La policía venezolana está harta de reprimir

“Nosotros también somos ciudadanos y no estamos exentos de que esta crisis nos afecte... pero si hablas mal de Maduro, terminas encarcelado”, confiesa una oficial.

Caracas. En escenas por toda Venezuela, las fuerzas de seguridad surgen como villanos en uniformes oscuros. Un joven manifestante se aproxima al ejército con los brazos extendidos, sólo para ser abatido a tiros momentos después, narraron testigos.

En un video, un vehículo blindado de la Guardia Nacional arrolla a manifestantes. En otro, un hombre envuelto en gas lacrimógeno cae al suelo convulsionando antes de que los soldados lo tiren sobre la parte trasera de una motocicleta. Sin embargo, detrás de sus escudos y bastones, muchos policías padecen la misma incertidumbre económica -y comparten muchos de los mismos reclamos- que los manifestantes a los que se enfrentan, poniendo a prueba su lealtad al gobierno al que han sido enviados a defender.

“Nosotros también somos ciudadanos y no estamos exentos de que esta crisis nos afecte”, dijo una integrante de la policía nacional, de 46 años, que sirve en Caracas.

Al igual que otros venezolanos, antes de salir a trabajar, le echa una última mirada a la heladera con comida apenas suficiente para alimentar a su hijo, señaló. Después, se traslada desde su vivienda pública al centro de la capital mientras las multitudes se reúnen, muy consciente de por qué están tan molestas.

La oficial de policía, igual que otros entrevistados, pidió el anonimato por temor a represalias, incluyendo ser despedidos de un empleo que paga menos de 1.75 dólares al día. “Si hablas mal de Maduro, serás encarcelado”, advirtió, en referencia al presidente Nicolás Maduro.

Muchos venezolanos ventilan su furia contra los oficiales de policía, lanzando bombas caseras y excremento. Al menos un policía y un miembro de la Guardia Nacional han muerto, dicen las autoridades.

Mientras los manifestantes exigen comida y nuevas elecciones, los policías con rostros inexpresivos los arrastran sobre el pavimento o los persiguen hasta un canal sucio con el escozor del gas lacrimógeno. Más de 40 personas murieron en los enfrentamientos en las últimas semanas.

No obstante, hay momentos en que los dos bandos parecen estar más cerca. Una noche, mientras se escuchaban detonaciones en la capital, alguien proyectó un mensaje en un edificio dirigido a la Guardia Nacional. “Guardias, ¿acaso no tienen hambre?”. Hace más de dos años que el dolor viene creciendo en Venezuela, mientras el país se tambalea a raíz de su peor crisis económica en generaciones. Cientos de miles de personas salieron a las calles para exigir la destitución de Maduro.

Un día reciente, alumnos dejaron sus clases en la Universidad Central de Venezuela, abriéndose paso hasta las líneas de seguridad. Hubo gas lacrimógeno y se escucharon los disparos de balas de goma. Un oficial de 26 años parado a un costado dijo que su mayor temor es volver a casa. Las pandillas en su pueblo de clase trabajadora habían comenzado a atacar policías, entre ellos a un miembro de su unidad, que fue apuñalado frente a su familia, declaró. Un sábado reciente, en Caracas, se habían reunido miles de mujeres, muchas sosteniendo banderas y fotos de hijos y seres queridos que habían perdido en los disturbios. Era una escena difícil para la oficial de 46 años, quien recobraba el aliento tras asegurar un cordón policial. Los manifestantes parecían ser muy parecidos a ella. Su lucha era la suya; sus lágrimas también se estaban volviendo suyas.

“Pero le digo, nadie está hecho de piedra, porque ahora mis ojos también se volvieron llorosos”, declaró. La oficial hizo una pausa, y luego agregó, “pero nadie puede hablar así en funciones”. No obstante, cuando termina su trabajo, se siente tan vulnerable como cualquier venezolano.

Una noche, mientras se dirigía a casa con su esposo, un comandante de policía, dos hombres los acecharon en la oscuridad. Sin embargo, sólo tenían una navaja. Su esposo portaba una pistola. Los hombres se fueron corriendo. “No vale la pena”, dijo ella. “Estoy harta de esto y también mi esposo”.

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