Los líos de Messi que cada vez complican más a Leo

El astro está en fase transitiva del cambio de su juego. Al pasar de dribleador a estratega confunde y recibe críticas como si se evadiera.

Por Fabián Galdi   - editor de MÁS Deportes digital -



Taciturno y en actitud melancólica, tal como se suele mostrar más de una vez fuera de la cancha, Lionel Messi está trasladando progresivamente esa referencia de figura distante dentro del campo de juego. Sin embargo,  ésto no implica que se vaya apagando su luminosidad como estrella de nivel premium en el mundo futbolístico. Más correcto es expresar que su modo de juego está variando, quizás en una transición claramente bisagra en su forma de expresarse en el reino de la pelota. Se le percibe un antes y un después en la manera de interpretar y a la vez de ejecutar esa variación en su performance. Es su impronta. Su señal para estos tiempos que corren: circula más el balón que las piernas. Y ya no serán las que marque tendencia sus maravillosas galopadas zigzagueando entre adversarios al estilo de su impagable gol para el Barça frente al Getafe, del cual se acaban de cumplir diez años. El presente lo muestra en una actitud de potenciar sus apariciones en momentos clave. Ya no de manera sostenida y permanente, sino en lapsos fulgurantes y propios de la excepcionalidad. A lo Messi. Y, en sentido figurado, sus líos dentro de la cancha, que lo complican a ojos de los demás.


Esa sincronía propia de una orquesta sinfónica que representaba el Barcelona en la era Pep Guardiola necesitaba de ejecutantes de alto rendimiento. La idea madre era crecer desde la posesión del balón y a partir de allí marcar los ritmos del partido. Manierismo puro, si se permite esta expresión tomada de la esfera artística. En esa argamasa futbolera, había una aduana conformada por una de las mejores líneas medias de todos los tiempos: Xavi Hernández, Sergio Busquets y Andrés Iniesta. Cerebro, timing, distribución, manejo, pausa, aceleración, desmarque más triangulación en largo y en corto. Una joya de la arquitectura del mejor fútbol de cualquier época, sin dudas.


Con esa base consolidada, Messi dejó paulatinamente de ser La Pulga para cumplir el ciclo completo de su metamorfosis y ser reconocido lisa y llanamente como Leo. Ni siquiera era necesario adosarle el apellido. El diez blaugrana rompió registros históricos a la velocidad de la luz, mientras se fue creando un espacio propio dentro de la máxima jerarquía de fútbol arte. Así, la saga que empezó con Alfredo Di Stefano se continuó con Pelé, Cruyff y Maradona hasta decantar en el eximio artista oriundo de las infantiles de Newell's y modelado en La Masía.


La cristalización de un extraordinario delantero como Cristiano Ronaldo hizo más grande a Messi. Los dos monstruos se retroalimentaron de la energía que se expresa en el duelo eterno entre Real Madrid y Barcelona. Una contienda que no tiene límite alguno y que también se potenció con el rol protagónico de sendos cracks. Y es nítido al punto de que cualquier edición del gran superclásico español paraliza a los cinco continentes, tal como sucederá hoy con el duelo en el Santiago Bernabéu.


Ésa competencia premium entre Leo y CR7 se transformó en la más legendaria de la historia entre dos futbolistas contemporáneos: nueve años consecutivos que el Balón de Oro de la FIFA se reparte entre los dos astros; cinco para el argentino y cuatro para el portugués. El de este año parece encontrar mejor posicionado al luso, luego de la clasificación del merengue a las semifinales de la Champions League tras haber superado el cruce contra Bayern Munich. Si ésto fuera así, quedarían igualados en el número de posesión del trofeo más codiciado por un futbolista.

A propósito de la Liga de Campeones de Europa, la eliminación azulgrana frente a la Juventus fue otro ejemplo de cómo Messi debió adaptar a la fuerza su prestación conforme a la demanda que le exige el entrenador actual. Del juego corto y asociado del laureado ciclo Pep se pasó a un par de temporadas de relación cercana aunque no totalmente simétrica con el modelo futbolístico de Tito Vilanova y de Gerardo Martino.


Sin embargo, el modelo futbolístico de Luis Enrique exige otra cosa: la adaptación a un sistema de contraataque permanente y en el cual se darán naturalmente duelos uno contra uno no sólo con Leo sino también con Neymar y Luis Suárez. Y la Juve, moldeada con el sello identitario italiano, supo cómo cerrar los espacios en zona de defensa tal como o no lo había hecho PSG en octavos. Es más, la zaga conformada por Leonardo Bonucci y Giorgio Chiellini dio una clase de firmeza defensiva. En medio de ese panorama,  Messi se comprometió aunque a veces pareciera ausente: se creó espacios, apareció en zona de definición, ensayó con remates de media distancia y hasta generó una chance clara en la etapa inicial. De sus compañeros de la MSN, fue el brasileño quién se mostró más activo y desequilibrante que el uruguayo, quien particularmente estuvo muy opaco y fuera de circuito.


Ya en Brasil 2014 se empezó a observar un Leo más estratega que gambeteador en diagonal hacia el área. Inclusive, hubo tramos de los partidos frente a Suiza -octavos- y Holanda -semi- en que apareció en función de doble cinco adelantado. Esta característica con Alejandro Sabella también se le observó en sendas Copa América 2015 y 2016, ya con el Tata Martino. En la breve gestión de Edgardo Bauza, Messi se ubicó como un líbero de ataque contra Uruguay en el Malvinas y cumplió una brillante producción. De todos modos, en su último partido con La Selección - el 1-0 a Chile en River Plate - el diez tomó riesgos en cualquier sector de la cancha y participó activamente en la gestación de juego colectivo durante el primer tiempo, pero en el complemento se aisló cerca del centro de la cancha y su porcentaje de apariciones se redujo casi hasta el límite. El resto de sus compañeros no le dio respuesta, quizá en una proporción semejante a qué sucedió el miércoles pasado con Barcelona en el Camp Nou ante la Vecchia Signora de Gonzalo Higuain y Paulo Dybala.


Este superclásico del fútbol español tomó connotaciones de decisivo para el futuro a mediano plazo del  blaugrana. La recuperación de Leo como figura determinante con sus dos tantos -le permitieron llegar a su gol 500- quedará en la historia con su celebración del camisetazo tras la definición en el minuto 92. Independientemente del resultado, lo cierto es que uno seguirá pendiente de la Champions - semifinales contra el Atlético de Madrid del Cholo Simeone - y el otro tendrá que reinventarse a sí mismo para la próxima temporada 2017-2018. Ésta finalizará un mes antes de Rusia 2018, la Copa del Mundo en la que quizá se vea al último Messi en plenitud (31 años). Porque se descuenta en el imaginario colectivo argentino que la albiceleste se clasificará al Mundial venidero. Un objetivo que, sin Leo, parece inaccesible.

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