Margarita Vadell: “No sé vivir sin escribir”

Es docente de ciegos, profesora en filosofía y, sobre todo, escritora. Desde su primer texto escrito en Braille durante la infancia hasta este gran ensayo, “Del susurro al grito”; resultado de una vida de reflexión y estudio, Margarita ha crecido en la re

El shock fue cuando, mientras cursaba la carrera de Filosofía en la UNCuyo, su novio le leyó "El túnel". 

La descripción de los ciegos que hace Juan Pablo Castel, el antihéroe de Sábato, le resultó letal: "Seres fríos, húmedos y silenciosos, como las víboras...". Ahora Margarita lo cuenta con humor e incluso reproduce la escena. "Discrepo -dijo mi novio con tono firme-, de silenciosos no tienen nada".

Detrás de las risas quedó latiendo algo complejo. ¿Así nos ven?, se preguntó. Y sintió que ese día perdió la inocencia.

Los prejuicios que arrastran las representaciones simbólicas comenzaron a desvelarla. “No sólo por cómo somos vistos los ciegos; también me preocupa cómo desde el no-ver se percibe a los videntes”.

El miedo, la sensación de amenaza, la autocompasión, la negación, el encierro y las falsas certezas...Todas estas sombras con las que ella lidió desde niña se convirtieron, finalmente, en una necesidad de expresión. "Leí muchas obras con personajes ciegos. Hubo cosas que me molestaron y que, luego, comprendí eran símbolos y obsesiones de los autores. Pero además tenía mi experiencia y la de otras personas con las que comparto parte de mi vida. Quise incluir mi voz y sus testimonios también".

Ornella, por ejemplo. Ella llegó a la clase de Margarita (ya docente de la escuela Hellen Keller) a meses de la operación en la que habían sacrificado su vista para salvar su vida. La relación entre ellas floreció al punto de que la voz de Ornella sugirió el título de este ensayo.

Y Renée. Era pediatra hasta que, tras la pérdida de visión, se alejó de su profesión. En los escritos de Renée laten los colores que habitó en su infancia.

No es el caso de Margarita, que nació sin ver. "El tema está en mí", escribe Vadell en el prólogo. Pero esto no quiere decir que el libro haya sido escrito pensando sólo en lectores ciegos. Por el contrario, lo que pretende es dejar de alimentar esa brecha (ese recelo mutuo) que marca la diferencia entre el ver y el no-ver.

Después de Sábato, siguió indagando en obras de Buero Vallejo, Maeterlink, Baudelaire, Rilke... Continuó con “Los ciegos en la historia”, de Jesús Montoro. ¿Quería analizar la situación existencial que provoca la ceguera desde una perspectiva histórica? No era suficiente.

- ¿Qué buscabas entonces?

- Mostrar cómo nos cuesta aceptar que ese miedo a la oscuridad está en todos nosotros.

De cómo se hizo dueña de las palabras

Desde que tuvo la posibilidad de tener en sus manos libros en Braille, se convirtió en una lectora voraz. Sentada en el piso en posición de loto, con los tomos que el cartero le traía a veces a deshora, “porque venían desde Buenos Aires”, Margarita aprendió a leer. “No había escuela para no videntes en ese tiempo”, aclara.

La escuela Helen Keller abrió sus puertas en Mendoza recién en setiembre de 1958. Ella, que había nacido en el ‘42 con amaurosis congénita, no tenía cómo ni dónde hacer la primaria. “Entonces mi mamá me llevó a un grupo de personas sordas y ciegas que se reunía con voluntarios. La mayoría eran hombres grandes, sólo había dos adolescentes y yo, que tenía cinco años”.

Así de heterogénea fue su primera pandilla pedagógica. Y Margarita todavía recuerda la dulzura y firmeza de voz de la señorita Celina Nicolini que, cuando preguntaron qué hacer con ella, dijo “de la nena me encargo yo”. Le enseñó Braille analítico, una forma no convencional que consiste en “leer la palabra entera”.

Así se abrió el universo de la lectura, aunque Margarita ya tenía oído para las palabras: “Mi abuela era analfabeta, coplera de alma; ante cada situación, se despachaba con una copla...”. Por eso, quizá, lo primero que garabateó fue una canción.

Ya adolescente, terminó la primaria en la Helen Keller y, luego, decidió ir al Magisterio. “Sabía que quería ser maestra”.

Ya mostraba talento literario. Ganó la beca Adolfo Calle, pero se la otorgaron al segundo premiado porque ella no estaba escolarizada de modo convencional. Por eso crearon -prácticamente gracias a ella- la beca Leoncia Cordera de Calle.

A los 18 se fue de campamento durante 23 días a la precordillera con un grupo universitario. Era la primera vez que se iba tanto tiempo por cuenta propia. Allí conoció al profesor Vicente Cicchitti, quien después la orientaría para elegir la carrera de Filosofía.

Pero cuando llegó el momento de sus prácticas docentes en el Magisterio, se le hizo cuesta arriba. “Me pusieron mil trabas para aprobarlas.

Pero una profesora me defendió. Me dijo: usted tiene alma y tripas de maestra”.

Durante su cursado universitario, Margarita decidió vivir sola, enamorarse, militar en la Teología de la Liberación, participar en la manifestación del Mendozazo (ese día se tuvo que tirar adentro de una acequia por la revuelta), enseñar lectura a ciegos adultos. “Cada mano era una historia nueva: alguno quería leer letras de tango; otro la revista del Reader’s Digest”.

Claro que muchos quedaron en el camino. “No somos muchos los que seguimos la universidad”, dice con un suspiro. “Lo importante es que la ceguera no te aleje del mundo”. Lo primero que le dice a sus alumnos es esto: “¿Estás ciego, pero quién sos?”.

El encuentro

Cierta tarde de los años ‘70, un señor la tomó del brazo. Ella salía de la Casa del Maestro y sintió una presencia cercana: “¿Le molesta si la acompaño?”. Caminaron un par de cuadras, hablando de literatura. Ya se conocían. Él había sido jurado en un concurso donde Margarita presentó algunos poemas. Las devoluciones de él habían sido lapidarias: “La poesía de protesta no es protesta ni es poesía”.

Siguieron caminando hasta los escalones donde el caballero debía ingresar a su trabajo. Antes de despedirse, le dijo: “Quizá pronto me tenga que acompañar usted a mí”.

Tenía serios problemas de visión. Pero ni siquiera sospechaba lo que se le iba a venir: que le arrancarían los anteojos, que lo golpearían en la cabeza hasta nublarle la visión del todo. “Sí, era Di Benedetto”, cierra Margarita.

La autora

Margarita Vadell nació en Mendoza en 1942. Obtuvo los títulos de Maestra Normal Bachiller especializada en Ciegos y Profesora y Licenciada en Filosofía, en la UNCuyo.

Ejerció la docencia primaria en la Escuela Helen Keller. En forma privada se desempeñó como maestra de apoyo de dos niñas ciegas en escuelas regulares.

A nivel superior fue profesora de Didáctica Especial en la Facultad de Antropología Escolar.

En la Escuela Superior de Formación Docente (UNCuyo) dictó Antropología Filosófica y Ética.

Participó en eventos relacionados con la problemática de la ceguera a nivel provincial, nacional e internacional. Ha publicado diversos artículos en medios especializados como “Revista Esperanza”.

En 2011 publicó “Poemas Inevitables”.

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA