Macrismos y cristinismos poselectorales

Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

En apenas una semana desde las elecciones presidenciales, una gigantesca reestructuración del mapa político argentino se está comenzando a ver, tanto en ganadores como en perdedores. Los dos grandes aparatos que libraron el combate -Cambiemos y el Frente para la Victoria- parecen haberse gastado junto con la guerra que libraron y entonces van cediendo lugar a otras expresiones políticas aún no definidas del todo.

Macrismos. Lilita Carrió y Ernesto Sanz son Cambiemos, Macri es el Pro. Y el hecho es que el de Macri no será el gobierno de Cambiemos sino el del Pro con algunos dirigentes de Cambiemos pasando a formar parte de la gestión del Pro. Será un gobierno sin cupos, a diferencia del de la Alianza entre la UCR y el Frepaso en el 99. A los radicales le dieron sobre todo el área de comunicaciones y algo que sólo será importante a futuro pero que hoy sólo es una promesa, como el plan de infraestructura del Norte del país. A Lilita no le dieron nada de lo que pidió. Prat Gay es formalmente de su partido pero no tiene relación alguna con ella. Carrió quiere que su gente de confianza maneje organismos de control, pero a cada pedido de este tipo que le hace Lilita, Mauricio le ofrece una embajada.

Pero así son las cosas en todos lados. En Mendoza gobierna la UCR no Cambiemos, en la Nación y Buenos Aires gobierno el Pro, no Cambiemos. De Cambiemos forman parte todos, pero Cambiemos fue una mera alianza para llegar al poder, no para gobernar. Los gobiernos son de los partidos. O de un partido ampliado con colaboraciones de los que fueron sus socios para conquistar el poder, pero que no serán socios del poder.

De acuerdo a lo que puede apreciarse, Sanz no quiso formar parte de esta etapa, tampoco Lilita. Por eso se alejan discretamente sin romper ni demostrar enojo ni mucho menos. Como diciendo que a pesar de que ellos hicieron tanto como Macri para conquistar el poder, hoy sus fuertes presencias podrían llegar a sobrar, a interferir con el modo en que el futuro presidente entiende debe construir su gestión. Modo con el que quizá no acuerden del todo pero que respetan. Además creen que Macri está en todo su derecho de elegir ese modo.

Elisa toma distancia, Sanz deja -quizá transitoriamente- la política. Imposible no darle interpretación política al sorpresivo alejamiento del jefe radical triunfante, aunque él no haya mentido en su deseo de estar con su familia. Pero hay un mensaje político detrás de su partida. Él no quiso formar parte, al menos en primera plana, de un gobierno del cual no sería socio sino empleado de lujo.

Vale decir, ha quedado claro en esta semana algo que ya se insinuó claramente en la forma en que Macri construyó su triunfo desde el vamos: el futuro presidente no quiere gobernar con una alianza, como se ve claramente en la conformación ministerial.

Cambiemos fue un instrumento para llegar al poder y una cantera de dirigentes a convocar para un partido aún chico, que por los avatares electorales hoy se encuentra con cien veces más estructura gubernamental para ocupar que estructura partidaria de donde reclutar funcionarios.

Por eso no estamos frente a un problema de egoísmos o de traiciones, sino de concepciones. Salvo en lo que se refiere a quien es el que manda, hay lugar para todos, por lo que no habrá demasiados conflictos en esta nueva alianza que no es la vieja Alianza.

Cristinismos. Ante la pulverización de los partidos con el crack de la Alianza y los neolemas duhaldistas (1999-2003), la política se refugió en el Estado frente a la furia antipolítica de la sociedad que quería "que se vayan todos". Y nunca más la política volvió a la sociedad, se estatizó definitivamente, con lo cual hoy hacer política es lo mismo que ser empleado público. Otro lugar no hay.

Eso es lo que le permitió a Cristina crear una de las estructuras políticas más anómalas de la historia, la Cámpora. Una especie de partido con todos los cuadros rentados por el Estado, una burocracia o guardia pretoriana con la ideología de montoneros pero con el modo de vida de un Boudou.

