Mendoza y sus líderes mansos

El informe de la AGN, que indica que nuestra provincia fue poco favorecida en la década K, invita a analizar el rol de los dirigentes mendocinos a la hora de negociar con la Nación.

Mendoza y sus líderes mansos
Mendoza y sus líderes mansos

El informe de la Auditoría General de la Nación sobre la ejecución presupuestaria entre 2003-2012 dejó al descubierto algo que, en rigor, gran parte de los mendocinos intuíamos: que Mendoza no fue, ni por asomo, una de las provincias favorecidas por las políticas del Gobierno central ya que el grueso de los fondos a empresas privadas y públicas se tradujeron en subsidios para el área metropolitana -la Capital Federal y el conurbano bonaerense- y por ende no repercutieron en nuestra geografía, y de la torta de recursos discrecionales, es decir los que no tienen una norma que indique cómo la Casa Rosada debe distribuirlos, a Mendoza le tocaron migajas.


El informe de la AGN, que Los Andes publicó en su edición dominical, es muy crítico sobre el estado de salud del federalismo en la Argentina kirchnerista.

Remarca dos datos insoslayables: que el monto que el Estado nacional gira a las provincias más allá de los recursos de la coparticipación (porque ésta en rigor son fondos de las propias provincias que la AFIP recauda y luego el Tesoro redistribuye) es menor a lo que destina a subsidios energéticos y del transporte y menor a lo que manda a las empresas públicas.

Pero, además, del total de lo que se recauda, sólo entra en la coparticipación 24%, pese a que hay una ley que asegura a las Provincias un piso de 34%.

Ahora bien, este sistema basado en la más pura discrecionalidad que benefició a otras provincias y relegó a Mendoza, ¿es exclusiva responsabilidad del matrimonio Kirchner, que lo radicalizó desde que llegó al poder en 2003?

La respuesta, para este cronista, es que no. Los gobernadores, incluidos los mendocinos, fueron cómplices y garantes al mismo tiempo de que el federalismo, la transparencia y la equidad se hayan ido diluyendo a lo largo de la década K.

Además, ni Julio Cobos (2003-2007), ni Celso Jaque (2007-2011) ni ahora Francisco “Paco” Pérez han demostrado ser grandes negociadores a la hora de sentarse a discutir fondos con el Gobierno nacional. Ninguno de los dos primeros pudo dejar una obra de infraestructura importante en su haber, financiada por la Nación, y Pérez corre con la misma suerte (Cobos canjeó la promesa de Portezuelo del Viento por el desistimiento del juicio por la promoción industrial).

En cambio, los mandatarios de provincias vecinas como San Juan o La Pampa, sí supieron obtener mejores condiciones para sus provincias. Ni hablar del riojano Luis Beder Herrera, del formoseño Gildo Insfrán, del chaqueño Jorge Capitanich o del santiagueño Gerardo Zamora, que colocaron a sus provincias como principales beneficiarias de la “década ganada”, ya que todas ellas están pocos escalones más abajo que Santa Cruz, la gran ganadora de la era K, y del área metropolitana donde se vuelca el grueso de los subsidios energéticos y al transporte.

Para dejarlo bien en claro, recordemos que Mendoza quedó decimoquinta en el ránking que hizo la AGN en cuanto a la distribución de los recursos discrecionales transferidos por la Nación a las provincias, pero terminó decimosegunda si se dividen estos fondos por la cantidad de habitantes (cada mendocino recibió en diez años 1.652 pesos, mientras que un santacruceño percibió 20 veces más dinero: 33.011 pesos).

Una posible línea de análisis de este relegamiento de Mendoza, que no haga foco sólo en la culpa “de los otros”, es decir en la responsabilidad del Gobierno central, es en torno a la calidad del liderazgo mendocino.

En el sistema de ideas y valores sobre el que el kirchnerismo más puro construyó su actual poder, los líderes fuertes, los caudillos provinciales (o municipales, en el caso de los barones del conurbano), son los únicos invitados a las mesas de decisiones.

