña fascinación que el asesino sigue despertando”.

Bien podría decirse que la exitosa película argentina “Relatos salvajes” es una remake ficcional de esta historia real del dentista asesino.

Se trata de seis episodios de desmesuras similares que tienen fascinado al público argentino, y no sólo al nuestro porque en el festival de Cannes el film de Szifron fue aplaudido como ningún otro.

Pero en la Argentina de hoy, estas historias de violencias cotidianas y de venganzas desproporcionadas tienen mucho que ver con la realidad de todos los días.

Cada ciudadano podría contar su propio relato salvaje. Y, por supuesto, el relato mayor es el del gobierno, que ha reproducido superlativamente esta tendencia cultural argentina de cultivar el conflicto y de responderle luego con infinitamente más conflicto.

Que eso es lo que más impresiona de la Argentina actual, la dislocación desmedida entre las palabras y las cosas, entre lo individual y lo colectivo, entre lo público y lo privado, entre la culpa propia y la ajena.

Algo que viene de mucho antes, que no es achacable al gobierno, aunque éste se haya aprovechado mejor que nunca nadie antes de llevar hacia su molino esta pléyade de vicios argentinos.

Mejor dicho de vicios humanos universales que los argentinos parecemos admirar con superior fervor, convencidos de que frente a un mundo que no nos entiende ni nos quiere, no nos queda otra que el desprecio infinito y, cada vez que sea posible, la venganza ejemplar.

La desmesura cósmica con que nos comportamos frente a un mundo que nos ve tomar Malvinas con la mayor de las prepotencias y rendirnos con la mayor de las humillaciones.

O que nos ve tomar YPF diciendo -literalmente- que se trata de la segunda independencia de España, para luego terminar pagándoles a los gallegos mucho más de lo que ellos mismos esperaban. Desproporciones absolutas, producto de un relato que ha adquirido independencia definitiva de la realidad. Relato salvaje.

Esta semana ese relato nos condujo a la más estéril e innecesaria de las irracionalidades, pero como él ha tomado vida propia, ya es imposible exigirle un mínimo de lógica.

Eso es lo que ocurrió con las tres principales cabezas del gobierno luego de Cristina: Capitanich, Kicillof y Zannini, los tres mosqueteros de la reina.

Zannini dijo que el gobierno K hasta ahora no tuvo jamás el poder, el cual sigue estando en manos de las corporaciones.

Capitanich sostuvo que la huelga de la CGT fue ejecutada por los sindicalistas, pero los que la gestaron fueron los buitres.

Kicillof advirtió que si el Congreso no le vota la propuesta del gobierno acerca de la deuda externa, se convertirá en una escribanía del juez Griesa.

Extraños razonamientos en los que se declara la inexistencia de toda independencia de criterio, tanto en propios como en ajenos.

El gobierno es un poder sin poder y sus adversarios son apenas títeres de titiriteros ocultos. Nadie es libre de pensar o actuar por sí mismo. O no puede o no quiere.

Lo paradojal es que todos estos delirios se sostienen frente a un tema como el de los holdouts en el que salvo los fondos buitres y la justicia que emitió el fallo a su favor, el resto del mundo (incluido el gobierno de EEUU) nos da, en mayor o menor grado, la razón.

Desde los países emergentes hasta las grandes potencias, incluyendo a las asociaciones internacionales de bancos y de mercado de capitales (la crema de la crema del capitalismo financiero) creen que hay que cambiar drásticamente las condiciones para reestructurar las deudas soberanas.

Una oportunidad magnífica que tiene el gobierno, gracias a ese gran consenso pocas veces visto de achicar la distancia entre relato y realidad, porque esta vez todos le dan la razón.

Sin embargo, la actitud del cristinismo es todo lo contrario, la de seguir agrandando la distancia entre relato y realidad, intentando convertir la batalla contra el juez Griesa y algunos usureros en un combate santo contra el capitalismo universal. Aunque en realidad sus intenciones son mucho menos grandilocuentes que sus palabras.

Decir que el gobierno democrático que tuvo más poder en la Argentina desde el primer Perón no tiene poder alguno o acusar a Moyano, Barrionuevo y toda la oposición legislativa de ser empleados de los fondos buitres, son prueba irrefutable de que a este gobierno no le interesa en absoluto la guerra internacional que dice sostener sino los provechos que le pueda sacar para el único combate que le importa, el electoral, el uso de los holdouts para minúsculos fines internos.

Esa es la gran diferencia cultural entre los seis relatos de Szifron, que toman algunas peculiaridades argentinas para contar tragicomedias comprensibles universalmente, con el relato del cristinismo, que dice luchar contra enemigos globales sólo para lucrar en su módica y costumbrista lucha contra adversarios nacionales a los que transforma en enemigos para darle algún sustento épico a ese conflicto menor.

Pero más allá de los intereses e intenciones del gobierno, en la Argentina de los relatos salvajes cotidianos y del relato salvaje oficial, lo que se ha perdido es toda noción de proporción.

Llenos de furia, los argentinos queremos vengar todo aquello que consideramos una ofensa con un castigo multiplicado por mil en relación al daño recibido. Y por eso ya nadie escucha a nadie.

Hablamos tanto de política y de asuntos públicos en relación a otros países que pareciera que la Argentina fuera el reino del debate, de la participación ciudadana, pero es exactamente lo contrario. Acá no se debate ni la más mínima idea. Sólo de gritar se trata.

La realidad se ha convertido en un inmenso set televisivo donde dos rivales se gritan sin escucharse. Y gritan no tanto para imponer su pensamiento como para no escuchar al del otro.

Se quiere tapar la idea ajena con el grito propio. No hay más debate que el insulto u ofensa personal. No existen más argumentos que los ad hominem, por los cuales no importa lo que se diga sino quién lo dice.

Y como todos somos enemigos de todos, cualquier cosa que diga nuestro oponente será de inmediato descalificada, aunque repita las estrofas de los libros sagrados.

En la Argentina, insistimos, se han perdido todas las proporciones. Jamás la separación entre las palabras y las cosas fue tan rotunda (el ejemplo del Indec nos exime de mayores comentarios).

La disociación entre lo individual y lo colectivo es casi absoluta (no vemos relación alguna entre nuestra realización personal y la del país). Se ha perdido toda capacidad de asumir la responsabilidad propia y no existe nada en el país o en el mundo que no sea achacado a alguna culpabilidad ajena.

Y todos estos vicios ancestrales nuestros han sido llevados al extremo por un grupo de políticos que tuvo la habilidad de apropiarse enteramente para sí (al parecer sin demasiada queja de sus antiguos portadores) de una ideología que odia a los ricos a fin de que les sirva como coartada a los miembros de este gobierno para hacerse ricos ellos.

Un relato salvaje pero bien lucrativo, con aun más éxito para sus aprovechadores que el que está teniendo el film “Relatos salvajes”.

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

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