Las lecciones del profesor Kicillof

El autor se pregunta por qué muchos jóvenes educados en la era global adhieren a un antiguo modelo nacionalista.

Las lecciones del profesor Kicillof
Las lecciones del profesor Kicillof

Es cierto, los cuarenta mil asistentes al acto con que el kirchnerismo lanzó al ruedo a Máximo Kirchner eran muchos menos; los ñoquis e incapaces con que La Cámpora ha inundado el Estado argentino, muchos más, y las elecciones políticas y universitarias ganadas por la agrupación que lleva el nombre del ilustre odontólogo combativo, muy pocas.

Es verdad; que el hijo de dos presidentes sea hoy propuesto como candidato presidencial excede los límites del nepotismo para adentrarse en los territorios de la monarquía. Después, si uno como Máximo sostiene que le molestan la soberbia y la falta de humildad de tipos que nunca en su vida hicieron nada y desafía a los antikirchneristas a enfrentarse con su mamá, en tanto Mariotto lo califica de estadista y Jorge

Rial lo ensalza como un tapado que sabe mucho más que jugar a la Play Station, el grotesco y el despropósito sobrepasan los niveles de demencialidad a que once años de kirchnerismo nos han habituado. Todo esto es seguro y sacrosanto. Faltaba más. Y sin embargo… 
Y sin embargo una cuestión queda sin respuesta. Es esta: ¿cómo es que una agrupación política, el kirchnerismo, con ideas económicas sacadas de un manual proteccionista-industrialista de los cuarenta, prácticas políticas copiadas de la "Juventud Maravillosa" que propició un apocalipsis en los setenta y un concepto de país que remite al nacionalismo del siglo XIX pudo tener tanta repercusión entre adolescentes y jóvenes que desde el punto de vista de su vida privada son habitantes plenos del siglo XXI y de la globalización?

Comencemos por evitar respuestas fáciles. La primera (lo hacen sólo por dinero), por insuficiente. La segunda (los críticos de la tragedia educativa de los años noventa tienen una comprensión de la realidad que sólo puede explicarse por esa misma tragedia educativa), para no insultar a la mayoría de los jóvenes argentinos, manifiestamente no kirchneristas.

Y bien, yo tengo dos hipótesis. Dos ideas, quiero decir, sobre por qué los delirios decadentes del kirchnerismo, impulsados por dos líderes de remarcable mediocridad oratoria e intelectual, han tenido mucho más éxito en la juventud del que era de esperarse. Una, es económica. La otra, social.

Mi hipótesis social es esta: los jóvenes argentinos llegaron a la comprensión política en un país arrasado. Familias que cartonean y arrastran carritos para sobrevivir y gente que habita debajo de puentes forman parte del universo cognoscitivo en el que se criaron. Cuando a los adultos que observamos el degradante espectáculo de la Argentina gobernada por el peronismo durante veintitrés años de los últimos veinticinco se nos dice que está en marcha una revolución distributiva, algo estalla en nuestras cabezas. Y es esa disonancia cognitiva, ese ruido entre el mensaje y el paisaje desde el cual se emite, lo que nos lleva a desconfiar, a inquirir, y finalmente, a denegar. Los chicos, no.

Los chicos se criaron entre cartoneros y motochorros, así que cuando Víctor Hugo dice que a la gente le gusta vivir en la Villa 31 porque desde allí pueden llegarse a ver películas nac&pop en el Gaumont les parece natural.

Mi hipótesis económica es esta: las explosiones económico-sociales causadas por el modelo proteccionista-industrialista en los años 1975 y 1989 han quedado muy lejos. Los jóvenes argentinos sólo han visto explotar a la Argentina por vía del modelo neoliberal. Los chicos que en 1989 tenían edad suficiente para entender lo que estaba pasando con la hiperinflación son hoy adultos de más de cuarenta años. Los adolescentes, y los de veinte y treinta, sólo vieron el estallido neoliberal. Es razonable que crean que un sistema basado en el mercado interno, el proteccionismo, el industrialismo y el dirigismo estatal, sea el mejor para evitar la repetición de crisis.

Ciertamente, pueden hacerse buenas objeciones a este argumento. 
Una es que los principales elementos que llevaron a la crisis de 2001 (el valor del dólar fijado de una vez y para siempre por el Estado, y el gasto estatal creciente y descontrolado) son escasamente afines a la tradición liberal.

Otra, es que el verdadero estallido económico-social no se produjo en 2001 sino en 2002, después de la devaluación asimétrica, el corralón definitivo y el 40% de inflación aplicados por Duhalde-Remes Lenicov para apropiarse de ahorros y destruir salarios y jubilaciones. El índice de pobreza, que pasó del 35% de 2001 al 53% de 2002, con un crecimiento récord del 50% en un año, lo muestra con claridad.

Finalmente, se puede objetar que ambos gobiernos, el menemista y el kirchnerista, fueron gobiernos peronistas que compartieron gran parte de sus funcionarios, comenzando por los propios Kirchner, y que más allá de lo opuesto de sus relatos coincidieron también en muchas de sus prácticas sobre la realidad.

Dicho esto, ninguna de estas objeciones invalida la hipótesis. Gracias a la complicidad de las dirigencias políticas e intelectuales de este país, tan expertas en ignorar el ajustazo duhaldista de 2002 como en justificar al peronismo de cualquier signo, para los chicos argentinos la crisis de 2001 fue producto de la conjunción de la apertura económica y el dominio del FMI, y es ése el único modelo de crisis posible. De allí su desproporcionada adhesión al kirchnerismo.

Aunque sus juveniles vidas transcurran en el marco de la sociedad global del conocimiento y la información, entre mundiales de fútbol, conciertos de rock y amistades por Facebook, la idea de que en pleno siglo XXI el modelo proteccionista-industrialista-estatista sea el mejor para evitar las crisis, proteger la ocupación y mejorar los niveles de vida no deja de tener lógica para ellos.

Pero no hay que desesperar. De semejante espejismo se está encargando de sacarlos, con oportunas lecciones, el profesor Kicillof.

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