La movilización social en Argentina y el desafío post #18F

Resumiendo las últimas expresiones populares en nuestro país, la autora analiza la marcha del 18F y el deber que tiene el poder de atender a este último reclamo.

La movilización social en Argentina  y el desafío post #18F
La movilización social en Argentina y el desafío post #18F

La marcha del #18F fue multitudinaria y conmovedora. En Buenos Aires, bajo un cielo lluvioso, miles y miles de ciudadanos se hicieron presentes. Esa postal se repitió a lo largo de todo el país. Los motivos de la convocatoria y quienes la hayan convocado no es el objeto de esta nota. No porque carezcan de importancia sino porque creo que el día después también podemos hacer un análisis distinto.

La sociedad argentina tiene una enorme capacidad para movilizarse y manifestarse. Eso nos distingue. Son pocas las sociedades que salen a las calles cuando algo no les gusta o cuando tienen algún mensaje que expresar.

Los argentinos encontramos en la movilización social un modo de expresión. Ha sido y es una característica de nuestra democracia. A veces el reclamo es uniforme, otras heterogéneo, y muchas veces busca sólo oponerse al status quo.

Repasando -sin ser exhaustivos- algunas movilizaciones desde la recuperación de la democracia, el gobierno del presidente Raúl Alfonsín sufrió numerosos reclamos sectoriales.

Las huelgas y protestas sindicales fueron frecuentes (13 paros generales) y una de las marchas más relevantes fue “la marcha blanca” de los maestros en 1988.

Durante el período del presidente Carlos Menem, la protesta social aumenta, surgen las marchas “contra el modelo”, y también una nueva modalidad: cortes de ruta y piquetes. En 1996 ocurre el primer cacerolazo de mayores dimensiones junto con un apagón contra la política económica y la corrupción.

La crisis de 2001-2002 generó una aceleración de la protesta social en diversas formas (principalmente cacerolazos y piquetes), que desencadenaron finalmente en la renuncia del presidente Fernando de la Rúa y la salida anticipada de Adolfo Rodríguez Saá.

Ése fue un período de queja y reclamo general contra toda la clase política, la falta de transparencia y la impunidad (“que se vayan todos”). Sin embargo, ese clamor generalizado no logró articular ninguna alternativa electoral concreta y competitiva.

En los últimos 12 años la movilización no desapareció. Se destacaron las protestas del campo por las retenciones en 2008, y nuevas marchas a partir de 2012 como las del 13-S y 8N. Pero seguramente, la multitudinaria marcha de los paraguas del #18F marcó un hito.

La movilización social es una cualidad de nuestra democracia, es una virtud que tenemos que aprovechar. El sistema político tiene que ser capaz de procesar estas expresiones, canalizar esas energías y darles un cauce institucional. Todos esperamos algo después de manifestarnos: una reacción, un cambio o una solución.

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