La reforma electoral universitaria: un análisis político

La reforma electoral universitaria: un análisis político
La reforma electoral universitaria: un análisis político

El voto, un instrumento

Hasta la fecha, los únicos análisis que he podido ver sobre la reciente reforma electoral para elegir autoridades en la Universidad Nacional de Cuyo son ponderaciones elogiosas sobre el nuevo sistema directo, que evita la mediación de la asamblea universitaria y los consejos directivos.

Tales análisis no dejan de advertir sobre los problemas que aquejan a nuestra institución y en general a toda la universidad argentina pero son advertencias difusas, más parecidas a una cláusula de estilo que a la conciencia clara de los problemas o las asignaturas pendientes de la institución académica.

Nadie parece dispuesto a preguntarse si este sistema, que refleja con mayor más fidelidad la voluntad de la comunidad universitaria, puede ayudar a combatir eficazmente esos problemas.

Porque una cosa es mejorar la transición de demandas y expectativas de las bases a las autoridades, y otra muy diferente que esas demandas respondan a una comprensión de los problemas de la institución y se articulen con una voluntad decidida a resolverlos, concretada en una línea de acción y en la provisión de medios proporcionales para hacerlo.

Un ejemplo histórico servirá para ilustrar el punto: en los debates parlamentarios previos a la reforma electoral de 1912, tanto Indalecio Gómez, autor del proyecto, como Joaquín V. González, comprometido con la reforma pero con perspectivas diferentes, tenían reservas, dudas e incertidumbres en torno a un mismo problema: estaban mejorando la capacidad del voto para reflejar la voluntad de los ciudadanos, de hacerlo fiel y fidedigno pero ¿tenían estos el conocimiento, la prudencia, el buen sentido para emitir un voto responsable?

La crisis silenciosa

La universidad argentina está en una crisis estructural, lo cual no quiere decir que estemos a los gritos, protestas y golpes (aunque también hay algo de eso). Las crisis pueden manifestarse de forma estridente y también adquirir una modalidad sorda, subterránea, silenciosa. Inadvertida.

Apenas un dato servirá para mostrar el punto. Hace un año más o menos, un informe del Centro de Estudios de la Educación Argentina (CEA) anunciaba que se gradúan 27 de cada 100 alumnos que ingresan a las universidades públicas.

En la UNCuyo la cifra es algo mejor: 38% (mientras tanto, un spot oficial que pudo verse en los entretiempos de los partidos del Mundial invitaba a festejar la inauguración de ¡nueve! universidades públicas y haber destinado más recursos que nunca a la educación: ¿Alguna vez el kirchnerismo se planteó la posibilidad de que el problema de la educación no fuera sólo de dinero?).

Tan alto nivel de fracaso y tan monumental dispendio de recursos sitúan a la universidad argentina lejos de cualquier criterio de eficiencia: ni capacitación profesional ni inclusión ni desarrollo científico ni movilidad social. Y si no hay estándares mínimos de eficiencia es imposible plantearse objetivos de excelencia.

De ahí que las monótonas y machaconas apelaciones a la inclusión y la pluralidad

-incluso el simpático oxímoron de “inclusión con calidad”- en las listas que se presentaron a la elección ocultan la verdad de que la reforma profunda y sustancial que requiere el sistema debe empezar por la selección y la exigencia académica.

Ahora bien: ¿cómo influye la reforma electoral universitaria en este estado de crisis institucional? Por un lado evita componendas y arreglos en la asamblea universitaria, a espaldas de la voluntad de los electores. Por el otro, la escala de recursos que hacen falta para competir en la contienda supone una exposición pública y una trascendencia extra-institucional de tal magnitud que provoca la inclusión de la campaña electoral universitaria, de forma definitiva y explícita, en la agenda de los partidos políticos.

Esto tiene dos efectos principales. En primer lugar, la puja asume una dinámica y una lógica extrauniversitarias. Se pudo ver, de forma directa e indisimulada, en el desfile de dirigentes y candidatos radicales para saludar la fórmula ganadora y en la interpretación que muchos hicieron de tal victoria. En segundo lugar, como en casi toda campaña electoral abierta y masiva, se imponen las estructuras. Las dos fórmulas que resultaron más votadas representaban a dos aparatos enfrentados: el aparato institucional oficialista del rector saliente y el aparato radical universitario de Franja Morada y sus organizaciones asociadas/aliadas.

El futuro como continuida

De esta manera, la lógica extrainstitucional y la hegemonía de los aparatos son los efectos más relevantes de la reforma electoral.
¿Es bueno que las alternativas de gobierno de la universidad sigan las líneas de los partidos políticos? ¿Ha adoptado  la comunidad universitaria un modelo exitoso de competencia política? ¿Es positivo que los aparatos partidarios decidan la elección de autoridades universitarias? ¿Responde esta reforma al principio de autonomía universitaria o, contrariamente, supone una renuncia encubierta al mismo?

Vista de este modo, la reforma electoral resulta bastante menos feliz y promisoria de lo que parecía al principio. Aún así ¿es posible esperanzarse con este nuevo período? La pregunta, en realidad, es si se ha operado una verdadera renovación.

Las dos listas más votadas que lograron acceder a la segunda vuelta son los fragmentos resultantes de la fractura de un bloque de poder denominado progresista, de composición peronista-radical que, sin mayor oposición ni interrupciones, viene rigiendo los destinos de la universidad desde los tiempos de la normalización, a mediados de los ochenta.

Responde a un compuesto formado por los postulados anacrónicos de la Reforma del 18 y una racionalidad burocrática esterilizante (dos componentes que se coimplican), el mismo que ha precipitado a la universidad argentina a medio siglo de declinación incesante, en la que las tímidas y marginales fuerzas de renovación se han agostado sin remedio.

La fórmula victoriosa responde a la fracción radical de esa antigua coalición de la cual formó parte durante casi toda la gestión de Somoza. ¿Consiste en algo nuevo? No lo parece, aunque el futuro no está escrito. Muchas veces los cambios sobrevienen sin ser anticipados. No es raro que quienes encabezan un proyecto político desoigan a sus bases después de conseguir el poder. Sólo así es posible romper una continuidad que ha resultado funesta para nuestra universidad. Posible: que no es lo mismo que probable.

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