Logró abrirse paso en el difícil mundo de la medicina canadiense

Alejandro Gisbert se fue en 2001 para especializarse en el exterior, pero decidió establecerse en Montreal de forma definitiva. Destaca la tranquilidad de la vida de Canadá y la calidad del servicio de salud pública de ese país.

Logró abrirse paso en  el difícil mundo de la medicina canadiense
Logró abrirse paso en el difícil mundo de la medicina canadiense

Cuando Alejandro Gisbert (43) pisó por primera vez el instituto especializado en cardiología de Montreal quedó totalmente maravillado. “Era una especie de Disneylandia de la medicina. Me impresionó el volumen y la calidad de la práctica”, remarca el médico mendocino que partió hacia Canadá hace 14 años.

Recibido en la Universidad Nacional de Cuyo, primero realizó la residencia en cardiología en el Hospital Privado de Comunidad de Mar del Plata y luego decidió seguir especializándose en el exterior.

“Cuando me recibí de cardiólogo en 2001 tuve que tomar la gran decisión de volver a Mendoza para comenzar mi práctica como cardiólogo o bien hacer alguna subespecialización”, relata desde Montreal, provincia de Quebec.

La elección no era fácil ya que para ese entonces estaba casado y tenía dos hijos. Pero luego de evaluar otras alternativas como Alemania y Estados Unidos, Alejandro y su familia partieron para Canadá.

“Montreal me daba la oportunidad de formarme en ecocardiografía pero al mismo tiempo practicar cardiología”, cuenta a la vez que recuerda un pequeño inconveniente que se les presentó antes de salir: “Había que aprender francés y así fue. Después de nueve meses de estudio partimos a la aventura”.

El primer shock de Alejandro fue pasar del verano de Mendoza con 35 grados, al invierno canadiense con 20 grados bajo cero. “No fue fácil al principio, por el clima y por el idioma, pero los primeros meses se toleraba hablar en inglés. El primer paro cardíaco (en francés) fue una de las situaciones más estresantes del aprendizaje. De todas maneras fui muy bien recibido; el respeto de los médicos de planta era muy grande”, subraya.

Aunque su plan inicial era quedarse sólo dos años, una vez terminada la subespecialización todo cambió. “Los puestos en Argentina para aquella época estaban escaseando con la crisis, al mismo tiempo ya para esa época me había hecho una buena reputación y las ofertas de trabajo no se hicieron esperar”, cuenta.

En Quebec le ofrecieron trabajar en Trois Rivieres, un gran centro con ocho cardiólogos, a una hora de Montreal, con una clientela asegurada, condiciones de trabajo difíciles de igualar y un salario más que interesante.

"Pero no era soplar y hacer botellas. Para quedarme debía hacer varios exámenes de medicina, de francés y pasar tres meses trabajando bajo estricta supervisión y evaluación de profesores. Parecía misión imposible. Sólo un pequeño porcentaje de los extranjeros lo lograba", desliza Alejandro.
A pesar del temor al fracaso el médico decidió jugarse por todo.

“Fue un año muy duro, de mucho estrés, mucho trabajo, mucho estudio y mi familia dependía de mí. Digamos que estábamos en modo supervivencia. La beca con la que contaba era bastante magra. Sólo permitía cubrir necesidades básicas. No fui a Argentina por cuatro años. Extrañaba mucho a mi familia”, recuerda hoy.

Finalmente todo salió bien y comenzó a trabajar allí a fines de 2004. “Estoy extremadamente convencido de que fue una de las mejores decisiones que he tomado en la vida. Aquí la vida es muy tranquila. Yo siempre digo en chiste que demasiado tranquila. Los médicos son muy respetados, algo que se ha perdido en Argentina en mi opinión”, apunta.

En lo profesional se siente muy satisfecho: actualmente trabaja en un hospital universitario dependiente de la Universidad de Montreal, donde comparte sus tareas con otros once cardiólogos a tiempo completo. “Nadie trabaja en otro lado que no sea el hospital o las clínicas externas que están afuera pero pertenecen al sistema”, resalta.

En cuanto a calidad de la medicina canadiense, asegura que es muy buena: “La mayoría es pública ya que la parte privada es casi inexistente. No existen las obras sociales porque todo ciudadano tiene acceso a la salud”, precisa.

Alejandro acaba de terminar un mandato de cuatro años como jefe de servicio, donde tuvo el orgullo de ser el primer extranjero jefe en su área.

“También me di el gusto de dar clases en la universidad durante cinco años. Fui reconocido por los estudiantes a pesar de mi pequeño acento”, reconoce con humor.

Costumbres del Norte
El cardiólogo mendocino cuenta que las costumbres en Canadá son bastante diferentes a las argentinas. "En cuanto a horarios, por ejemplo, se cena muy temprano, alrededor de las 17. Se trabaja mucho pero no en exceso y la calidad de vida se prioriza mucho. Las reuniones son más formales que en Argentina".

Un día normal suyo comienza a las 8 y termina a las 17. En invierno a las 16 ya es de noche. “Yo siempre digo que no vale la pena dormir siesta porque, si lo hacés, uno se levanta de noche”, señala.

El deporte más popular allá es el hockey sobre hielo. “Por suerte tengo varios amigos latinos con quienes nos juntamos a ver fútbol”, comenta aliviado.

Él además practica esquí de fondo, deporte que describe como correr pero con esquíes. “Los inviernos son muy duros, nieva mucho, todo está cubierto desde diciembre hasta abril”, explica.

Alejandro tiene tres hijos varones y su esposa se dedica de lleno a ellos, ya que decidió dejar de lado su carrera como contadora. “La verdad, no está en mis planes regresar de manera definitiva. Viajo al país una o dos veces por año. Visito a mi familia, veo a mis amigos, salgo a correr por el Parque, voy a Potrerillos y a la montaña, algo que disfruto más que cuando vivía allá”, cierra.

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