Aunque no hay cifras oficiales, sigue creciendo la pobreza en Mendoza

Según un estudio privado, al menos 36,7% de los mendocinos no alcanzan a cubrir la totalidad de sus gastos.

Aunque no hay cifras oficiales, sigue creciendo la pobreza en Mendoza
Aunque no hay cifras oficiales, sigue creciendo la pobreza en Mendoza

Desde que logró cumplir hace sólo algunos días el sueño de abrir un merendero en la barriada, Lorena Morales (37) asegura que no ha dejado de trabajar ni un minuto.

Junto a otras madres, decidió hace tiempo dejar a un lado la queja y poco a poco dio vida a su proyecto comunitario, con el cual intenta todos los días paliar el hambre de niños, jóvenes y mamás de la zona.

Preocupada, cuenta que si bien sabía que las necesidades de las familias que viven en el asentamiento Alberdi (Maipú) son muchas, no imaginó que en los últimos meses las carencias se hubieran profundizado al extremo.

Su percepción se traduce a las claras en las estadísticas, que indican que la pobreza y la indigencia en Argentina, y en Mendoza en particular, crecieron de manera significativa durante el último año.

Según los datos correspondientes al primer semestre de 2014, que dio a conocer el Observatorio de la Pobreza dependiente del Centro de Investigaciones Participativas en Políticas Económicas y Sociales (Cippes), al menos 36,7% de los mendocinos son pobres.

Esto equivale a decir que 666 mil personas en la provincia no alcanzan a cubrir los gastos necesarios para vestirse, transportarse, enviar a sus hijos a la escuela o pagar una visita al médico.

En tanto, 164 mil viven en condiciones de pobreza extrema, es decir, sin poder satisfacer sus necesidades alimentarias. Asimismo, la provincia se ubica entre las jurisdicciones donde la pobreza se incrementó de manera más contundente, al igual que Córdoba.

Estos números se dan a conocer justo cuando se cumplió un año de las últimas cifras oficiales sobre pobreza que difundió el gobierno nacional, que este año -y sin explicaciones- no ha informado mediciones al respecto.

Para sacar una radiografía de la pobreza en todo el territorio, el informe elaborado por el Cippes cruzó los datos provenientes de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), que realiza en forma trimestral el Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec), y del Índice Barrial de Precios.

De acuerdo al informe, a fines de 2013 en Mendoza la pobreza y la indigencia llegaron a 26,32% y 4,19% respectivamente. Así, los números indican “un deterioro persistente de las condiciones de vida de los hogares mendocinos de menores ingresos”, según advierte el estudio en sus conclusiones.

Como en los '90

Referentes sociales que buscan transformar la realidad en los barrios más vulnerables y representantes de entidades que lograron subsistir a las crisis de las últimas décadas, aseguran que la situación actual es comparable a la vivida durante los ‘90, década que significó la antesala de la debacle económica y social de 2001.

Justamente hacia 1996, 39,2% de la población del Gran Mendoza se encontraba bajo la línea de pobreza, según quedó documentado en los archivos de Los Andes.

En ese entonces -pleno gobierno de Carlos Menem-, las políticas de ajuste estructural, privatización  y flexibilización laboral habían calado en lo más profundo de la  vida social y económica.

Miles de padres y madres se quedaron sin trabajo, arrojando a una gran cantidad de familias al extremo de la marginalidad. Hoy, el contexto reviste diferentes características respecto de aquél, aunque el panorama que se vive en lo cotidiano guarda algunos puntos en común.


Hambre y desocupación
Una vez más, hay miles de niños  que ni siquiera alcanzan a tomar un vaso de leche ni tienen un plato de comida adecuado a sus requerimientos.

Hay madres embarazadas con cuadros de desnutrición y padres que, resignados a no poder ser incluidos en el mercado laboral formal, pasan días sin poder cobrar algunos pesos para llevar a su hogar. Viven de changas o realizan trabajos en la cosecha, por lo general “en negro”.