El problema para Cristina es que se quedó sin Estado, ni provincial ni nacional, y ahora deberá luchar para que los infiltrados que dejó por miles sobrevivan en un Estado en manos de un partido hostil. Porque esos cuadros sin Estado se ahogan, pues como estructura política nacieron estatizados y fuera de él no saben qué hacer ni de qué vivir.

Por eso la orden es resistir desde dentro como sea. Se trata de la nueva y denodada lucha de Cristina por sostener la infiltración de los suyos en el terreno estatal enemigo. Y para eso tuvo que adecuar el relato.

Ya no hablará de reiterar el 45-55 en sus peores aristas, las del culto a la personalidad o la persecución a la prensa libre, ni de volver al 73 continuando a Cámpora y la juventud maravillosa. No, ahora se comenzará a conversar de la resistencia peronista iniciada en el 55. O la ideología del tanto peor mejor aplicada por Montoneros entre 1975 y 1976. O de 1983, esos años en los que la juventud peronista se enorgullecía de autocalificarse como “somos la rabia”, de tanto odio que no podía contener. Ese es el kirchnerismo hoy, que ha salido a la ofensiva diciendo que acá no se perdió sino que se empató y entonces el Estado debe ser para los dos. Resistir en el seno del poder estatal.

Cuando ganó Alfonsín, el perdedor Luder pretendió presentarse como la oposición racional tal cual hoy lo quiere hacer el perdedor Scioli. Mientras que Herminio Iglesias y el peronismo ortodoxo (lo que hoy sería el kirchnerismo) buscaron desde el primer día boicotear al nuevo gobierno. Durante dos años provocaron todo lo que pudieron a Alfonsín hasta que en el 85 esos bárbaros fueron pulverizados en las urnas. A partir de allí ni el perdedor Luder ni el provocador Herminio se quedaron con el PJ, sino una nueva generación política que dejó de ponerle palos en la rueda a Alfonsín y que gracias a ello en apenas dos años más le ganó los comicios en casi todo el país a la UCR.

Ahora parece que tendremos que sufrir algo parecido si el peronismo no despierta sus aristas racionales y se hunde en la desesperación de la derrota. El cristinismo intentará obstruir todo lo que pueda al macrismo a fin de ganar en 2017 las elecciones legislativas y con ello tener los números suficientes para impedirle gobernar definitivamente a Macri sus últimos dos años.

Por eso el tiempo que viene será crucial, entre un gobierno que precisa ser enérgico pero conciliador y una oposición furiosa si todo sigue así, con el cristinismo atacando y los demás peronistas vegetando. Aunque es posible que un sector del justicialismo, aprendiendo de la historia, se subleve antes y decida apoyar la reconstrucción institucional que el kirchnerismo destrozó.

Pero los que esperan que Scioli conduzca este proceso contra Cristina se equivocan. Scioli ya demostró con creces que él sólo sabe obedecer, no mandar. Es el paradigma del hombre que se preparó para gobernar obedeciendo obsecuentemente todo lo que le ordenaran, con la meta estratégica de supuestamente recién desobedecer cuando ganara. En su concepción había que ser dependiente para lograr la liberación. Un sofisma por donde se lo mire que demostró su fracaso estrepitoso. Cuando sólo bastaba con que le hubiera dicho que No una única vez a Cristina, por ejemplo con la funesta candidatura de Aníbal Fernández, para que Scioli quizá hoy fuera el presidente o cuando menos para que el peronismo retuviera Buenos Aires. Tan poco se le pedía y ni siquiera ese poquísimo supo el hombre hacer. Es un claudicador hecho y derecho.

Lo cierto es que en esta primera semana poselectoral, la lucha en el PJ se está dando discretamente entre los fundamentalistas y los tibios que siempre callaron ante Cristina a pesar de no pensar igual. Veremos si aparece un tercer grupo con más iniciativa, porque los tibios siempre son derrotados o absorbidos por los fundamentalistas. Aunque lo más seguro es que a la larga ambos grupos se irán perdiendo en las catacumbas del pasado donde se alojan los muertos vivos. Porque si el peronismo quiere prepararse para formar parte del país que viene y apostar a liderarlo otra vez, no podrá hacerlo con la línea Scioli-Luder ni con la línea Cristina-Aníbal-Herminio, sino que deberá adaptarse a los nuevos tiempos con los que tienen alguna credencial de dignidad para mostrar.

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