Muere un viejo mundo, aún no nace el nuevo

Un repaso por el escenario nacional e internacional. La crisis del macrismo y del peronismo, la muerte de Fidel, Trump, la globalización. Lo nuevo y lo viejo.

Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional. Especial para Los Andes

Con sólo leer cualquier nota que marca los fracasos del gobierno, uno ingresa al espacio del mal, que abarcaría la responsabilidad y las limitaciones que impone el peronismo. Sin embargo, hasta ahora el gobierno navegó en aguas calmas sin obtener ningún resultado o índice positivo que le permita mostrar los logros de su saber.

Habitamos una sociedad donde en rigor de un lado están los liberales y del otro, algunos sobrevivientes del viejo peronismo. Nadie se animó a ser más liberal destructivo que Menem, y la verdad es que los Kirchner en poco o nada recuperaron sueños de industria nacional o independencia económica. Convirtieron a los pobres en clientela electoral subsidiada, rompieron el termómetro de toda medición y así intentaron disfrazarse de progresistas para ingresar al carnaval de la política sin ideas.

Macri maneja un gabinete deshilachado en el que ningún ministro parece dueño de su propio espacio. ¿Pero es que alguien imaginó que un conjunto de gerentes podrían otorgar rumbo a un gobierno que por ahora ignora cuál es su destino? Lo malo de las ideologías es que cuando sus devotos se equivocan suelen echar la culpa a la realidad. Y eso le pasa a Macri, convencido de que todo era un problema administrativo. Imaginó que con sólo asumir lloverían las inversiones y el futuro encontraría por sí mismo el camino.

Y ahora, cuando los índices no mejoran y el rumbo no se inventa a sí mismo, ahora que los Durán Barba que ayudan para ganar elecciones no saben qué diablos decir, ahora la culpa vendría a quedar en manos del peronismo, denominación global de la oposición, o más abarcador aún, “el populismo”, denominación con la que los exitosos suelen denominar a las dificultades que les impone la realidad.

El oficialista Emilio Monzó, desde su lugar de jefe de diputados, propuso convocar a un par de punteros, habló de Randazzo y Domínguez, dos amigos de él que nunca se lucieron por las ideas, sí por el manejo de las clientelas. De sólo pensarlo uno se aterra. El pragmatismo del gobierno integrando a los más obedientes y oscuros operadores políticos, cartón lleno y fracaso asegurado.

Con el nivel de concentración de la riqueza y las ganancias que hoy tenemos, la sociedad es difícilmente viable. Seguirá expulsando integrados para convertirlos en marginales, esa gran tarea que con tanto talento generó Menem al sustituir al Estado por los concesionarios. Las ganancias son privadas y a los caídos los sostiene el pobre Estado que apenas subsiste como albergue de necesitados y militantes convertidos en empleados públicos. Gran tarea que el kirchnerismo intentó transformar en progresismo estalinista al sustituir ricos disidentes por ricos obedientes. Eso sí, todo dentro de una gran mística revolucionaria.

Pero ahora ganó Trump y Vargas Llosa lo acusa con ser de derecha. Siempre imaginé que a la derecha del escritor no entraba ni un alfiler. Que a su derecha sólo podía estar la pared. Pero me equivoqué, queda también Loris Zanatta, que defiende una nueva concepción de la filosofía la cual imagina al hombre creado al solo servicio de la góndola del mercado. El hombre como consumidor no debe tener sueños ni dioses; sólo desnudo con la tarjeta de crédito que los bancos que sostienen a Zanatta nos van a decir en cuántas cuotas uno puede pagar su destino. Como decía Armando Tejada Gómez del gerente o ejecutivo: “Tiene un perro, una amante y un psicoanalista, que le amansa la muerte dos veces por semana”.

Murió Fidel Castro, un enorme debate generó ese hecho tan natural como esperado. Se iba un hombre del siglo pasado, siglo de las ideologías y la violencia, siglo de luces y sombras. No se fue como Nelson Mandela, llorado por todos, ni siquiera como el General Perón, ganador de elecciones y respetado “por el viejo adversario que despide al amigo”. Fidel vivió más allá de su propio tiempo histórico. Cuba incitó violencias que no lograron un solo triunfo. Millares de vidas entregadas a una causa inviable. La revolución de la isla no tenía espacio en el continente.

El marxismo no se pudo encontrar con la libertad que, con sus limitaciones económicas, genera la democracia. Cuba es el final de una ideología que fracasó. Claro que su mismo fracaso también interpela a las desmesuras del capitalismo. Y otros grupos saldrán a ocupar el imprescindible espacio de los sueños. Cuanto más dura sea la realidad más necesidad engendrará de grupos que se subleven y la cuestionen. Murió el marxismo, no la rebeldía.

Después del inesperado brexit ganó Donald Trump y murió Fidel. Un indiscutible retorno a los nacionalismos cuestiona a la misma globalización. La pregunta es si la globalización de los negocios implica modernidad y si la reacción de las naciones expresa el atraso.

Deberíamos aclarar que la globalización de los negocios no es más democrática que la misma vigencia de las naciones; que las corporaciones no pueden ser las sucesoras de las culturas. Trump viene a plantear eso: la fuerza de la burguesía nacional por sobre los negocios que buscan los menores salarios.

Resultaría absurdo que los logros de las grandes democracias terminaran devaluados por explotadores de la necesidad que engendra la pobreza. La historia a veces incita al debate. Que el triunfo de Trump sea contemporáneo de la muerte de Fidel puede sin duda ser una casualidad, tanto como desnuda la pobreza del viejo debate entre progresistas y retrógrados. La modernidad necesita de nuevas consignas que expresen y contengan las necesidades que nos trajo aparejadas.

Algunos errores asustan. Por ejemplo: que la Cancillería no logre impedir el paso de Milagro Sala, de prisionera a heroína. En algo fallan. La Cancillería es el espacio que todavía alberga a funcionarios seleccionados y formados, donde la carrera tiene que ver con el talento y el esfuerzo. Vidas dedicadas a un saber que seguimos dejando conducir por aficionados. Como en tantos lugares, desde la política a las universidades, la formación y la independencia de criterios suelen resultar molestas. Se prefieren los amigos y, si son obedientes, mejor: los leales al poder de turno. Así nos va. El pedido de libertad a Milagro Sala es una muestra de ineficiencia de la Cancillería.

Y para cerrar estos intentos de cuestionamientos al presente, hay un error que arrastran los presidentes, todos: esa idea de sostener a sus ministros más allá de sus fracasos, como si cambiarlos fuera una expresión de alguna debilidad. Absurdo. Hacerlo a tiempo sería una muestra de fortaleza y un reconocimiento de que nuestra sociedad está más necesitada de humildad que de infalibilidad. Al menos hasta ahora.

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