“En un principio habíamos calculado las porciones para 30 chicos. Apenas abrimos el merendero, aparecieron por lo menos 60 niños y niñas que llegaron muy hambrientos; las galletitas resultaron pocas para tantos”, comenta Lorena, consciente de que en su entorno la batalla por subsistir es un desafío cotidiano.

Ilustra la situación con una frase: “Si nos vestimos no comemos y si comemos no podemos comprar útiles o ropa a nuestros hijos”.

El pedido de auxilio resuena cada vez más fuerte y de hecho, al igual que Lorena, otros mendocinos movidos por la solidaridad y el compromiso por el otro aseguran que se está volviendo cada vez más difícil contener la situación.

Vilma Jilek, presidenta de la Fundación Accionar, cuenta que en los dos centros educativos que dependen de la entidad (el Madre Teresa, ubicado en el Barrio San Martín, y el San Pablo II, del barrio La Favorita), las carencias de las familias se han agudizado. Cuenta que, por ejemplo, los niños llegan los lunes con tanto hambre que la merienda les resulta escasa.

Las mujeres, que antes al menos podían pagar el pasaje de colectivo para asistir a talleres y terapias que se suman al servicio que brinda esta fundación, ahora ven interrumpidos sus tratamientos.

Si cargan la Red Bus, no tienen para comprar el pan a sus hijos. “Las necesidades se han acrecentado; los chicos se acercan estrictamente a comer y la mayoría de las veces no tienen los útiles para hacer la tarea”, detalla Jilek, cuyo trabajo social en la provincia lleva más de 18 años.

Desde su punto de vista, incluso hoy la situación es aún más compleja que en los ‘90, porque en esos años había comedores y ahora no. Ocurrió que durante los años de crecimiento macroeconómico, estos centros comenzaron a desintegrarse debido al fomento de políticas destinadas a promover que los chicos almuercen con sus respectivas familias.

La Asignación Universal fue una de ellas, pero para algunos con el tiempo generó un “efecto búmeran” que afectó a los que menos tienen.

En ese sentido Hugo Fiorens, de la Asociación Voluntarios en Red, dice que lo que provocaron los planes sociales fue en realidad una especie de adaptación cultural de los sectores más empobrecidos.

Esto, asegura, implicó que lejos de cambiar su realidad las familias reprodujeron el círculo de la pobreza, debido a que la asignación de los fondos por parte del Estado no estuvo acompañada por políticas tendientes a lograr un progreso genuino.

“Si no tienen estudios ni capacitación, las oportunidades de inserción laboral serán cada vez menos”, explica Fiorens, quien en 1995 unió esfuerzos para comenzar con la asociación debido a la delicada situación que en esos años vivían los mendocinos.

Define aquel entonces como una época de decadencia moral y espiritual. “Mucha gente se quedó sin trabajo. Los que alquilaban se fueron a vivir con sus padres o, en su defecto, a un asentamiento. Pero además, hubo muchos divorcios, suicidios y desempleo”, describe y alerta que “ahora se está repitiendo el ciclo”.

Fiorens alerta, por ejemplo, que el mes pasado al menos cien comercios del centro tuvieron que cerrar sus puertas, lo que significó que 400 mendocinos perdieran su trabajo.

“Estamos viviendo un deterioro social muy grande; un tercio de la población no cubre sus necesidades básicas y una vez más, el hambre está provocando estragos en los niños, que tienen muchas dificultades para aprender”, plantea.

La fragmentación y la desigualdad vuelven a amenazar como en otras épocas complicadas  el tejido social. Por eso, algunas voces apelan a la solidaridad y el trabajo conjunto entre vecinos como herramientas clave para calmar la emergencia.

“Tenemos que seguir buscando maneras para abastecernos y trabajar en conjunto para poder ayudar a todos estos niños”, reflexiona Lorena y continúa, dispuesta a no bajar los brazos: “La vida del pobre es difícil; la gente tiene que saber que en la medida en que ayuden a ése al que tanto critican, las cosas van a cambiar. Los pobres no tenemos la culpa de ser pobres”.

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