Multitudes

Cómo se han ido desarrollando los movimientos de masas en nuestro país hasta llegar a los piquetes del presente que intentan ganar la calle a un gobierno que no termina de acertar.

Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes

Mi amigo Juan José Sebreli escribió un libro contra el fútbol. Es la visión de aquellos que reivindican al individuo frente a la masa, multitud o pueblo, según lo queramos nominar. Lo cierto es que los fenómenos populares y masivos existen en el deporte, en la música o en la religión y, a veces, pocas, también en la política. Como todo lo humano, abarcan desde la espiritualidad al peor estado de los que necesitan alcohol o droga para llegar a disfrutar en plenitud.

Creo recordar a Octavio Paz diciendo que el vino era Occidente. Estaba presente en la bacanal griega y en la Última Cena, y la droga es Oriente, un camino a la soledad, al aislamiento. Sin duda existe una soledad en la multitud, en ese apretujarse que encuentra un acercamiento de los cuerpos que difícilmente pueda reflejarse más allá. En el fútbol eso fue siempre; en la política, marcó como a nadie el tiempo del peronismo. Viví esas presencias interminables que nadie llevaba en colectivo, que surgían solas, como lo definiría Scalabrini: “Es el subsuelo de la patria sublevado”. Aquel gorila que hizo eterna su condena “es el aluvión zoológico”.

Lo de Ezeiza fue insuperable; la mayor manifestación de nuestra historia. Entre el pueblo y su jefe, el general Perón, se interpusieron la derecha y la izquierda, ambas convencidas de ser la vanguardia de esa multitud; ambas tan ignoradas por el todo como suicidas en la historia. Multitudes, dicen que vienen extranjeros pagando muy caro su derecho a un palco para el Boca-River, ese enfrentamiento que refleja la dimensión de nuestras pasiones. Convertimos nuestro amor por el fútbol en un fenómeno que asombra. Ese conflicto que luego, en lo cotidiano de la vida, nos enfrenta sin sentido en la política. Y, a veces, se convierte en tragedia, en las canchas o en los recitales.

Algunos somos creyentes de la conciencia colectiva, de la virtud de los fenómenos de masa, de pueblo. Concebimos aquel Diecisiete de Octubre como el día en que los marginados emitieron un grito que les permitió convertirse en protagonistas, imponer una identidad en aquella mezcla de razas. Ahí no había colectivos ni aplastados, sólo una fuente que lavó sus pies bautizando esa plaza para siempre.

Las multitudes son como todo lo humano: pueden reunirse en la plaza de San Pedro para recibir la bendición papal o salir a enfrentar al autoritarismo kirchnerista bajo la lluvia reivindicando a Nisman o en festivales de música, espacio donde el aturdirse sustituye a algunos otros intentos de trascender.

Una cosa muy distinta, casi antagónica, son los cortes de calles, ese espacio donde la queja desesperada o calculada la imponen al resto; una limitación en sus derechos a cambio de que sientan la bronca que arrastran por la limitación de los propios.

Ahora parece que intentan ganar la calle al Gobierno, en parte por la falta de aciertos y también por el resentimiento de los derrotados.

Cuesta entender cuál es la critica que enriquece el debate y cuál el intento de cuestionar a las mismas instituciones.

Claro que Macri en el principio viajó con Massa a Davos y luego dijo que no era un dirigente confiable. Y provocó a Baradel en su discurso de apertura de sesiones, y largaron la cantinela de que los tienen que dejar gobernar, y que las elecciones tan apresuradas molestaban al proyecto.

Habría que convocar a un congreso de brujos y videntes para limpiar las turbias energías que emana la Casa Rosada. Cada quien que asume termina en pocos meses insuflado de efluvios de salvador de la patria. Y sólo, siempre, es un proyecto individual del partido ganador. Como si la política no necesitara de los aliados, como si el sueño eterno y reiterado fuera a quedarse para siempre. Votamos presidentes y con el tiempo se convierten en monarcas o, al menos, lo intentan.

Cuarenta y un años del golpe, duele mucho ese recuerdo por lo poco y nada que aprendimos. Seguimos sin violencia ni riesgos graves pero tan divididos y sectarios como en aquel fracaso. Y, sin autocrítica, elegimos al culpable del golpe y con eso se lavan todas nuestras culpas. Triste; si nadie asume sus errores es imposible reencontrar un rumbo colectivo.

Mirtha Legrand se convirtió de pronto en una convocadora al debate, al aplauso o la devaluación. Pegó fuerte, no se comportó como una invitada. Dijo lo que sentía, aquello que reflejaban sus diálogos cotidianos. Se hizo cargo del desencanto de muchos que lo habían votado.

Con el derecho de los años expresó sin titubeos: “El rey está desnudo”. Yo también voté a Macri y me aguanté las críticas de mis compañeros y el destrato de los Pro. Eso es lo de siempre: gente rica no suele decir gracias, carente de gestos, y de pronto algunos les pasan la factura. Nada personal, una expresión de la angustia colectiva. Mirtha no es de izquierda ni peronista ni desestabilizadora. Piensa y dice lo que piensa, siempre. Ésa es su manera de fortalecer la democracia y es parte de nuestra historia, no como ese injerto absurdo que expresa Durán Barba.

No creo en las conspiraciones. Sólo me asustan los errores de los gobernantes. Sé que dejaron un caos pero también que esa justificación tiene fecha de vencimiento. Aumentaron la deuda, la inflación y la miseria. Si van todas juntas es que algo hicieron mal. Hay un modelo que imagina que las grandes empresas tienen todavía margen para esquilmar a los ciudadanos. Es falso. Los grandes ganan demasiado y los contribuyentes no pueden pagar más. Hace rato que están achicando consumo, sacrificando el presente con miedo a que ni siquiera sirva para un mejor mañana.

No es cuestión de tiempo ni de desestabilizadores ni de conspiraciones ni de poderes ocultos. Es sólo ideológico; son años cayendo en la pobreza. Eso fue con Menem y con los Kirchner y no resiste seguir con Macri. Esta concentración de la riqueza es destructiva para la sociedad. Hasta Mirtha Legrand se da cuenta, no por ser peronista ni populista, sólo pura racionalidad. Y así no podemos continuar.

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