La pesadilla Corea del Norte-Trump

De muchas formas, el presidente Donald Trump da miedo, pero, quizá, la pesadilla más aterradora es que él se meta en una nueva guerra coreana.
Empezaría porque lo más probable es que falle el enfoque actual de apoyarse en China para presionar a Corea del Norte. Trump se enojará por las risitas burlonas ante el vacío de sus amenazas.

En algún momento, la inteligencia estadounidense verá a un misil norcoreano listo para un lanzamiento de prueba; y, entonces, podría ser muy tentador para un presidente deshonesto y profundamente frustrado poder mostrar su poder. “Foreign Affairs” describe justo ese escenario en un excelente ensayo nuevo de Philip Gordon, en el que imagina cómo Trump podría derivar hacia una guerra por accidente: “No podría hacer nada, pero eso significaría que quedaría mal y se envalentonaría a Corea del Norte. O podría destruir los misiles de prueba en la plataforma de lanzamiento con una descarga de misiles crucero, bloqueando el camino de Pyongyang hacia un disuasivo nuclear, imponiendo su línea roja y enviando un mensaje claro al resto del mundo”.

Desafortunadamente, nadie, nunca, ha ganado dinero apostando a la moderación norcoreana, y el país podría responder disparando artillería contra Seúl, una zona metropolitana con 25 millones de habitantes.

El resultado de una guerra sería que se destruiría al régimen de Corea del Norte, pero el país tiene el cuarto ejército más grande del mundo (se recluta a los soldados desde los 12 años), con 21.000 piezas de artillería, muchas de las cuales están dirigidas a Seúl. Asimismo, tiene miles de toneladas de armas químicas y misiles que pueden llegar a Tokio.

El general Gary Luck, un ex comandante de las fuerzas estadounidenses en Corea del Sur, estima que una nueva guerra coreana podría causar un millón de bajas y mil billones de dólares en daños.

Kurt Campbell, un ex asistente de secretario de Estado para Asia oriental y ahora presidente del Grupo Asia en Washington, advierte: “Yo no creo que haya ninguna acción militar plausible que no conlleve una posibilidad de un conflicto catastrófico”.

Jim Mattis, el secretario de la Defensa, sabe todo esto, y otros adultos en el gobierno de Trump y él se resistirían a cualquier llamado a un ataque preventivo. La preocupación sobre la respuesta norcoreana es lo que evitó que Richard Nixon lanzara un ataque militar en 1969, cuando el Norte derribó un avión, matando a los 31 estadounidenses que iban abordo. Y es lo que ha evitado que los presidentes, desde entonces, ataquen a Corea del Norte cuando ha cruzado una línea roja tras otra, desde la falsificación de billetes de U$S 100 hasta la expansión de su programa nuclear.

No obstante, a mí me preocupa que a la política existente, heredada de Barack Obama, se le está acabando el tiempo porque, mayormente, todas las políticas estadounidenses y surcoreanas relativas a Corea del Norte han fallado al paso de los años, y porque Trump parece temperamentalmente inclinado a disparar misiles.

Cuando, sobre Corea del Norte, el vicepresidente Mike Pence dice que “ya se acabó la época de la paciencia estratégica”, tiene razón: ha fallado la paciencia. Corea del Norte es el lugar más raro que yo haya visitado, pero ha progresado como amenaza militar: cuando empecé a cubrir a Corea del Norte en los 1980, tenía cero armas nucleares. Ahora, tiene alrededor de 20 y está sacando más en forma sistemática.

Peor, se espera que, en los próximos años, Corea del Norte desarrolle la capacidad para anexar una cabeza nuclear a un misil intercontinental que podría devastar a Los Angeles. La ciberguerra estadounidense “a la izquierda del lanzamiento” podría retrasar los esfuerzos norcoreanos, pero, con todo, se alza la amenaza.

Si es impensable un ataque militar, lo mismo que no hacer nada, ¿qué tal el plan de Trump para darle un empujoncito a China para que ejerza presión sobre Corea del Norte?

Vale la pena intentarlo, pero no creo que funcione tampoco. Las relaciones de China con Corea del Norte no son, para nada, lo cercanas que piensan los estadounidenses.

Es probable que el presidente Xi Jinping de China incremente un poco la presión, y eso es útil -los misiles norcoreanos están construidos con componentes chinos-, pero son pocos los que esperan que Kim Jong Un ceda en su armamento nuclear. En los 1990, Corea del Norte continuó con su programa nuclear aun cuando la hambruna reclamaba la vida de quizá 10 % de la población, y es difícil ver que ahora tengan éxito sanciones más modestas.

“Corea del Norte nunca jamás abandonará sus armas nucleares”, dice Jieun Baek, la autora de un fascinante libro reciente: “La revolución oculta de Corea del Norte”. Las sanciones le meterán presión al régimen, dice, pero no la disuadirán.

La única opción que queda, yo creo, es aplicar una presión incesante junto con China, mientras que se empuja para pactar un acuerdo en el que Corea del Norte congelaría, en forma verificable, sus programas nuclear y de misiles sin, de hecho, abandonar sus armas nucleares, a cambio de compensaciones por las sanciones. Es una opción deplorable, posiblemente inalcanzable, y no es una solución, sino, más bien, la postergación de una. Sin embargo, todas las alternativas son peores.

¿Y si Trump trata de acelerar el proceso con un ataque militar preventivo?

Tenemos algo para ofrecerte

Con tu suscripción navegás sin límites, accedés a contenidos exclusivos y mucho más. ¡También podés sumar Los Andes Pass para ahorrar en cientos de comercios!

VER PROMOS DE SUSCRIPCIÓN

COMPARTIR NOTA