Ligia Amadio: “Viví varias vidas en una”

El público mendocino estaba esperando ansioso el regreso de la directora brasileña, que se concretará el próximo viernes en la Nave Universitaria. Desde la casa de su familia en São Paulo, nos cuenta su historia, en primera persona.

La brisa fresca me acompaña esta tarde. Vine a casa de mi familia, en São Paulo, y para llegar tuve que enfrentar un tránsito terrible después del mediodía, ¡un tránsito de víspera de feriado largo! Ahora estoy con mis seres queridos; la voz de mi madre también está conmigo, y podría decirse que con esos sonidos maravillosos empieza mi historia: la crónica de una mujer que ama la música.

Y sí, esa voz debe haber sido también lo primero que escuché, desde que me cargaba en su vientre. Ella cantaba desde niña y después, cuando yo era apenas una chiquita, me llevaba a los ensayos con el coro. Así transcurrió mi infancia. De hecho, mi primer recuerdo de una música es una canción de cuna cantada por ella, mi madre. A mis padres les debo esta pasión que se fue despertando en mí con el tiempo.

Quise estudiar piano. Tenía solo cinco añitos, y a esa edad ya dirigía, ¿vieron cómo dirigen los niños? Bueno, así yo me dejaba llevar por la música, moviendo los brazos y persiguiendo los ritmos, pero no fue hasta mucho después que decidí también perseguir esta vocación, a los 20.

Cursaba en la Universidad de São Paulo cuando pasó. No, no estudiaba música: ¡estaba en la facultad de ingeniería! Estudiaba casi todo el día, pero me hacía tiempo en los almuerzos para frecuentar el coro de la universidad.

Solo ahí comprendí lo que realmente me interesaba, lo que quería para toda la vida, y me convencí definitivamente en un concierto en el Teatro Municipal: la emoción fue tanta que decidí en ese mismo momento que quería vivir para la Música, así, con mayúsculas. Me entregué por completo, y entre 1986 y 1990 estudié dirección orquestal en la Universidad Estatal de Campinas, donde hoy tengo mi casa.

Elegí la música, y sin tener una precisa noción de lo que pasaría, me encontré con un estilo de vida que no elegí, pero que vino con ella. “Es lindo viajar, pero no con tanta frecuencia”, a veces me digo, pero no se puede elegir todo: es  una cosa o la otra.

Una carrera internacional supone enfrentar los aviones, los aeropuertos, los hoteles, la soledad... Para quien tiene una vida así, estar en la propia casa y disfrutar de lo cotidiano es un placer inmenso, por eso es que esta brisa tan de infancia y la casa familiar me ponen tan feliz. Por otro lado, también pienso que conocer el mundo, otras culturas, otra gente, otros paisajes, otros aromas, otras comidas, otras músicas me hicieron vivir varias vidas en una.

El impulso que da la vida
 Imagínense a un acróbata en el momento en que se lanza al aire: un instante lleno de impulso vital, con una responsabilidad grande por delante, pero también con bastante riesgo. Eso es lo que siento cada vez que me paro en un podio. Allí solo pienso en una cosa: comunicar, establecer un lazo con cada músico. Si no pensase exclusivamente en eso, ¡en qué peligro estaría la orquesta, con un comandante lleno de distracciones!

A veces me preguntan si como mujer me fue más difícil hacerme un lugar en esta profesión. Aunque es difícil para todos y, principalmente, para todas, no fue especialmente difícil en mí, pero algo es cierto: pese a que las mujeres somos el cincuenta por ciento de la humanidad, al frente de las orquestas esa proporción cambia totalmente.

Por eso es que estoy organizando en São Paulo, junto con otras amigas directoras de orquesta, un simposio que va a reunir a directoras de toda Latinoamérica. La idea es discutir cuestiones de nuestra profesión, en un movimiento que aspira a aumentar las oportunidades, para que las mujeres que sueñan un día ejercerla puedan hacerlo efectivamente.

El regreso y los brazos abiertos
Ya pasaron casi veinte años desde ese día en que los visité por primera vez. Sí, fue en 1997, y todavía guardo la profunda impresión que me causaron las calles, los árboles, las acequias... El cielo tiene allí una luminosidad especial, y las personas también: fue una semana que me cambiaría la vida, al punto que hoy Mendoza es como mi segundo hogar.

Esa noche la recuerdo muy bien (quizás algunos de ustedes también): fue un 14 de marzo, y me tocó dirigir porque había ganado el primer premio en el Concurso Latinoamericano para Jóvenes Directores de Orquesta que se realizó en Santiago de Chile y organizaba David del Pino Klinge. El programa incluyó la “Sinfonía Pastoral” de Beethoven, el “Concierto para oboe opus 9” de Albinoni y el “Concierto para violín Nº5” de Mozart, con dos jóvenes solistas talentosísimos: Laura Velazco y David Gologorsky-Bablumian.

El año próximo conmemoraré estos veinte años de colaboración musical y de amor por esa ciudad, esa provincia, ese país…  Además, cómo no volver, si mis mejores amigos están allí: son como mi familia, con ellos vivo reuniones hermosas y prolongadas, caminatas por el Parque San Martín, cenas en esos restaurantes mendocinos que son un placer... Pero antes, los veré nuevamente dentro de muy poquitos días, el viernes que viene.

Es que fui invitada por Rodolfo Saglimbeni para volver a dirigir la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo, de la que fui directora entre el 2000 y el 2003. Así me reencontraré con ese querido público mendocino, que siempre me ha prestigiado y honrado con su presencia, y compartiremos un programa hermoso.

Cita con la maestra

El viernes 29 de abril, a las 21.30, dirigirá por primera vez en la Nave Universitaria. Junto a la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo interpretarán el Triple Concierto de Ludwig Van Beethoven, con los solistas Daniel Robuschi (violín), Néstor Longo (cello) y Hugo Cerúsico (piano) y la “Sinfonía en Re menor” de César Franck, una de las obras sinfónicas más importantes del siglo XIX.

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