Las vanguardias del ejército rumbo a Los Patos

Entre el 19 y el 24 de enero partieron del campamento de instrucción los cuerpos armados que debían realizar el Cruce de los Andes por el paso de Los Patos.

Las destrezas que había acumulado San Martín a lo largo de su carrera militar al servicio del rey en la guerra contra las tropas napoleónicas, y las obtenidas en su trayecto revolucionario en el Río de la Plata, le habían permitido ajustar una infinidad de detalles para que el ejército pudiera dar un golpe de muerte a la fuerza militar acantonada del otro lado de la cordillera, que reunía 2.000 hombres al mando de Marotto.

Mientras las columnas del norte, al mando de Cabot y de Zelada, y la del sur, dirigida por el general Freire, habían iniciado la marcha para cruzar el macizo andino, San Martín depositó en manos del jefe militar de la división que debía atravesar el paso de Los Patos, el brigadier mayor general Miguel Soler, un repertorio de instrucciones para evitar la dispersión de recursos y afianzar los canales de comunicación entre la fuerza movilizada para llegar el 8 de febrero al valle de Putaendo y apoderarse de la villa de San Felipe.

Para ello, la maquinaria militar debía bordear la derecha del río del valle del Aconcagua, y mantener contacto con la división de Uspallata (al mando de Las Heras), con el fin de conocer las posiciones del enemigo, y si era posible controlar Santa Rosa, apoderarse de la cuesta de Chacabuco y enviar partidas para interceptar el camino a Santiago, convertida en sede gubernamental del poder realista en Chile desde el triunfo de la contrarrevolución en 1814.

El largo y escarpado trayecto a recorrer (105 leguas) supuso un pormenorizado conocimiento de localidades, senderos, aguadas y pastos, como también el diseño de un sistema de operaciones militares que sincronizaba funciones entre las fuerzas de la vanguardia, el grueso de los regimientos y los servicios de la retaguardia. El avance hacia Los Patos se inició el 19 de enero, cuando una división de vanguardia al mando de Melián, e integrada por el 4to Escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo y 4 compañías de volteadores, tomaron la ruta al norte desde el campamento de instrucción. Al día siguiente le siguió otra división liderada por el salteño Rudecindo Alvarado, quien encabezaba el batallón N° 1 de Cazadores, el Escuadrón N° 3 de Granaderos y 50 artilleros con 5 piezas. Sobre ellos recayó la difícil e incierta tarea de avizorar las guardias enemigas apostadas en la cordillera y cursar avisos precisos a las fuerzas o regimientos que les seguían.

Una vez arribados a Chile debían intentar por todos los medios insurreccionar el valle, y en caso de conseguirlo, reunir las milicias lugareñas colocando a su cabeza a sus antiguos coroneles, siempre y cuando estuvieran comprometidos con la independencia de Chile y América. Asimismo, las instrucciones prohibían a capataces, peones  y arrieros regresar a sus pueblos sin licencia o autorización; en caso de no tenerla, serían arrestados y enviados a Mendoza para aplicarlos a obras públicas.

Víveres y consumo

La marcha de los cuerpos armados era asistida por un reducido elenco de arrieros y baqueanos, conocedores prácticos de la topografía a recorrer, y de los proveedores de víveres (o vivanderos), quienes tenían a su cargo el suministro de la ración de guerra según el rango del personal militar. Los oficiales recibían cada día un chifle de vino, galleta y charqui; los soldados, en cambio, charqui, un jarro de vino y galleta.

El tabaco también integraba la dieta de los guerreros, aunque sólo podían fumar mientras acampaban, no durante la marcha. Se fumaba sobre todo al atardecer, o en la noche, cuando los oficiales habilitaban a sus compañías a formar sus “ranchos” de campaña, y exigían apagar las fogatas para evitar que fueran identificados por el enemigo. La calidad o tipo de tabaco distinguía a oficiales, y a la tropa: mientras los primeros fumaban cigarros armados con tabaco paraguayo, los soldados consumían el cultivado en Tarija.