En dicha micro visión de la política, las provincias fueron asimiladas a feudos y ninguno de los tres gobernadores mendocinos en estos once años de kirchnerismo pudo hacerse valer como “dueño” de los votos emitidos en Mendoza.

Quien estuvo más cerca fue Cobos, ya que llegó a ser vicepresidente gracias a haber acercado a Néstor Kirchner esa cuota de poder territorial que tenían los radicales K, pero el actual diputado nacional cometió -en aquel momento- un error estratégico y terminó asumiendo la segunda magistratura del país con un poder licuado.

¿Cuál fue su error? Dejó que los Kirchner cerraran acuerdos electorales también con el peronismo mendocino y a la vez no llegó a un arreglo con el radicalismo no K (que entonces encaraba Roberto Iglesias), lo que a la postre significó una derrota para el cobismo en la provincia, que pasó a ser gobernada por el PJ.

Así, el entonces vice de Cristina llegó “sin feudo” a presidir el Senado de la Nación. Pero esta pérdida electoral de Cobos no significó una transferencia del “poder real” al peronismo de Jaque, ya que en la Casa Rosada siempre se le recordó que los “votos son de Néstor y Cristina” y que él llegó al Sillón de San Martín sólo porque iba en la boleta del Frente para la Victoria.

Lo mismo le ocurre ahora a Pérez, quien también accedió a la Gobernación gracias a la espectacular elección de la Presidenta en 2011 y cuando elevó un poco la voz para quejarse por la ley de Hidrocarburos que quería imponer la Nación a las provincias, a la Presidenta no le tembló el pulso e hizo tronar el escarmiento.

¿Cómo se construyen los liderazgos fuertes? Si se observa que dos de las tres provincias menos favorecidas por el kirchnerismo durante 2003-2012 fueron Santa Fe y Mendoza, las dos jurisdicciones cuyas constituciones no permiten la reelección del gobernador, entonces es dable permitirse pensar en la hipótesis de que los mandatos de sólo cuatro años no permiten a los gobernantes construir “suficiente poder” como para negociar en mejores condiciones con un Gobierno central que viene creciendo aritméticamente en tamaño y concentrando vorazmente políticas y recursos.

Seguramente, el límite de una reelección, como tienen la mayoría de las provincias argentinas, es más adecuado a la idiosincrasia política que impera a nivel nacional.

Pero la respuesta no está sólo en modernizar la Carta Magna. Hay que poner bajo la lupa las cualidades de nuestros dirigentes, a los que les ha resultado más sencillo echar culpas de sus frustraciones a la dinámica nacional pero a la vez no perdieron una sola oportunidad de prenderse de los éxitos electorales del matrimonio Kirchner para llegar a la Gobernación y actuar durante cuatro años como simples delegados del poder central en Mendoza.

La meneada reforma política mendocina está a medio camino. Queda pendiente una modificación integral de nuestra Constitución y también el ansiado momento en el que la clase política local se anime a disputar las elecciones generales en fechas separadas de los comicios nacionales.

Cuando un gobernador pueda ser elegido por el pueblo sin llegar prendido de una boleta presidencial y cuando su liderazgo pueda ser refrendado en las urnas, seguramente nadie le podrá decir en Buenos Aires que no es dueño de los votos.

Restará, obviamente, que en este hipotético caso este dirigente se anime a poner en la mesa todos los temas tabú que los gobernadores K no se animaron a plantear a la Rosada: una nueva ley de Coparticipación, más transparencia en el reparto de los fondos, el fin de las retenciones para las economías regionales extra-pampeanas, el precio de las regalías hidrocarburíferas a valor del mercado internacional, la coparticipación total del impuesto al cheque, por nombrar algunos de los tópicos que durante la última década estuvieron silenciados por la enorme billetera del gobierno nacional y la lógica de premios y castigos que los Kirchner supieron hacer respetar.

Mario Fiore - mfiore@cimeco.com - Corresponsalía Buenos Aires

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