Oscar Giunta: "Siempre tuve fe en mí"

Creció en Guaymallén. Hoy es uno de los mejores bateristas del país. Por primera vez llega al clásico festival godoicruceño.

Tenía apenas dos años cuando se trepó a la primera batería. Literalmente, se trepó. Porque ese enorme ensamble de platillos y ‘toms’ montado en el living de su casa de Guaymallén, para él no era otra cosa que una nave espacial. Pero una a la que podía arrancarle sonidos. Por eso aquella noche sus padres lo encontraron en plena madrugada aferrado a las baquetas, percutiendo contra los parches; ensimismado, feliz.

Eran fines ‘70 y Oscar Giunta ni siquiera imaginaba que hoy sería quien es: uno de los mejores bateristas del país y referente del denominado “Nuevo jazz argentino”. Tampoco sabía que iba a compartir escenarios con tipos como Herbie Hancock, Paquito D’ Rivera o Lalo Schifrin. O que un día un gigante como Wayne Shorter, saxofonista de Miles David, iba a bajar del Olimpo del jazz para invitarlo a hacer un teatro Gran Rex. ¿Cómo saberlo?

Tampoco sabía que un sábado de abril iba a volver a Mendoza para presentar Oscar Giunta Supertrío!, una de las dos formaciones que actualmente lidera (mañana, en el San Vicente Jazz). No, no sabía. Pero quería. Dice: “La música estuvo ligada a la parte más simple y bonita de las cosas; aquellas cosas que dependen de los deseos genuinos. Siempre tuve fe en mí. Y trabajé duro para que las cosas sucedan”.

Alineado en tríos y quintetos exploró el jazz, la música popular y la música instrumental; fue sesionista de Nito Mestre; tocó con Luis Salinas y Javier Malosetti (con ambos grabó discos y emprendió extensas giras); dictó workshops en varios países del mundo. Pero antes de todo estuvo la música.

Oscar Giunta pertenece a una tercera generación de músicos mendocinos de raíz italiana. Hijo de Oscar Giunta (pianista y contrabajista) y Liliana Parafioriti (cantante y actriz), y nieto de Oscar “Rulo” Giunta y Antonio del Pino (ambos, tangueros de la Vieja guardia), creció entre ensayos, zapadas a lo Beatles y sesiones jazzeras.

-Todas las condiciones estaban dadas para que seas músico. ¿Hubieras podido tener otro oficio?

-En mi familia son muy pocos los que se dedican a otros rubros (N de la R: su primo Marcelo Camarda es uno de los integrantes de Parió la Choca). El influjo siempre fue fuerte pero no desde la presión o del dictamen. El living de casa era como una gran sala de ensayos; venían amigos de mis padres, como Rubén Velázquez y Silvia Valente, que también eran percusionistas; mis abuelos ensayaban con su orquesta de tango o simplemente se armaba una reunión familiar y había clima de cuecas y tonadas.

-Pese a la corta edad que tenías, ¿tenés ese registro de esa época?

-Sí, tengo registro de todo. Me fascinaba ver esos ensayos y ver tocar a mi viejo pero lo que más me llamaba la atención era que el baterista que tocaba con ellos, Jorge Iturgay, dejaba armada su batería en casa; para mí eso era una nave espacial. Recuerdo levantarme por las noches e ir al living para averiguar qué pasaba con esa nave. Imaginate mi altura a esa edad, apenas podía tocar las cosas (risas). Él fue quien me regaló mis primeras baquetas.

Ese regalo fue, para Oscar Giunta, su “bautismo de oro”. Pocos años después, el baterista comenzó a arrancarle sonidos a las ollas de su madre en un cuartito de la casa de San José; su propia sala de ensayos. El recuerdo no pierde detalles: “Cargué las ollas como pude y armé una batería. O lo que yo creía que era una batería (risas). Me pasaba horas, me abstraía del mundo”.

Desde esa “batería” comenzó a indagar en la música y sus procesos creativos, mientras su familia se mudaba a Buenos Aires. Cerquita del Río de la Plata todo, para él, sucedió como un solo de bata furioso: a los 7 despuntó su talento de niño prodigio ante cámaras (en el ex Canal 11, hoy Telefé); cuatro años después comenzó a formarse con el maestro Roberto Césari y a los 13, debutó en ciclos de jazz invitado por el pianista Horacio Larumbe, mientras estudiaba en un bachillerato con formación musical. “Mi formación fue un cocoliche: en esa época tocaba en peñas en las que pasaba de la proyección folclórica al trash metal y de ahí a la percusión sinfónica. Eso me enseñó a curtirme en distintas situaciones musicales”.

Tres son jazz

Hoy, el baterista concentra su energía creadora en dos proyectos: el Oscar Giunta quinteto (con el que debutó en el Luna Park en 2010 y hace dos años tocó en Alemania) y el Oscar Giunta Supertrío!, formación que completan Hernán Jacinto (piano) y Arturo Puertas (contrabajo), a quienes está “unido por un lazo musical”.

Con piano, contrabajo y batería, representa “la quintaesencia del jazz de los últimos 40 años” pero se atreve a sonoridades que salen de la esfera jazzística para coquetear con el rock (al reversionar, por ejemplo, temas de Soundgarden) o echar anclas en la música de cámara y luego navegar composiciones propias.

“El trío es un campo de experimentación, es como un viaje largo y lindo en el que van apareciendo distintos colores. Para elegir el repertorio soy muy visceral: me gusta o no me gusta, no tengo planteos intelectuales al respecto. No creo tanto en los estilos como en lo que determinados artistas eligen tocar porque tiene que ver con su vida y con lo que son; creo en músicos genuinos tocando música genuina”.

Para Oscar Giunta, el trío es un viaje pero también materializa un sueño. Cuenta: “Antes de formarlo, una noche soñé que tocaba con ellos...”.

-¿Lo soñaste?, qué loco...

-Sí, es increíble. Con cada uno de ellos había tocado pero nunca habíamos coincidido en un mismo proyecto. Una noche soñé que estábamos los tres tocando en un teatro y todo funcionaba de maravillas. Lo mágico fue que cuando debutamos, todo fue tal cual lo había soñado. Las situaciones mágicas pueden ocurrir de un momento a otro.

-¿Qué otras cosas soñaste y se cumplieron?

-Un sueño es un deseo; un deseo fuerte que esperás que suceda, a veces, sin saberlo; profunda pero inconscientemente. He soñado con un montón de situaciones musicales que terminaron ocurriendo por razones aparentemente azarosas: gente con la que quise tocar, lugares donde quise estar.

-Bueno, en la lista hay varios: Hancock, De Rivera, Schifrin...

-Toqué con músicos increíbles pero hay una experiencia que, para mí, es la más romántica. En 2011 vino a Buenos Aires Wayne Shorter, saxofonista del Miles Davis Quintet. Me llamaron el mismo día para tocar en el Gran Rex, sin ensayo. El teatro estaba repleto; la gente y los músicos estaban prendidos fuego. Fue una experiencia mágica, invaluable; no sólo desde lo artístico sino también desde lo emocional. Eso que estaba ocurriendo ahí había sido el sueño de toda mi vida. Y era un premio a todo aquello que había hecho de manera silenciosa, estudiar, prepararme.

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