El traslado y aprovisionamiento de alimentos, como el stock de caballos y mulas usados para el cruce, debían ser repuestos culminada la travesía andina. Por tal motivo, San Martín instruyó a sus jefes y oficiales que al momento de avanzar sobre territorio chileno debían nombrar comisionados con la misión de reunir caballos y víveres para abastecer a las tropas. La instrucción incluía la obligación de evitar el secuestro de bienes (o saqueo) de los pobladores de la zona; en su lugar, la recolección debía quedar documentada con su correspondiente recibo, en tanto serían abonados por la comisaría del ejército. Con ello, San Martín establecía una línea demarcatoria en torno a los derechos de propiedad y el comportamiento de los generales y las armas de la Patria que contrastaba con la severidad y el despojo de bienes y propiedades que habían distinguido el desempeño de los jefes realistas no sólo en Chile, sino también en Salta y Jujuy, que habían gravitado a favor del alzamiento de los gauchos de Güemes.

Silueta biográfica

Rudecindo Alvarado

Origen. Nació en 1792 en el seno de linajes salteños. Estudió en Córdoba y se enroló en la carrera de comercio hasta el estallido de la Revolución de Mayo.

Funciones militares. A partir de 1810, se alistó en la compañía de Patricios de Salta, para integrar luego las filas del Ejercito del Norte. Luego de la derrota patriota de Ayohúma, se vinculó con el director Pueyrredón.

Apoyo a la gesta. En 1816 se sumó a la empresa sanmartiniana contribuyendo a la formación del batallón N° 1 de Cazadores. Realizó toda la campaña de Chile, y regresó a Mendoza en 1819 junto al ejército. A comienzos de 1820, intentó frenar sin éxito la sublevación del batallón de Cazadores, que se solidarizó con la bandera federal, y cuestionó el sistema de unión y el monarquismo que había defendido San Martín. En medio de la crisis del gobierno central y del colapso de la Gobernación de Cuyo, Alvarado siguió a San Martín en Chile, para lo cual secuestró los recursos de la aduana de Mendoza. En Rancagua ratificó el liderazgo del jefe del ejército y se embarcó de lleno en la campaña al Perú. Participó junto a Tomás Guido de las negociaciones de Punchauca con los emisarios del virrey La Serna. En 1822, luego de la renuncia de San Martín al cargo de Protector del Perú independiente, quedó al mando del Ejército Unido, lo que le acarreó conflictos con oficiales peruanos y el desprestigio ante el fracaso de la campaña de puertos intermedios. Fue tomado prisionero por los realistas, y consiguió fugarse ante el triunfo de Sucre en Ayacucho (1824).

Guerras civiles. A su regreso a Buenos Aires, Rivadavia lo nombró inspector y comandante general de armas. En 1829, se involucró en las guerras civiles argentinas en el bando unitario: fue gobernador de Mendoza en remplazo del federal Juan Corvalán, y de Salta en 1831 hasta la desintegración de la Liga del Interior, liderada por el general José María Paz. Conoció el destierro por oponerse a Rosas y a su sistema hasta 1848.

Funciones políticas. En 1852 fue representante por Salta al Congreso constituyente de Santa Fe, junto al influyente publicista Facundo Zubiría. Fue ministro de Guerra de Urquiza y gobernador de Salta; en 1865, bajo la presidencia de Mitre, fue nombrado inspector de armas de Salta y Jujuy en la guerra contra el Paraguay.

Fin. Falleció en Salta en 1872.

Homenaje

Escuelas. La 1-576, ubicada en Finca La Hinojosa de Tunuyán.

Otros espacios. Además de calles en departamentos como Guaymallén, llevan el nombre de Alvarado calles en otros puntos del país y es especialmente recordado en Salta.

Bibliografía

- Beatriz Bragoni, "Fragmentos de poder. Rebelión, política y fragmentación territorial en Cuyo (1820)", Boletín de Historia Argentina y Americana, Dr. Emilio Ravignani, 3° Serie, Nº 28, 2do semestre de 2005, pp. 39-64

- José Teófilo Goyret, "Las campañas libertadoras de San Martín", Nueva Historia de la Nación Argentina, Tomo IV, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, Planeta, 2000.

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