Nicolino Locche: la leyenda del intocable

Fue el más grande. El hombre que revolucionó el boxeo provincial y nacional. Era un personaje querible, amigo de sus amigos.

Allí estaba sentado a la cabecera de la mesa, con una de sus manos apoyada sobre ella y con la otra sostenía una copa de vino blanco. La mirada profunda y el ceño entre fruncido, el Bochita observaba su entorno más íntimo reunido; sus hijos (Nancy, Lolo y Ana María), algunos de sus nietos, su hermano Chicho, su amigo Jorge Barloa,  su esposa María Rosa y su amiga Carina. Ah! y, por supuesto, sus perros Tuky y Lara. Tuky era su predilecto.

Aquella cálida noche del 2 de setiembre, Nicolino festejaba su cumpleaños número 66 y pocos tuvimos la fortuna de compartir la cena con quien fuera el máximo ídolo del deporte mendocino; Nicolino Locche o simplemente El Intocable.

Sus tres hijos y nietos se habían reunido después de una largo tiempo con él. Era un momento especial de su vida. No la había pasado nada bien tiempo atrás el ex campeón mundial welter juniors, aunque el Intocable siempre supo hacerle  fintas a las terapias intensivas y salió hasta de las más complicada. Incluso en la última estuvo un largo tiempo con respirador mecánico debido a sus problemas pulmonar por la adicción al tabaco.

El cigarrillo siempre fue su gran compañero. Incluso aquella noche, luego de cenar, encendió uno. Le dio unas “pitadas” a las apuradas, como podía. Le calmaba la ansiedad. Tenía totalmente prohibido fumar, pero era el Intocable.  María Rosa, su compañera durante  25 años, siempre le cuidó la coquetería al Bochita, así lo llamaba ella. Lucía un suéter color salmón, un jean y estaba cuidadosamente afeitado.

A su lado estaba Barloa (fue con su esposa Nidia), un amigo entrañable y sparring de su carrera profesional. En los últimos años Nicolino hablaba muy poco.  Igualmente, la voz le había quedado afectada cuando le retiraron el respirador. Lo hacía con cierta disfonía, en un tono “bajo” y sus respuestas generalmente era monosílabos o cortas. Pero con Jorge, él mantenía el diálogo.

Sin lugar a dudas que todo fue como una gran despedida. Su recuperación, tras estar internado más de un mes se vio reflejada en todos los medios nacionales y locales.  El día 23 de agosto, quince días antes de su fallecimiento, llegó hasta Mendoza el periodista Sebastián Contursi,  por ese entonces asesor, vocero y clasificador de la AMB.

Contursi, le entregó el cinturón de campeón mundial welter junior a Locche. En una reparación histórica de la AMB a sus ex campeones mundiales. Todos los medios llegaron hasta el Barrio Las Compuertas de Las Heras, donde vivía. Volvió a la palestra como de costumbre.  Sus ojos brillaban de felicidad. “Me habían hablado del cinturón y lo esperaba. Esto es muy bueno y estoy contento”, expresó Nico.

No era muy amigo de las grandes reuniones y que le hicieran muchas preguntas.

Cuando salió de terapia intensiva le comentó a Adrián Dottori, autor del libro La Leyenda Intocable, “que volvería a vivir exactamente como fue toda su vida, que no cambiaría nada y seguiría fumando”; era incorregible.

Aquella noche de su cumpleaños estaba muy contento y descorchó un vino blanco que le regaló Carina Villegas, una amiga de María Rosa a quien él trataba como a una hija.

Siempre seguí muy de cerca la carrera Nicolino Locche, pero en los últimos años de su vida estuve más  ligado a él por el periodismo; además de mi pasión por el boxeo.  Más allá de mantener una gran amistad con Nancy, su hija menor y la preferida.

María Rosa solía llamarme para informarnos que el “Bochita” estaba bien y algunos de sus itinerarios.

Locche ingresó al salón de la fama en Canastota, Nueva York junto a grandes figuras mundiales del pugilismo.  Aquella noche cuando él me vio atravesar la puerta del comedor, desde la cabecera de la mesa levantó su copa de vino blanco, “ salud” me dijo y dejó escapar una pequeña sonrisa. No esperaba que me reconociera, pese a la cantidad de veces que lo había visto.  En algunas ocasiones me dirigía la palabra y en otras no tanto.

Estaba  invitado a su  cumpleaños y no me animaba a ir, pero a último momento tomé la decisión de ir a saludarlo. Me acerqué y le pregunté como estaba, “bien, bien, muy bien. Contento. Sentate” me dijo.

Que tal está el vinito Nicolino, le consulté: “Esta muy bueno”, respondió y me convidó de su vino blanco y brindamos a su salud  junto a su familia.  Han pasado años de aquel día. Un hermoso recuerdo y muy fresco en mi memoria.  Han pasado doce años desde que partió. Habrá que brindar “a su salud”.

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